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Entrevista Activista climática

Olivia Mandle, la Greta Thunberg española: “Somos la mayor cárcel de delfines de toda Europa”

Olivia Mandle, joven defensora de los delfines, en su casa de Barcelona.

Sandra Vicente

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Oliva Mandle tiene tan solo 15 años y ya acumula premios y títulos a sus espaldas. Pero no son menciones académicas ni deportivas, sino reconocimientos a su labor como activista climática. Recuerda en actitud y determinación a otra joven luchadora por el planeta, a Greta Thunberg, con quien la comparan a menudo. Y no es para menos, puesto que ya ha liderado diversas campañas por los derechos de los animales. La última es 'No es país para delfines', que cuenta con más de 120.000 firmas para llevar al Senado el cierre de los delfinarios. La propuesta fue presentada en 2021 por el PSOE y ahora está a la espera de ser debatida. Además, también participó en la audiencia pública de la Ley de Protección Animal, texto que esta joven espera que entre en vigor pronto, ya que España es, con 11 de los 30 delfinarios de Europa, “la mayor cárcel de delfines del mundo”, según denuncia. Hablamos con ella cuando el Zoo de Barcelona inicia el derribo de Aquarama, la piscina donde se celebraban espectáculos de focas y que exhibió a la orca Ulises. El fin del delfinario también está cerca, aunque todavía no hay una fecha cerrada.

'Mini Heroína' por el Instituto Jane Goodall, embajadora del Pacto Europeo por el Clima de la Comisión Europea y embajadora de la España Azul. Muchos títulos y corta edad. ¿De dónde viene esa entrega por la lucha climática?

Creo que viene de mis padres, que siempre han estado muy concienciados y me han ido explicando cosas sobre la crisis climática y los derechos de los animales. ¡Yo jugaba con mis legos a que salvaba animales o apagaba incendios! Además, he crecido rodeada de documentales y libros sobre gente que quería crear un mundo mejor, como Jane Goodall. Todo eso se me quedó desde bien pequeña, así que decidí que quería formar parte de ese grupo de personas que luchan por la naturaleza y los animales.

Enseguida pasó a la acción. ¿Qué es lo primero que hizo activamente por el medio ambiente?

Con 12 años estaba en Nueva York [donde viven sus abuelos] y fui a ver una exposición sobre el cambio climático que me dejó muy tocada. Cuando llegué a Barcelona, investigué sobre los plásticos y vi que había un problema mucho mayor, que son los microplásticos. Veía que las playas a las que iba cada vez estaban más sucias y quise hacer algo, así que creé la Jelly Cleaner [un artefacto que flota y que recoge partículas plásticas de la superficie del mar]. No quería que fuera un invento de ingeniería porque, obviamente, yo no sé nada de eso, y porque quería que fuera fácil y sencillo, que se pudiera hacer con materiales que todo el mundo tiene en casa, como botellas de plástico [que hacen que flote] y medias viejas [que recogen la suciedad].

La Jelly Cleaner funciona, pero no tanto por su capacidad física de recoger plásticos sino por su capacidad de concienciar. Si vas por la playa con eso, la gente te mira raro, te pregunta y, cuando explicas qué es, ya estás concienciando sobre cómo están nuestros mares. Y eso es lo que marca la diferencia.

Actualmente, su lucha sigue en el mar, pero ahora se centra en los delfines, ¿por qué?

Cuando era pequeña, debería tener unos cuatro años, el colegio nos llevó a ver un espectáculo en el delfinario del Zoo de Barcelona. Cuando un niño ve un delfín saltando, le impresiona. Yo también quedé impactada, porque nunca había visto delfines en directo, solo en películas, documentales y libros... Pero siempre estaban en el mar. Me gustó verlos, porque son mi animal preferido, pero no dejaba de pensar si todas esas acrobacias las harían en el mar. ¿Está bien que estén aquí? ¿Se van a su casa después? Salí muy afectada, se lo expliqué a mis padres y ellos me explicaron cómo funcionaban los delfinarios. A partir de ese día, quise hacer algo por los delfines.

Eso se materializa en una campaña para pedir firmas en Change.org que inicia en 2018.

Pedía a Barcelona que trasladara los tres últimos delfines que quedaban en el Zoo a un santuario marino. Obtuve 56.000 firmas, pero los acabaron trasladando a otro zoológico, en Atenas. Estaba muy frustrada, pero saqué fuerzas para hacer otra campaña, que es la actual. Se llama 'No es país para delfines' y tiene más de 120.000 firmas para pedir al Gobierno español el cierre progresivo de los delfinarios. Porque España es la mayor cárcel de delfines de toda Europa y es el país con más delfines en cautiverio. Me sorprendió mucho saber eso, porque es un país que quiere ser sostenible, pero nunca podrá serlo si sigue teniendo animales encerrados en jaulas.

Los animales deben estar en libertad, no encerrados para que nosotros lo pasemos bien 10 minutos y luego volvamos a casa. Porque ellos no vuelven a casa

Antes contaba que, mientras los otros niños se emocionaban al ver los delfines, usted ya se planteaba que algo no estaba bien. ¿Qué le decían sus compañeros?

No estaban preocupados por los animales ni el clima. No estaban concienciados ni interesados por los temas que me inquietan a mí. Me decían que los delfines estaban bien, que estaban sonriendo. Pero a mí me parecía horrible, así que jamás volví a ir a una excursión al Zoo con el cole porque pensaba que esos animales deberían estar en libertad, no encerrados para que nosotros lo pasemos bien 10 minutos y luego volvamos a casa. Porque ellos no vuelven a casa, se quedan ahí para siempre.

A medida que iba creciendo, me sentía muy sola, no estaba a gusto. Les decía que había leído una noticia sobre el cambio climático y me decían que eso no era problema suyo, que ya lo solucionaría alguien. Así que me cambié de colegio y noté un cambio súper grande, porque me fui a un cole donde conciencian a los niños desde pequeños. La educación es muy importante porque es lo que ayuda a interiorizar las cosas y tenerlas muy claras cuando se crece.

Aparte de sus campañas, ¿participa de otros espacios o colectivos climáticos?

Voy haciendo charlas y actividades con entidades, pero voy por mi cuenta. Aunque sí formo parte del Instituto Jane Goodall y participo de sus jornadas educativas, pero las campañas las hago sola, impulsando pequeñas acciones que marcan la diferencia.

A menudo la han comparado con Greta Thunberg. ¿Qué le parece esta comparación?

Greta para mí es fuente de inspiración, porque ha conseguido dar voz al cambio climático, algo que muchísimos científicos ya habían demostrado, pero nadie les hacía caso. Ha conseguido movilizar a gente joven de una forma espectacular, con una generosidad admirable. Lo que ha conseguido es gracias a su honestidad y humildad, pero sobre todo creo que tiene mucha fuerza de voluntad. Que me comparen con ella es un honor, aunque yo soy Olivia Mandle y lucho por otro lado. Pero sí es cierto que su lucha, el cambio climático, y la mía, los derechos de los animales, están conectadas.

Mi generación es, quizás, la última generación con la posibilidad de hacer un cambio antes de que sea demasiado tarde

Son personas muy jóvenes las que han puesto el cambio climático encima de la mesa. ¿Cómo valora que sean niños y adolescentes los que tomen las riendas de esta lucha?

Creo que somos pocos los que, de verdad, estamos preocupados y luchamos por que las cosas cambien, pero los jóvenes somos los que, históricamente, hemos dado voz a los problemas que debían ser solucionados. Pero no lo podemos hacer solos: son los gobiernos los que pueden cambiar las leyes. Las empresas y la ciudadanía también tienen que contribuir, cambiando lo que se produce y consume. Es eso lo que puede marcar la diferencia. Necesitamos un cambio real y gente como Greta o yo damos voz a estos problemas, aunque hay mucha gente joven que todavía piensa que esto no les afecta, que ya lo solucionarán los demás. Están totalmente equivocados. Mi generación es la generación que necesita hacer un cambio y, a la vez, quizás seamos la última generación con la posibilidad de hacer un cambio antes de que sea demasiado tarde.

Aparte de Greta Thunberg, ¿tiene otros referentes?

El primero, mi familia. Siempre me han ayudado y enseñado a no rendirme en los momentos difíciles. Pero también tengo otros como Jane Goodall [etóloga], que para mí es una inspiración total. He crecido con sus libros y es una mujer que me transmite mucha paz. Luego también están David Attenborough [naturalista] y Sylvia Early [bióloga marina], que fue la primera mujer en investigar el fondo marino. Me siento muy vinculada a ella, porque ese es también mi sueño.

Entiendo que quiere hacer del mar su profesión.

Sí, de mayor quiero ser bióloga marina. Siempre he vivido cerca del mar y tiene algo que me atrae: es fuente de inspiración. Y los delfines me encantan, porque son seres súper inteligentes, diría que más que nosotros. Sienten y tienen emociones. Aunque no les entendamos, hablan, son sociales, juguetones... Ver uno, aunque sea en un documental o un libro, me inspira y me transmite una alegría que no sé describir. Por eso quiero dedicarme a estudiarlos y a cuidarlos. Además, tengo el sueño de abrir el primer santuario marino de España en la Costa Brava. Tengo pensado hasta el nombre: SUA, que son las siglas de 'Save Us All' (sálvanos a todos, en inglés).

¿En España no hay ningún santuario marino?

No. Y hay muy pocos en el mundo. Creo que hacen un trabajo súper importante porque, si un delfín ha estado toda su vida en un delfinario, un santuario será lo más cerca que podrá estar de la libertad. Sus instintos han desaparecido, están deprimidos y estresados, lo que no les permite volver a su hábitat natural. Pero en los santuarios están con especialistas que les ayudan a mejorar porque, aunque no son libres, están en el mar y no en piscinas o tanques. Y, sobre todo, libres de espectáculos.

Durante los espectáculos, los delfines sufren niveles altísimos de estrés por los gritos y la música. Muchos caen en depresión y se pueden llegar a suicidar

¿Qué supone para un delfín estar en cautiverio?

Les confinan en tanques de cemento de unos 20 metros cúbicos, en los que suele haber de dos a seis delfines, pero no tienen por qué ser familia ni de la misma especie. Son súper sensibles acústicamente y, como se comunican con un lenguaje que contiene 300 sonidos distintos, cuando los emiten, rebotan contra las paredes del tanque, creando un efecto eco que les vuelve locos. Además, durante los espectáculos, sufren niveles altísimos de estrés por los gritos y la música. Muchos caen en depresión y se pueden llegar a suicidar. Es una crueldad que solo se lleva a cabo por el ocio y el negocio, un ejemplo más de los humanos comercializando la naturaleza, a pesar de las consecuencias que pueda tener.

Y, si son tan nocivos, ¿cómo se justifica que sigan existiendo delfinarios?

Ellos dicen que son importantes para la educación, la conservación y la ciencia. Pero ¿qué tiene de educativo enseñar un delfín deprimido y estresado? Si queremos aprender de ellos, tenemos tantos recursos hoy en día que es innecesario tenerlos encerrados para estudiarlos. Tengo un hermano de ocho años que lo sabe todo sobre los dinosaurios: sus características, nombres, medidas, qué comían... Y ¿crees que ha visto alguno?

Jacques Cousteau decía que “hay tanto beneficio educativo en estudiar a los delfines en cautiverio como en estudiar a la humanidad si solo se observara a prisioneros recluidos en aislamiento”. Los delfines, como los humanos, no se comportan igual si están encerrados. Así que, ¿qué conocimiento estamos sacando? Y tampoco se trata de una misión de conservación, puesto que no están en peligro de extinción, pero lo estarán si los seguimos atrapando. Si no toleraríamos encerrar a personas inocentes de por vida, ¿por qué enjaulamos animales?

Por todo eso, quiere cerrar los delfinarios. Pero ¿cómo propone hacerlo?

Propongo un cierre progresivo. Sé que hay muchas vidas que dependen de estos trabajos y, por eso, pido que se reinventen, porque no se pueden cerrar de un día para otro. Hay muchos países que, como Francia o Reino Unido, ya han aprobado esta ley y han dejado que los delfinarios tengan una segunda vida. Eso se puede debatir, pero lo más importante y urgente es acabar con los espectáculos. Hay un triángulo terrorífico formado por la captura, el cautiverio y los espectáculos. Sin una cosa, la otra no existe.

Le da mucha importancia a la pedagogía. Como alguien que todavía sigue en la educación obligatoria, ¿qué le parece la educación ambiental que se da en las escuelas?

Insuficiente. En muchos colegios ni siquiera tratan el tema. Es muy importante concienciar a la gente desde pequeña. Si no lo haces, cuando sean mayores les dirás que hay algo llamado cambio climático y pensarán que no va con ellos, que no pueden hacer nada para cambiarlo. Pero, de otra manera, podrán llevar a cabo pequeñas acciones capaces de cambiar las cosas. Necesitamos más concienciación porque la gente cree que lo que nos está pasando no es importante. Ven el horizonte de 2030 como algo muy lejano, pero está aquí mismo. Debemos empezar ya.  

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