No, no voy a hablar de ciclismo. Es conocido que en la política española, el ciclismo pertenece al negociado del anterior Presidente del Gobierno. De hecho, este artículo se podía haber llamado como una célebre película portuguesa, Paisaje después de la batalla. Otro título, clásico a la vez que cañero, habría sido Socialismo o barbarie.
Al final aclaro este dilema.
El sistema capitalista funciona según el principio de la bicicleta. Se mantiene erguido mientras avanza y, por un principio físico que nunca entendí del todo, el del giroscopio, las posibilidades de caída son menores cuanto mayor es la velocidad. Pero ¡ay!, la bicicleta debe ir hacia adelante, nunca retroceder. Y si por un percance del tipo que sea, una pandemia mundial, por ejemplo, nuestro velocípedo se ralentiza o incluso se detiene, se cae sin contemplaciones.
Puede parecer disparatado –quizá lo es– un sistema político y económico basado, precisamente, en el crecimiento continuo, con la consecuente depredación de recursos naturales y, sí, humanos, pero la historia nos demuestra que las alternativas radicales conllevan una serie de contrapartidas que no estamos (ni debemos estarlo) dispuestos a asumir.
Es tiempo de apoyar, de apretar los dientes, de darnos apoyo mutuo… y de reflexionar.
Un sistema económico que no ponga por delante a las personas, a TODAS las personas, sencillamente no es aceptable.
Internet, aunque es una vara de medir muy poco fiable, sí nos sirve para tomar el pulso a las realidades sociales y estos días es frecuente encontrar dos tipos de mensajes: el de los que vociferan que “había que haber hecho…” y otro, estimo que más ajustado, que intenta poner de manifiesto que, en buena medida, el drama que se vive en nuestros hospitales y centros de salud es consecuencia de unas políticas de recortes y desmantelamiento del estado de bienestar y, en especial, de los presupuestos educativos y sanitarios. En Cataluña sabemos mucho de políticas de derechas. Las denunciamos en su momento y las lloramos en la actualidad.
El primer colectivo de comentantes, los de “había que haber hecho…” intuyo que coincide en muy buena medida con los mismos que gritaban “a por ellos” cuando se mandó a la guardia civil a resolver un conflicto que nunca debía haber desbordado el ámbito político.
El segundo grupo, en esta sociedad tan polarizada, es el de las mareas blancas, verdes, violetas… El de quienes, incluso desde la asunción a desgana del principio de la bicicleta, pensamos que esta, o avanza despacio para no dejar a nadie atrás o “a tomar por el culo la bicicleta”.
Llama la atención en estos días escuchar a personajes tan funestos para la economía española (y tan responsables de muchas de las cosas que pasan) como Luis de Guindos defender una propuesta clásica de la izquierda que desde antiguo ha sido denostada, ridiculizada, criticada hasta la saciedad: la renta mínima. Y es verdad que el exministro reivindica una «renta mínima de emergencia», lo que me parece claramente insuficiente, pero el mensaje ha de hacernos pensar que hasta los hooligans de la velocidad ciclista entienden que esta crisis de dimensiones planetarias debe hacer replantearnos muchas cosas.
“Sí, hombre, lo que nos faltaba, que le paguen a uno por no trabajar”. Esta frase, que podríamos escuchar en un tasca, codo en barra, palillo en boca y huesos de aceituna por el suelo (sí, eso que también escupe el inefable Teodoro García Egea), permítanme decirlo, es una estupidez. La renta mínima sirve, precisamente, para vivir, para que la bicicleta no deje a nadie atrás.
Dejaremos para otro momento un análisis más científico sobre las bondades y la acuciante necesidad de unos ingresos mínimos y universales. Hay mucha literatura al respecto.
El COVID-19 ha parado la bicicleta (o casi) y esto debe suponer un punto de inflexión en la filosofía económica general de nuestros gobiernos. Ya no valen parches, no es admisible mantener esta cosa tan pepera del capitalismo de amiguetes. En esta ocasión, o se adoptan medidas radicales y urgentes o la legión que quedará rezagada cuando la bicicleta retome su marcha será inasumible hasta para los más recalcitrantes neoliberales.
Además, hay algo que estos días no se está diciendo pero es importante no perder de vista. Algunos, que tenemos ya una edad, jamás habíamos visto algo como lo que estamos sufriendo estos días. Ni lo habíamos visto, ni siquiera imaginado.
Nuestra sociedad, nuestras sociedades, deben articular mecanismos de blindaje social que permitan que ante un parón de la bicicleta nadie termine escalabrado sin remedio. El paisaje después de la batalla será tal que, una vez más y con más fuerza, será evidente aquel mensaje de los clásicos: “socialismo o barbarie”.
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