Justo después del atentado de La Rambla escribí un artículo que titulé “Un ataque al corazón de Barcelona y de la libertad”. Perdonen la auto cita, pero pienso que es pertinente recordarlo ahora, cuando han pasado cuatro días de tristeza y conmoción. En ese escrito expresaba una esperanza, quizás con ingenuidad, pero muy sincera.
Decía: “El 11-M la sociedad española afrontó la barbarie con una gran madurez. Y con una inmensa solidaridad con las víctimas. En aquella ocasión sólo una minoría, en la política y en la prensa, no estuvo a la altura. Aquella experiencia nos debería servir ahora para centrar toda la atención en lo que es esencial: Barcelona, España, Europa, el mundo libre, ha sufrido un ataque terrorista, un ataque del fanatismo.”
Pues ahora, con la perspectiva de las horas que han pasado, podemos decir ya que la sociedad ha estado en la altura. Ha proclamado que “no tenim por” (“no tenemos miedo”) y ha mostrado y ha practicado la solidaridad con las víctimas. Ha lanzado mensajes de fraternidad y contra el riesgo de islamofobia e intolerancia. La sociedad, de forma mayoritaria, ha antepuesto el dolor a cualquier otro sentimiento. Las instituciones, la policía, los servicios de emergencia y sanitarios han demostrado su compromiso y eficacia. Pero “una minoría en la política y en la prensa” ha intentado sacar rédito político de la muerte. Como ocurrió hace ahora trece años.
Resulta desolador ver cómo la historia se repite. A menudo con los mismos protagonistas. Y observa cómo unos pocos consiguen romper, con sus miserias, el silencio y el recogimiento de la mayoría. El contexto es muy diferente. Aquí ya no se trata de defender la tesis de que ETA había perpetrado la matanza de Madrid. Aquí se pretende situar la barbarie que han sufrido Barcelona y Cambrils en el epicentro del proceso político que vive Cataluña.
La masacre, cometida en nombre del Estado Islámico por una célula formada por jóvenes que han crecido entre nosotros, se convierte así en un instrumento político. No en un motivo de reflexión colectiva, de unidad frente el terror, si no en una tragedia para tirarse a la cara, para conseguir réditos ideológicos. O económicos. Porque el 11-M algunos medios y periodistas también vieron una ocasión para ganar lectores u oyentes.
El 11-M, los principios de la mayoría acabaron imponiéndose a los comportamientos profundamente inmorales de una minoría, en la política y en la prensa. Y ahora la mayoría, en Barcelona, en Cataluña y en España, también lo conseguirá. Y permítanme terminar el artículo como lo hacía hace cuatro días: “Es un combate universal. Y hoy todos somos Barcelona, como antes hemos sido París, Londres, Bruselas, Niza, Berlín, Bagdad, Kabul o Islamabad. Hoy todos somos víctimas”. Todo lo demás se convierte en miserable en estos momentos.
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