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Las cenas en la calle vuelven a Barcelona a medio gas: “Si esto no tira nos planteamos no abrir por las tardes”

Un grupo de amigos cena frente al mar en el Port Olímpic de Barcelona

Arturo Puente

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Para cuando la ciudad despertó, los servicios de limpieza municipales ya se habían encargado de que no quedase ni rastro de la celebración por la caída del toque de queda en la madrugada del sábado. Ajenos a la polémica en las redes sociales por los excesos nocturnos, los barceloneses han llenado las terrazas como cada domingo, desde la hora del vermú hasta la sobremesa. Pero, por primera vez en semanas, los camareros no tenían que despacharlos a media tarde. Después de seis meses de cierre prácticamente total, la hostelería volvía a poder abrir hasta las 23 horas. Cenar fuera volvía a ser posible en Barcelona.

“Tenía ganas de cenar con gente, obviamente, han sido muchos meses. Pero tampoco estaba loca por salir. Lo normal”, asegura Mireia, de 29 años, trabajadora en un ONG. Ella y su pareja, Albert, han quedado con media docena de amigos en la terraza del bar Bitácora, en el barrio del Poblenou. Ocupan dos mesas, porque para cumplir las normas los grupos deben ser de cuatro personas máximo. En su caso no habían hecho planes con mucha antelación, sino que todo se ha improvisado.

“Vivimos aquí al lado y queríamos celebrar que ya se podía cenar con amigos y en un espacio abierto, en terraza”, explica la joven. Aunque inicialmente habían pensado en otro restaurante, el elegido estaba cerrado. Siendo un domingo, algunos restaurantes han optado por no levantar la persiana aún para volver con fuerza la próxima semana. “Lo mejor es la sensación de que esto no es solo un día, que cuando queramos lo podemos volver a hacer”, celebra Albert mientras pincha un trozo de lacón.

En Catalunya los horarios vespertinos de la restauración llevan prácticamente vetados desde mediados de octubre pasado, cuando el Govern optó por un cierre total durante 15 días en una estrategia llamada “de cortocircuito” para tratar de atajar la expansión del virus. En noviembre las cifras mejoraron y se permitió reabrir terrazas pero, de nuevo, en diciembre volvieron las restricciones más duras. Hasta este sábado, la restauración únicamente podía servir en horario de mañana, mediodía y hasta las 17 horas.

“Estamos muy contentos con poder abrir, ha sido como un renacer. Ahora poco a poco, a ver si la gente va viniendo y si se abren las puertas a los turistas”, explica Alexia, una mujer nacida en Roma que trabaja como encargada de la Fitora, un italiano situado en el Port Olímpic. Pese a la euforia, en su terraza no hay más de tres mesas ocupadas. “Al inicio de la pandemia tenía tres restaurantes, ahora solo me queda este”, afirma, tras apuntar en tono crítico que aunque los ERTE han funcionado mejor en España, en su país de origen se han repartido más ayudadas a la restauración.

La hostelería catalana ha estado en pie de guerra contra las restricciones durante los últimos meses. El Gremi de Restauració, una de las patronales más movilizadas, cifró el mes pasado las pérdidas en 23.000 empleos menos. Además, recuerdan, la mayoría de los ERTE continúan. Según los hosteleros, la reapertura por las tardes dará aire al sector, pero sus efectos no serán inmediatos, debido al cambio de hábitos social, a peores perspectivas económicas de las familias y, sobre todo, a que el turismo aún no se ha recuperado.

Los visitantes extranjeros, no solo los que llegan por ocio sino también especialmente los que vienen para participar en congresos, son el principal combustible de la hostelería de muchas zonas de Barcelona. En el Port Olímpic, por ejemplo, establecimientos como el Cangrejo Loco o el Tinglado indicaban que no habían tenido nada parecido a una avalancha de reservas para este domingo por la noche. La zona, en plena hora de cenas, estaba desangelada.

“Así no sé si nos va a salir a cuenta [abrir]”, reconoce Suso, de El Tinglado, un restaurante situado entre el puerto y la playa de Nova Icària que vive más de las comidas que de las cenas y, sobre todo, del turismo y las reservas de empresa. “Un extranjero se gasta 60 o 70 euros, el doble que el turista nacional”, explica. Pero los visitantes de otras ciudades españolas han sostenido en parte el negocio durante estos meses. “Vamos a abrir unas cuantas noches a ver cómo va, pero si esto no tira, nos planteamos no abrir por las tardes”, zanja.

En una terraza contigua se sentaba Alberto con varios familiares y amigos. Celebran que su sobrina hace 21 años. Son originarios de Rumanía, aunque instalados en Barcelona hace tiempo. “Teníamos muchas ganas de poder celebrar el cumpleaños, ¿quién no quiere salir y disfrutar de estar en la calle?”, explica. Con todo, Alberto asegura que entiende las restricciones por la pandemia. Él trabaja en una empresa de pavimento impreso y también ha notado la crisis, aunque afirma que por suerte “no tanto como los restaurantes”. Las mesas de la familia de Alberto son prácticamente las únicas ocupadas del establecimiento.

La falta de comensales era palpable este domingo al atardecer en las zonas tradicionalmente más enfocadas al turismo, como Ciutat Vella o el litoral. Otras con clientela eminentemente barcelonesa, como el Eixample o barrios como Sants o el Poblenou, funcionaban algo mejor. Tal como ya pasó tras el final del estado de alarma de 2020, los segundos aguantaron mucho mejor que los primeros, que en el verano pasado trataron de reenfocar su oferta y lanzaron promociones para atraer al público local.

En Passeig de Sant Antoni, justo detrás de la estación de Sants, hay una amplia zona de terrazas que este domingo estaba concurrida, pero no llena. Rubén y Gianpaolo, vecinos del barrio, toman una cerveza en un restaurante de comida árabe, haciendo hambre para picar algo después. “Pensábamos que sería imposible tener mesa, pero al final no hay tanta gente. Aunque igual aún es pronto”, observa Rubén. “¡Y que mañana se trabaja!”, recuerda Gianpaolo.

Los dos amigos, que ayer celebraron el fin del estado de alarma en un piso, reconocen que tenían ganas de poder sentarse en una terraza por la tarde. “Pero tampoco es lo más importante del mundo”, reconoce Rubén, que asegura que para él ha sido muy duro llevar meses sin ver a sus padres, que viven en Alicante.

La alegría desbordada que este sábado al filo de la medianoche llevó a centenares de jóvenes a salir a la calle, con aglomeraciones en algunos puntos de la ciudad, se había tornado este domingo en escenas más contenidas y terrazas a medio gas. Entre los hosteleros, la sensación es de un un optimismo moderado ante la posibilidad de ampliar el horario, que esperan que sea el primer paso para “volver a la normalidad”, en palabras de Alexia. La mayoría de los comensales, mientras, celebraban la vuelta de las cañas de tarde y las cenas de noche, aunque mostraban “respeto” al virus. “Parece que teníamos más ganas de poder hacerlo que de hacerlo realmente”, resume Mireia.

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