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Barcelona, capital mundial de la Revolución

El abrazo entre los hermanos de sangre y de lucha Montse y Albert./Viatica/Barcelona Rebelde

Toni Polo

Damià Capella tiene cara de miliciano. Es un concepto un tanto absurdo, porque nunca he visto a un miliciano. Pero Damià tiene cara de miliciano. A Adela Silvestre le ocurre lo mismo. Su cara bien podría haber ilustrado la portada de Homenatge a Catalunya de George Orwell. Estos dos actores se meten en la piel de Albert y Montse, dos hermanos que, en 1936, no dudaron en alistarse en la columna Lenin del POUM (Partido Obrero Unificado Marxista) ella, y él, afiliado a la CNT, en la Columna Durruti, no sólo para luchar contra los golpistas fascistas sino para exportar la Revolución. Son el rostro de la ilusión, primero, y de la desilusión, después. Lo que pudo ser y sólo fue durante los primeros meses de guerra: el triunfo de la Revolución.

Albert y Montse convierten lugares históricos como la actual biblioteca Andreu Nin, el Palau de la Virreina o el edificio de Foment del Treball en el escenario de una ruta teatralizada ideada por Viatica, una agencia de viajes muy particular, artesanal, a medida, y la web Barcelona Rebelde. Un recorrido por 10 puntos clave en el inicio de la Guerra Civil, guiado por la voz experta de Salvador Lou (originario del Frente de Aragón), que nos hace huir, durante tres horas, de la Barcelona de postal, capital del diseño y de la telefonía móvil, para sumergirnos en la de 1936, capital mundial de la Revolución.

En la Plaça del Teatre, ante la biblioteca Andreu Nin (Hotel Falcon en la época, convertido en albergue para milicianos extranjeros), Salvador atiende a un grupo de unas 15 personas (el tope son 25, más sería caótico) en su papel del guía histórico. Armado de un megáfono de época y de una actualísima tableta (también llamada ipad), explica fascinado esas horas en que empezó todo. Esa madrugada del 19 de julio en que la clase obrera tomó el poder para hacer frente a la agresión fascista. “Los comités de defensa de la CNT se encargaron de defender el centro de la ciudad, donde se encontraban todas las instituciones y puntos neurálgicos, desde el Ayuntamiento y la Generalitat, hasta la central de telecomunicaciones, e impedir que los sublevados conectasen desde los cuarteles del norte de la ciudad con capitanía, en Drassanes”. Los ruteros, imbuidos también en la historia, miramos Ramblas abajo, donde estaba el poder militar. No distinguimos, ya, a las hordas de guiris que, a eso de las 11 de la mañana de un sábado ya planean dónde les van a degustar (es un decir) una paella de plástico.

“¡Protegeos, hay peligro!”

“¡¿Qué hacéis aquí, al descubierto?!” La voz de alarma es la de Albert. Pantalón de pana subido hasta la cintura por unos tirantes, camisa caqui y gorra roja y negra. “Protegeos junto a la pared, es peligroso estar aquí”. De repente, estamos en la mañana del 20 de julio de 1936: “El gobierno llamaba a la calma... Suerte que hemos organizado los comités de defensa y los hemos derrotado. Sólo nos quedan éstos, de las Artarazanas”.

En efecto, el 20 de julio el golpe militar iniciado por Franco dos días antes fue derrotado en Barcelona. Y fue derrotado por la milicia, casi espontánea, formada por trabajadores que salieron a la calle, con las armas que los sindicatos anarquistas guardaban para su futura lucha libertaria. “Aquí, en la Generalitat, el presidente Companys, que había llamado a la calma, vino a ceder ‘el mando’ a la CNT-FAI, que era la que controlaba la calle. El Comité Central de Milicias Antifranquistas constituyó el primer gobierno revolucionario en Catalunya. Fue el primer gobierno con ministros anarquistas!”, subraya Salvador. “Companys está ‘cagao’”, resume Albert. “Sabe que el poder lo tenemos nosotros y lo ha reconocido. ¡Yo ahora me voy a tomar Zaragoza, camaradas”. Puño en alto. Y desaparece.

“¡Alistaos en el POUM!”. La que irrumpe ahora es Montse, uniformada con pantalón azul oscuro, camisa granate y tirantes. “Venid a hacer la Revolución... ¿Lo véis? Ya no pasean burgueses por la Rambla, mandamos los trabajadores. Llevo sirviendo desde los 11 años y 16 trabajando, soñando con este momento”. Salvador comete la imprudencia de preguntarle qué va a hacer en el frente: “¿Harás de cocinera, de enfermera...?” La miliciana se indigna: “¡Esto es la Revolución! ¡Voy a coger el fusil y matar a fascistas!”

En esos momentos se debatían dos formas de entender la guerra, explica Salvador. “Las dos coincidían en derrotar al fascismo pero una quería reinstaurar la legalidad y la otra, un mundo nuevo”. Esta lucha, a finales del 36 irá cayendo del lado menos progresista: la Revolución puede esperar. Y el 20 de noviembre, el ala más izquierdista del movimiento libertario sufre su gran drama, la muerte, en la defensa de Madrid, de Buenaventura Durruti, quien había creado la primera columna de reconquista y de exportación de la Revolución. “Mal día el de hoy, camaradas”, dice Albert, encontrándonos ante la sede de Foment, convertida en el 36 en sede central del anarquismo. “En cuatro meses hemos perdido a muchos valientes, pero Durruti... Es un golpe muy duro.” Via Layetana (Via Durruti) está repleta de gente en una de las manifestaciones más grandes que se recuerdan en Barcelona: el entierro del guerrillero.

El fin de la ilusión

En los ojos de Albert ya no queda casi rastro de la ilusión y el fervor que transmitían en julio. Las conquistas sociales de aquellos días se están perdiendo. Las incógnitas sobre la muerte de Durruti no alivian el espíritu anarquista. Todo lo contrario. Se están militarizando las milicias, que dependían de los sindicatos, y los estalinistas del PSUC, quienes controlan la ayuda soviética, van tomando cada día más poder. Stalin piensa sólo en la revolución en la URSS y no apoya la revolución proletaria en occidente. Eso atrae hacia el PSUC a todos aquellos que temen la colectivización que propugna el POUM.

Montse busca a su hermano pero no da con él. Camino del comedor popular instaurado en el Ritz, da con nosotros. Su cara también ha cambiado...: “¿Que qué hago aquí? ¿Es que no leéis los periódicos? Parecéis de otro tiempo... Estoy de ‘permiso permanente’”. Lo dice con retintín, asumiendo que las milicias militarizadas no cuentan con las mujeres. “Y los del PSUC no dejan de echar mierda contra nosotros. ¡Ahora dicen que somos agentes de Franco!” En diciembre el POUM será expulsado del gobierno catalán y se llegará a prohibir la celebración del Primero de Mayo. El malestar obrero crecerá hasta los hechos de mayo del 37, que culminarán el 16 de junio con el secuestro y asesinato del líder anarquista Andreu Nin.

Estaba claro que lo único que faltaba era el asalto al edificio de telecomunicaciónes, en Plaça Catalunya, en manos de la CNT. Y ocurrió en el mes de mayo. La ciudad entera se rebeló. Hubo levantamiento obrero en los barrios e incluso las baterías antriaéreas llegaron a apuntar a la Generalitat, en defensa de los libertarios. Durante cuatro días el control sindical y obrero fue total, pero los guardias de asalto restablecieron la normalidad republicana. “Es el fin de la Revolución”, sentencia Salvador, mostrando en su tableta una foto del edicifio de telecomunicaciones de Plaça Catalunya durante el asedio. El 16 de junio del 37 el POUM fue ilegalizado. Ese mismo día Andreu Nin, que había sido secretario general de la CNT y en aquellos momentos era secretario político del POUM, fue secuesrtado por agentes estalinistas en las Ramblas y conducido a Alcalá de Henares, donde supuestamente fue torturado para que admitiera que era un espía de Franco.

Esto ocurrió instantes antes de que Albert y Montse, los dos hermanos de sangre y de lucha, se volvieran a encontrar, en el Palau de la Virreina (último reducto del POUM). El abrazo es emotivo. “La ciudad está irreconocible”, llora ella. “Los revolucionarios nos tenemos que esconder”. Albert se marcha pero regresa al cabo de pocos segundos: “¡Se acaban de llevar a Andreu Nin!”, grita a su hermana. “¿Para esto estamos combatiendo al fascismo? ¿Para volver a la clandestinidad?”. Pero Albert no desfallece: “Debimos haber tomado el poder en julio, pero de los errores se aprende. ¡El futuro es nuestro!”

El resto es historia. La siguiente irrupción en escena de Albert y Montse es en el bar La Llibertària, donde la organización rutera invita a una caña. Ellos no desfallecen. Puño en alto cantan A las barricadas. Todavía les queda mucha guerra por delante.

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