Recientemente el Secretario de Defensa estadounidense, Chuck Hagel, decía en unas declaraciones que EEUU necesita actualizar sus fuerzas nucleares para mantener su política de disuasión nuclear. La actualización hace referencia tanto a las cabezas nucleares como los dispositivos que las transportan o las lanzan, es decir submarinos, misiles y aviones bombarderos. La oficina para el Presupuesto del Congreso de EEUU evaluaba que el coste de esta actualización sería de 355.000 millones de dólares durante los próximos 10 años. Por otra parte, el Centro de Estudios de No proliferación,la mayor ONG de EEUU dedicada al estudio de las armas de destrucción masiva, elevaba la cifra hasta 1 billón para los próximos 30 años. Esto representa un gasto previsto de 35.000 millones de dólares al año, como mínimo.
El plan de modernización incluye, entre otras acciones, la construcción de doce submarinos con misiles balísticos, una nueva flota de aviones bombarderos de largo alcance y nuevos misiles balísticos intercontinentales. Sólo la actualización de las bombas gravitatorias, que son las que se lanzan desde los aviones bombarderos (como las bombas que arrasaron Hiroshima y Nagasaki) podría costar unos 10.000 millones de dólares.
El anuncio de esta inversión en armamento nuclear choca de lleno con las famosas declaraciones hechas en Praga por el presidente Obama, en 2009, donde dijo “ Declaro claramente y con convicción el compromiso de EE UU de buscar la paz y la seguridad en un mundo sin armas nucleares”. Es de destacar, además, que el propio Obama, había manifestado que se podía revisar la postura nuclear de EEUU y reducir su arsenal nuclear en un tercio. Esto no reduciría su capacidad de disuasión ya que seguiría pudiendo aniquilar la vida humana sobre el planeta varias veces.
Esta medida representa un despilfarro de recursos públicos pues, desde el punto de vista de la defensa de EEUU, está completamente injustificada. Además, no se corresponde con las declaraciones del presidente Obama, repetidas hasta la saciedad, que desea un mundo sin armas nucleares. Este dinero se podría utilizar para mejorar el bienestar de las personas en lugar de destinarlos a la modernización de armas de destrucción masiva.
En 2009 se concedió a Barak Obama el Premio Nobel de la Paz. El comité del Premio justificaba su elección “por sus esfuerzos extraordinarios para fortalecer la diplomacia internacional y la cooperación entre los pueblos” y, añadía, que dio gran importancia a “la visión de Obama de trabajar por un mundo sin armas nucleares”. Es posible que la “visión” mereciera la concesión de un premio, pero está claro que las medidas que ha tomado el presidente Obama respecto del armamento nuclear van en sentido contrario de estas buenas intenciones. Durante su presidencia, el presupuesto destinado al armamento nuclear no ha hecho más que aumentar año tras año. Quizá debería pensarse en retirarle el premio, atendiendo a las decisiones que ha tomado posteriormente.
Es lamentable que un premio Nobel de la paz en lugar de trabajar para lograr un mundo libre de armas nucleares, lleve a cabo políticas e inversiones que van en sentido contrario. Las inversiones destinadas a la mejora del armamento nuclear se podrían destinar a la reducción y eliminación del armamento nuclear. Está claro que la política de la disuasión, basada en la posesión de grandes arsenales, provoca una carrera armamentística: un aumento de inversión en armas de un estado hace que los estados rivales se consideran más amenazados y, como consecuencia, se armen más. Es una espiral creciente, sin fin. Esta lógica es absurda y lleva a un gasto desmesurado en armamento. Y no tiene ningún sentido que esta política la lidere un premio Nobel de la paz. Un premio Nobel de la Paz debería intentar invertir esta lógica.
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