Año 1996. Arnold Eastman, un veterano y venerable político democristiano austriaco recibe a Gerhard Bauer, un joven y ambicioso miembro del partido. Están en juego las elecciones presidenciales. Y todo está a favor del Partido Popular. Sin embargo, hay algo… hay algún trapo sucio que conviene esconder ante la opinión pública. El joven deberá darlo todo para lavar o esconder esa mancha que, de lo contrario, permitiría que el centro izquierda llegara al poder. Roger Peña escribió esta trama hace siete años cuando, dice, “el olor a azufre en la política ya era muy intenso”. Con Poder absoluto nos ha querido mostrar las cosas que pasan en la trastienda política. “No denuncio a nadie, simplemente enseño lo que creo que pasa de puertas para adentro. El público decidirá si hay algo que denunciar o no”.
Lugares comunes
La trama nos suena bastante… “Pero no pretendo hacer una crítica al Partido Popular austriaco en concreto”, explica el dramaturgo. “Creo que reparto a derechas y a izquierdas. Es una obra contra la soberbia y contra la avaricia. La primera es la perversión; la segunda es un cáncer que, alimentado por la voracidad de los mercados, está carcomiendo nuestros cimientos morales”. De hecho, a pesar de haberse escrito en 2005, en la obra hay bastante indignación. En estos siete años transcurridos se han descubierto muchas cartas en la política: “Las listas cerradas, por ejemplo, son otro cáncer de la democracia. La gente se ha dado cuenta de que quien meta mano en la caja tiene que pagar por ello, no repetir en unas listas y volver a sentarse en un escaño”. Es indignante, desde luego, y Peña hace su particular llamamiento: “Venid e indignaos con nosotros”.
El autor analiza esos elementos que han encendido la llama de la indignación: “Vivimos en un país que prefiere salvar a los bancos antes que a sus ciudadanos y cuyo ministro de Defensa estaba al frente de una empresa que vendía bombas de racimo, en un mundo empeñado en rescatar al gran capital olvidando la miseria del tercer mundo y la de nuestras calles”. El gran capital es el que mueve los hilos de la obra y de la actualidad mundial. “Las únicas fortunas que crecen son las grandes fortunas”, se queja Peña.
La barbarie, el pan nuestro de cada día
La obra se ubica en Austria y en 1996… “Buscaba a un personaje que pudiera haber tenido relación con el nazismo y que permaneciera en activo. Un político que tuviera unos 75 años en aquella fecha ya me iba bien. Y en Austria porque éste fue un país con mucha responsabilidad en el ascenso del nacionalsocialismo”. Sin embrago, Roger Peña es muy consciente de que para reflejar la maldad no hace falta remontarse a la primera mitad del siglo pasado. “Hablamos de las antiguas barbaries y parece que nos olvidemos de que la barbarie sigue siendo el pan nuestro de cada día: la Alemania nazi, sí, pero también Srebrenica, Abu Ghraib, el cuerno de Áfirca, el racismo creciente en Grecia…”
Pero hay algo más que influyó al director en la escritura de Poder absoluto. Y no lo niega: “1996 fue el año en que en España se dio la mayoría absoluta del Señor del pádel. Ahí veía la ambición de alguien obcecado por escalar en la jerarquía del poder…” Pero insiste en que el reparto de ostias va hacia todos los lados. “Las referencias de corrupción son tanto las tramas de Camps como la del los GAL, no lo olvidemos”, asevera Peña.
Thriller político y psicológico
Con estas premisas, ha creado un thriller político y psicológico en el que se refleja la podredumbre de la clase política. Para ello ha contado con dos actores que considera (paradójicamente) intachables. Desde el primer momento vio en la figura del tecnócrata servil y algo inseguro Gerhard al actor Eduard Farelo. El venerable Arnold, en cambio, fue concebido para Enric Arraondo pero falleció un año más tarde (en 2006). “Emilio Gutiérrez Caba, sin embargo, también fue un firme candidato desde el primer momento”, admite el escritor. “Yo había trabajado con él bastante, en Orestiada, en Electra… lo conocía bien y sabía que podía aportar ese punto entrañable y a la vez esa mala leche que desprende Arnold”.
Además de un duelo de personajes, el del político de prestigio con experiencia de gobierno, sobrio, elegante, aparentemente sin nada que ocultar ante el joven de rápida ascensión, ilusionado, dispuesto a todo, “es un combate de actores”. Sobre ellos, únicos intérpretes de la pieza, pesa todo el contenido, toda la tensión, toda la denuncia de Poder absoluto. “El teatro debe recordarnos qué está ocurriendo, aunque intenten amordazarnos”, explica el creador del montaje. “He tenido la inmensa fortuna de contar con dos actores irrepetibles y entregados hasta la extenuación, para poder cantas las cuarenta a quienes dicen servirnos”.
Peña cierra su escrito de presentación de su obra con una verdad inquietante, pavorosa, terrible: “Lo bueno es que esta obra no es una historia real. Lo malo es que podría serlo”.