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Opinión

El 3-O en Catalunya: ¿por qué fue la huelga más grande?

Manifestación en Barcelona durante el paro del 3 de octubre de 2017.

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Si entráis en las estadísticas del Ministerio de Trabajo os será imposible encontrar datos sobre las huelgas generales. Por alguna razón que desconozco, estos datos ya no aparecen. Aun así, durante un tiempo, estuvieron disponibles para su consulta y eso facilitó que algunos analistas, como el periodista Roger Tugas, dieran cuenta de las proporciones históricas de la huelga del 3 de octubre de 2017 en Catalunya. Constaba el seguimiento de 2.249.145 trabajadores por cuenta ajena, lo que supone más de un 81% de este sector. Unas proporciones mucho mayores que las dos huelgas generales del 2012, que movilizaron entre el 21% y el 24,5%. O también que la huelga feminista del 8M del 2018, con un seguimiento similar a las dos citadas.

Fue una huelga histórica, pues, que tan sólo podría compararse a la del 14-D de 1988. Pero tiene particularidades propias. Por ejemplo, a diferencia de la mayoría de las huelgas generales, en las cuales el paro de la gran industria es el indicador, en la del 3-O este fue uno de los sectores con un seguimiento menor. La explicación es la hegemonía de CCOO y UGT en los comités de empresa de dicho sector industrial.

En relación con esto, otra particularidad, quizá la más destacable, es que Catalunya fue a la huelga sin ningún entusiasmo por parte de CCOO y UGT. Fueron sindicatos alternativos los que convocaron oficialmente la huelga: I-CSC, CGT, IAC y COS. Fue más tarde que se añadieron algunas pequeñas patronales y las dos principales centrales sindicales que, arrastrando los pies y tratando de diluir el carácter combativo de la convocatoria, llamaron a un “paro de país” en el que trabajadores y empresarios llegasen a un acuerdo para detener los centros de trabajo durante unas horas y no toda la jornada.

El gran seguimiento se dejó notar en educación, sanidad, transporte, comercio e incluso en el ámbito de la justicia: el 63% de los trabajadores de la Audiencia Provincial y del Tribunal Superior de Justícia de Catalunya se sumó a la huelga. Y si el símbolo del 14-D fue el apagón de TVE (cabe recordar que en aquél entonces no existían todavía las TV privadas), una de las imágenes significativas de aquél 3-O fueron los trabajadores de las oficinas centrales de Caixabank bajando a cortar la Avenida Diagonal.

El éxito de esa huelga se explica porque conectó con la sociedad catalana. Se convocó a partir de la operación represiva del 20 de septiembre, cuando la policía detuvo a miembros del Govern y registró sus dependencias, a la vez que trataba de hacer lo mismo en la sede de la CUP cuando un muro humano se lo impidió. Pero la envergadura masiva de la huelga se fraguó con las cargas policiales del Primero de Octubre, día del referéndum.

Fue, por tanto, una huelga reactiva, de protesta. Era una coalición puntual bastante diversa, desde el independentismo más militante hasta sindicatos y colectivos libertarios que rechazaban la ocupación policial de las últimas semanas y los abusos contra los derechos civiles y políticos.

Pero fue algo más que una coincidencia. Lo interesante del 3-O es que muestra unas solidaridades de fondo presentes en el pueblo catalán y que son imposibles de entender para aquellos que solo han observado el proceso independentista desde el punto de vista de las maniobras en la cúpula de instituciones y partidos. Aquella revuelta ponía de relieve el carácter popular y la dinámica de abajo hacia arriba. Y eso rompía muchos esquemas, desde los del “independentismo burgués” hasta los del “independentismo rural”. En un sentido contrario, tampoco las corrientes que hoy se identifican con algo así como la “pureza proletaria” parecen entender nada sobre la fuerza que hizo temblar, durante unas semanas, el Estado español. Fueron estudiantes, profesores, sanitarios, bomberos, estibadores, agricultores, sindicalistas y trabajadores de todo tipo el motor de la huelga más grande.

Aquella fuerza le quemó en las manos a los dirigentes independentistas y no supieron qué hacer. Algunos se asustaron de la reacción del Estado, que aquél mismo día reforzó su carácter autoritario con el discurso del Rey avalando la represión. Como han contado algunos protagonistas, España mandaba mensajes oficiosos que, de seguir adelante, habría muertos. Puede que a los principales dirigentes independentistas, tanto como “los muertos” les asustaran “los vivos” y que, precisamente por el carácter popular de las jornadas de Octubre, temieron un proceso de transformación profundo. Quizá, también, hubo quién calculó con excesiva prudencia que aquella confluencia del 3-O era puramente antirepresiva y que aquello no bastaba para una declaración de independencia. Por supuesto que no todo el mundo que salió a la calle aquél día era independentista, pero también es cierto que la gente sigue a quién muestra determinación e iniciativa.

Es necesario un análisis crítico de éstas carencias para poder volver a crear unas condiciones revolucionarias y esta vez contar con una dirección revolucionaria. Pero también es necesario mantener viva la memoria de la enorme fuerza que, pese a todo, expresó nuestro pueblo en la que fue la huelga más grande.

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