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Los 'escape rooms' no encuentran la salida a la crisis de la COVID-19: “El 25% de las salas no volverán a abrir”

El local de Escape Room Mollet cerró definitivamente este verano

Pau Rodríguez

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Solo cuatro grupos de amigos hicieron una reserva en el escape room Doppler, en el barrio de Gràcia de Barcelona, desde que esta sala reabrió con la nueva normalidad, a mediados de junio. Antes les había ido muy bien, solían tener no menos de 30 a la semana. “Me he gastado todos los ahorros para aguantar, ya no me quedan más”, explica Victòria Garcia, la propietaria. El pasado 17 de agosto echaron el cierre.

La epidemia ha golpeado con dureza el sector de los escape rooms, estas populares salas de juegos que plantean a los participantes –casi siempre grupos– una serie de acertijos que hay que resolver para poder salir de la habitación. El impacto se ha notado especialmente en Barcelona, considerada una de las capitales europeas dentro de este mundo. Las empresas y autónomos que han tirado la toalla se cuentan por decenas, según todas las fuentes consultadas.

En muy poco tiempo, alimentadas por un público numeroso y fiel, las salas de escape rooms vivieron un 'boom' en España. Ambientadas en todo tipo de temáticas, y cada vez más sofisticadas –algunas recurren a actores para hacer la experiencia más real–, entre 2016 y 2019 se triplicaron, pasando de 369 empresas a 974 (más de 1.700 salas). Pero el paisaje que quedará después de la epidemia de COVID-19 no será el mismo.

“No hay ninguna sala a la que le salgan los números, pero tratan de aguantar hasta final de año a ver si sale la vacuna”, explica Marc Moruno, presidente de la Asociación Española de Juegos en Vivo Escape Room (AEJEVER). “Estimamos que el 25% de las salas ya han cerrado y en principio no volverán a abrir”, concluye. Según sus datos, han pasado de un volumen de reservas de entre el 80% y la plena ocupación el año pasado a entre el 10 y el 20%. Los escape rooms españoles emplean a cerca de 3.000 personas, básicamente personal de administración y los llamados game master –los responsables de guiar a los usuarios–.

Los propietarios de los escape rooms tienen por delante un futuro muy complicado. De entrada, como el resto de sectores de ocio en tiempos de crisis. Pero a ello se le añade la particularidad de que son espacios cerrados, en su mayoría pisos o locales, a los que se acude en grupo y donde se tocan objetos. Una actividad que, de entrada, algunos pueden asociar a un mayor riesgo de contagios, pese a que la asociación de referencia del sector elaboró ya en mayo un protocolo que incluye ventilación de espacios, entradas y salidas escalonadas, limpieza del mobiliario y decorado y distancia de seguridad entre los jugadores y los empleados.

“Es cierto que alguna gente tiene miedo, y por mucho que les digas que limpias todo, no lo ven claro y prefieren esperarse. ¡Pero luego no entiendo que se metan en un restaurante!”, lamenta Aitor Sas, que, como todos sus colegas del sector, asegura que la posibilidad de contagiarse en sus locales es igual o incluso inferior a la de según qué restaurantes o comercios, puesto que al escape room se va en grupos pequeños y cerrados. Sas es propietario de Unreal, una firma que tiene dos escape rooms en l’Hospitalet de Llobregat y otras siete franquicias en distintos municipios. En su caso, mantiene abierto y ha levantado el ERTE a sus seis trabajadores, pero acusa una caída de reservas de entre el 30 y el 40%.

Las empresas más pequeñas, más golpeadas

“Las empresas más grandes podemos aguantar, pero justo. Los ahorros se nos han ido por completo”, explica Sas. Los que más han sufrido, según coinciden todos, son los escape rooms más pequeños. Se trata sobre todo de salas de un solo juego, de autoempleados o incluso de proyectos modestos que se sustentaban sobre la doble jornada de emprendedores que vivían de otro empleo.

Es el caso del Escape Room Mollet, que recibía el nombre de su ciudad, y cuya temática consistía en descubrir dónde estaba un amigo del grupo de jugadores a quien había tocado la lotería. Los usuarios recibían las instrucciones días antes por WhatsApp y, cuando llegaban al lugar, se encontraban la puerta abierta y empezaban directamente la partida.

Su impulsor, Ismael Martínez, abrió en 2018. El escape room recibía una media de 30 o 40 grupos al mes y nunca le dio para vivir. Empleado en un taller, ocupaba las tardes y los fines de semana en la sala. Este sobreesfuerzo, a la espera de recuperar la inversión inicial que hizo, de 26.000 euros, podía tener sentido hasta que llegó la epidemia. “Si me dijeras que eso daba para irte a las Malvinas cada verano… Pero no era el caso”, reconoce. Abrió diez días en julio, no le entró ninguna reserva y optó por cerrar, desmontar el decorado y dejar el local.

A la espera de ver cómo evolucionan las reservas en otoño y sobre todo en diciembre y enero, los meses más fuertes para el sector, Martínez intuyó que sería muy difícil recuperar a una parte de los jugadores. No es el caso de los más fans, estos han seguido haciendo partidas y probando sitios nuevos (así lo atestiguan todos los propietarios consultados, que son a su vez jugadores compulsivos), sino de una parte importante del negocio que consiste en fiestas de aniversario, grupos de empresas y despedidas de soltero. “No se puede vivir solo de los fans, igual que una empresa de kayaks no puede vivir solo de los aficionados”, resume.

La epidemia pincha la burbuja

Cuando Victoria García, sospechosa habitual de los escape rooms catalanes, decidió montar con su pareja la sala Doppler, había en la capital catalana unas cuarenta. Ahora superan el medio millar, con algunos juegos valorados por los blogueros de referencia como de los mejores de Europa. La epidemia ha puesto fin a este 'boom', al menos por ahora, aunque al ser un negocio tan reciente, nadie sabe a ciencia cierta si había tocado techo en cuanto a usuarios.

La particularidad de los escape rooms es que suelen tener un ciclo de vida de pocos años, puesto que solo se puede jugar una vez. De esta forma, tampoco la proliferación de salas genera una competencia al uso, puesto que lo que les interesa a los propietarios es que el sector gane popularidad para que los usuarios vayan saltando de uno a otro a través del boca a boca, que es lo que más funciona. “El porcentaje de gente que todavía no ha jugado es muy elevado”, valora Sas.

En su poco tiempo de existencia, los escape rooms también se han ido perfeccionando y sofisticando, lo que ha provocado que requieran a veces de mayor inversión. Y a mayor inversión, mayores resultados, resume el dueño de Escape Room Mollet. Fuentes del sector explican que el gasto en locales, decorado y diseño del juego puede abarcar una horquilla desde 30.000 euros hasta más de 100.000.

García explica algunos de los cambios más curiosos. Al principio, el reto de los escape rooms consistía en resolver enigmas que permitían al grupo abrir un candado, que guardaba el siguiente enigma. Y así sucesivamente. El juego pivotaba alrededor de ese objeto físico. Ahora prolifera la utilización de programas informáticos que permiten resolver enigmas a través del sonido, el movimiento o la luz.

También la salas más potentes han incorporado a actores para hacer la experiencia más real. Es el caso de Unreal con sus dos juegos en l’Hospitalet, uno de temática de narcotraficantes y el otro, sobre las intrigas que alberga una mina. Ahora han tenido que incorporar este detalle al protocolo antiCOVID-19. “Afectará un poco a la experiencia, porque ya no pueden tocar, ponerse cerca de ti, cogerte…”, evidencia. Algo que se hacía sobre todo en los escapes de miedo.

“Sufriremos como todo negocio de ocio”

También ha habido escape rooms que han aprovechado estos meses para renovar sus temáticas, igual que los comercios y locales que han optado por acometer reformas durante el cierre. E incluso los hay que van a poner en marcha uno nuevo, como es el caso de Judith Casás, que adquirió el Brain Squeeze, en Ripollet, porque sus propietarios lo traspasaban. Anteriormente empleada en el sector –llegó a ser directora de uno–, ella y su pareja hacía tiempo que querían tener una sala.

“Las perspectivas no son alentadoras, pero es que el juego no tiene ningún peligro, son grupos pequeños de gente, de unos seis máximo, mucho menos que los que se juntan en terrazas”, reivindica Casás. “El problema es que el Govern dice una cosa hoy y mañana, otra, con lo que hasta que no haya estabilidad seguiremos sufriendo”, opina. Eso sí, apunta, “sufriendo como cualquier otro negocio de ocio y de cara al público”.

Su escape room abre el próximo uno de octubre y, para entonces, espera que los usuarios ya hayan recuperado la confianza. De momento, enumera sus medidas, iguales a las de los demás: no juntar sesiones para tener tiempo de desinfectar, mascarilla, grupos reducidos, ventilación exterior y, al final de la partida, se suprime la poscharla. “Así es como llamamos al momento en que el grupo se reunía con el game master para comentar la jugada”, aclara.

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