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Vuelven a Barcelona los encierros de migrantes para reclamar derechos

Los desalojados de las naves del Poblenou ocuparon una iglesia en el barrio

Yeray S. Iborra

Habrá escalofríos. Así lo aseguran diferentes testimonios de otros encierros en Barcelona, preguntados por las experiencias de lucha migrante que revolvieron la ciudad hace unos años. El recuerdo de las reivindicaciones de 2001, 2005 y 2013 pesará en la cabeza de muchos cuando, este viernes a las 18h, después de una concentración en la rambla del Raval, vuelva a producirse un encierro. Esta vez exigiendo una respuesta a la crisis de los refugiados, pero también con el foco puesto en la migración que ya está en el territorio.

Pese a que es imposible no trazar paralelismos entra las protestas de años anteriores y la que empezará este viernes, las diferencias pesan. El “papeles para todos, trabajo y un techo bajo el que vivir”, llevó en 2001 a 350 personas a ocupar la iglesia del Pi, y otras tantas en todo el territorio catalán. En enero del 2001, la inminente aprobación de la ley de extranjería del PP provocó que hasta un millar de inmigrantes –pakistaníes, bengalís, subsaharianos o marroquíes– se encerrara en una docena de parroquias de la ciudad y de algunos municipios vecinos para exigir la regularización de su situación en España. Fue probablemente el primer acto de autoafirmación y reconocimiento del colectivo inmigrante no solo en Catalunya, sino en el resto del estado, como recordaba Norma Falconi a Catalunya Plural, activista y entonces portavoz de los encerrados.

La acción duró 47 días. Eli vivió la mayoría de ellos. Fue una de las muchas personas no migrantes que se sumaron en solidaridad a la lucha de los migrantes. Eli era una vecina del casco antiguo de Barcelona, y participó en el encierro de la iglesia de la Medalla Milagrosa, en la calle Rocafort. En aquel momento formaba parte de la Casa de la Solidaridad, y estaba implicada en la lucha de los brigadistas de Nicaragua. “Aquello era un movimiento muy potente. Aquello fue un golpe sobre la mesa muy grande”. El hecho de que hubiese una huelga de hambre la motivó a ayudar.

Si bien tras los encierros de 2001 muchos de los participantes obtuvieron sus tan reclamados papeles, gracias a un acuerdo con la Delegación del Gobierno, no todas las situaciones se solventaron. De hecho, los olvidados de 2001 fueron los responsables de volver a encender la llama de la protesta unos años después.

Aziz llegó en 2004 de Marruecos. No tenia papeles y llamó a la puerta de diferentes asociaciones en busca de apoyo, hasta que dio con Cornellà Sense Fronteres (Cornellà sin fronteras). Allí compartió espacio con compañeros que estuvieron en los encierros del 2001. Los testimonios de las asambleas que la entidad celebraba asiduamente demostraron que, pese a las protestas unos años antes, mucha gente seguía en la misma situación, precaria. Sin papeles.

Con el objetivo de revertir la situación empezaron varias manifestaciones, de nuevo. Colaboraban con entidades religiosas o movimientos estudiantiles. Se encerraron tres días, en 2004, en la Universidad Pompeu Fabra. “Las manifestaciones no eran suficiente”, comenta a este medio Aziz.

Finalmente se fijó una lucha abierta y permanente, y las personas implicadas en la movilización se pusieron de acuerdo tras la salida de la universidad para acabar todo aquello en un encierro: entraron en la parroquia del carrer del Carme, en 2005 ya. También se encerraron en la iglesia del Pi, más de 200 personas magrebíes y pakistaníes. Después seguirían el encierro en Can Vies, durante dos meses. De allí se marcharon a Sant Boi, otro mes.

“Para mi es otro contexto, pero daré apoyo”, dice Aziz, que todavía no tiene la nacionalidad. Tiene permiso de trabajo, eso sí, y se emplea en un centro social. Fuera como fuere, Aziz, cerca de los 40 años, entiende aquellos encierros como parte clave de su adaptación y crecimiento. “Fue clave el encierro, ¡tuvieron que modificar los tiempos de permiso para el padrón! Eso fue lo que conseguimos. Aunque, si te digo la verdad, más allá de eso, los encierros fueron una escuela. En lo personal. El catalán lo aprendí en las luchas, en Can Vies”.

Si bien el espíritu de 2001 y 2005 latirá con fuerza en el encierro de este viernes, la reivindicación más cercana será la que se produjo en 2013, y que tuvo como protagonista al colectivo chatarrero. Un centenar de personas, procedentes de las naves desalojadas en el barrio del Poblenou, optaron por encerrarse en la iglesia Bernat Calbó como medida de presión para que el Ayuntamiento de Barcelona les proporcionara un techo bajo el que vivir. La acción contó con el apoyo de los vecinos y del propio párroco. “Queremos que el alcalde cumpla su promesa”, expresaba, sentado en un banco de la iglesia, el veterano activista Manel Andreu en aquel momento.

Más organizados, igual de discriminados

“Es similar porque empezará por algo de sólo algunos sectores. No se ha hecho una gran publicidad y esperamos adhesiones poco a poco”, comenta Esteban, de Tras la Manta, uno de los responsables de organizar el encierro. Esteban espera que, aproximadamente, unas 300 personas, entre migrantes y activistas, apoyen los encierros. No todo el mundo es tan optimista: “Tengo mis dudas de hasta qué punto podría haber un movimiento tan grande como el de 2001; en aquel momento la sociedad civil se lanzó a ayudar, gente de la calle, vecinos. Una barra de pan la ponía todo el mundo; cuando ya se podía comer, claro”, explica Eli.

Esteban asegura que, respecto a otras ocupaciones, ahora a los migrantes se les suman la crisis y la desocupación. No es la única particularidad del nuevo capítulo de encierros que vivirá la ciudad. Ahora la protesta se amplía a refugiados. Pero también a los trabajadores de la limpieza en las casas, por ejemplo. “Las promesas han sido incumplidas, incluso la ley de asilo: estamos a la cola de recibir gente. Pero, más allá de eso, pondremos el foco en igualar a los refugiados con los inmigrados internos, que también les queda un largo camino para adquirir derechos. ¿Cómo trataremos a los que vengan? Esa es la gran pregunta”, analiza Esteban, veterano activista.

El movimiento, que contará con el apoyo de colectivos como el Sindicato Popular de Vendedores Ambulantes, Tras la Manta o Papeles para todos, tiene ahora –respecto a las protestas de 2001, 2005 o 2013– una mayor organización en temas laborales: manteros, lateros, personas que trabajan en casas, andan más organizados que años atrás. “Antes era más una organización por comunidades”, recuerda Esteban, que espera que dicha organización sirva para ampliar el radio de acción del encierro.

Papeles sin necesidad de contrato; nacionalidad sin examen ni tasas; cierre de los Centro de Internamientos para Extranjeros; libertad para los inmigrantes detenidos; derechos para las personas que se dedican a la venta ambulante; o igualdad de las trabajadoras del hogar y del cuidado con el resto de trabajadores. Estas son algunas de las medidas concretas por las que lucharan los organizadores de la protesta, que decidirán tras el encierro –en una asamblea abierta– si la ocupación se prolongará en el tiempo, y por cuantos días. Para algunos de los participantes en movilizaciones anteriores, está claro: la fuerza del encierro pasará porque sea indefinido. “Hay que ir a medidas extremas, y nosotros las apoyaremos”, zanja Eli.

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