Cazadores de migajas

Una imagen muy frecuente del periodismo son los comandos de reporteros armados de micrófonos y cámaras, a la caza de declaraciones de personajes de actualidad, ante las puertas de domicilios, juzgados y prisiones, entre otros escenarios ocasionales. Cazadores de migajas que pueblan los noticiarios radiofónicos y televisivos.

Los resultados de este frenético acoso informativo son bien escasos. A menudo no pasan de algún despropósito del protagonista bajo la presión del foco mediático. Migajas que alimentan el anecdotario de uno u otro personaje público sometido a proceso judicial, escándalo o conflicto político.

El uso y abuso de esta forma elemental de reporterismo inquisitivo se aguanta de un cierto atractivo populista y la noción de diligencia y dinamismo que da a los noticiarios, de otro modo carentes de voz e imagen directos de la mayoría de noticias. Pero no da la mejor imagen del periodismo.

No siempre se obtienen mejores resultados en los pasillos y las salas de los pasos perdidos de los parlamentos, a pesar del mayor nivel de especialización de los informadores. El antiguo ministro económico socialista Carlos Solchaga fue de los primeros en poner en evidencia la vacuidad de esta práctica, un día que en las Cortes se encontró rodeado de micrófonos y cámaras expectantes. ¿Tienen alguna pregunta?, preguntó, y ante el silencio subsiguiente se despidió.

Como en otras prácticas discutibles que el periodismo ha ido incorporando como rutinas difíciles de suprimir, la cuestión radica en el valor informativo que aportan y en el peso significativo que toman en el ejercicio profesional. El primero ya se ha dicho que es escaso. El segundo es desmesurado, en un contexto de reducción sistemática del valor añadido en los espacios informativos, que la crisis aún vigente de no deja de acentuar.

Es una muestra cotidiana de cómo los recortes presupuestarios de los medios repercuten en un recorte cualitativo del trabajo de los periodistas y de su percepción.