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La investidura o la lucha de Mas por el botón rojo que convoca elecciones

Artur Mas en el Parlament con Oriol Junqueras al fondo, en uno de los debates de investidura

Arturo Puente

"¿Cómo he de corresponder personalmente a la generosidad que pido institucionalmente a los otros? […] Puedo encabezar la lista. Pero también la puedo cerrar. Puedo ser el primero, o puedo ser el último. Ya ven que no hay condiciones personales en mi planteamiento"

Estas palabras fueron pronunciadas por el president Artur Mas en el Fòrum justo hace un año, el 25 de noviembre del 2014, en una conferencia ofrecida pocos días después de la consulta del 9-N y en la que puso de manifiesto, por primera vez en público, su deseo de acudir a las elecciones con una lista conjunta con ERC. Según señaló el president, las condiciones no eran personales sino de proyecto. Quería convertir la convocatoria electoral ordinaria en un plebiscito sobre la independencia, para lo cual, consideraba, era necesario que su partido y el de Oriol Junqueras acudiesen en la misma lista –no así, sorprendentemente, la CUP–. Pese a la llamada a la generosidad, la propuesta contenía una amenaza: Si Junqueras no aceptaba, Mas no convocaría las elecciones anticipadas que le reclamaban de forma unánime los partidos y entidades soberanistas.

Un año después la batalla por la investidura de Artur Mas entre Junts pel Sí y la CUP tiene uno de sus grandes nudos en que sea Mas quien vuelva a tomar el control de la potestad para convocar elecciones. La CUP reclamó un Govern colegiado como forma de repartir el importante poder presidencial de la Generalitat, y Junts pel Sí ha respondido con varias propuestas similares, pero que todas ellas pasan por que Mas siga siendo el único catalán con capacidad para convocar elecciones. El preciado botón rojo que reparte las cartas de un procés articulado a base de llamadas a las urnas y promesas de llamadas a las urnas (2012, 9-N, 27-S y en 18 meses) es ya, para el líder de Convergencia, la única línea roja en su pretensión de investidura.

Desposeido de fuerza para acudir a elecciones con su propia marca, con la disolución de su partido calendarizada y con una ajustada mayoría independentista en la Cámara, la lucha de Mas para mantenerse a flote, a sí mismo y a su espacio político, pasa por seguir controlando la convocatoria electoral, una herramienta que en el último año ha usado profusamente para conseguir todos sus objetivos. Sin ir más lejos, es gracias a su poder único para convocar elecciones que es él el candidato a president de un grupo con 62 diputados.

El descubrimiento del botón rojo con ERC

La conferencia de Mas en el Fòrum fue la puesta de largo de una táctica que el president repetiría en diversas ocasiones después y que hasta el momento siempre le ha dado grandes resultados. La víctima del botón rojo de Mas ha sido reiteradamente ERC. Entre el final del año 2014 y el principio de 2015, Oriol Junqueras se negó a formar lista conjunta con Convergència, lo que supuso, según el relato de los medios afines al independentismo de derechas, el estancamiento del procés. Se entendía que, tras la celebración de la consulta simbólica del 9-N, hacía falta trasladar al escenario electoral el buen resultado del independentismo, cosa que Mas solo aceptaba si ERC se plegaba a sus demandas.

Junqueras se revolvió en un primer momento, pero la pressió social, ejercida desde los medios cercanos a CDC, las entidades soberanistas y su propio electorado, acabó por derrumbarle. El líder de ERC terminó apoyando unos presupuestos que había rechazado enérgicamente a cambio del compromiso de Mas de convocar elecciones el 27 de septiembre, entonces 10 meses después, y de “permitirle” presentarse con su propia lista.

Mas pudo lograr aquella tremenda victoria sobre Junqueras gracias a otra de las características que le ha dado el botón rojo, como es la identificación personal entre líder y procés. Siendo Mas el único que puede convocar elecciones y, por tanto, hacer que el proceso avance, él se ha convertido en un extraño juez y parte, y sus necesidades personales han alcanzado la categoría de necesidades del proceso soberanista en su conjunto. La posposición de las elecciones 10 meses tras la consulta del 9-N es el ejemplo más claro de esto, donde se confundió la necesidad de Convergència de alejar las urnas del caso Pujol con una supuesta necesidad del independentismo para construir “estructuras de Estado” antes del pretendido plebiscito final.

El botón contra las plebiscitarias sin políticos

No fue aquel el último episodio en la utilización de la convocatoria de elecciones por parte de Mas. Una vez demostrado el rotundo poder de la convocatoria electoral para neutralizar a competidores tan importantes como ERC, Mas controlaba ya de facto el proceso soberanista y podía estirar de la cuerda tanto como quisiese. Así gobernó durante 10 meses con total tranquilidad, sorteando una inofensiva “comisión Pujol” y con estabilidad parlamentaria plena.

Pero en junio, a pocos meses de la fecha pactada para los comicios, el líder de Convergència volvió a la carga proponiendo la lista conjunta en un llamamiento a la sociedad civil. La ANC, que Mas controla en su totalidad desde la llegada de Jordi Sánchez a su presidencia, convocó una consulta a su militancia como primer paso para apoyar la lista del president. Temiendo que Convergència liderase una candidatura con el apoyo de las entidades, la CUP y el vicepresidente de Òmnium, Quim Torra, propusieron una fórmula alternativa. Según su idea, las entidades independentistas integrarían una lista única independentista, con dos condiciones: que en ella no hubiera políticos y que no sirviera para formar Govern, lo que obligaba a una nueva convocatoria en pocos meses, esta vez sí con los partidos por separado.

La idea de la lista sin políticos parecía una ocurrencia. Pero en el extraño mundo del procés catalán, las ocurrencias con frecuencia funcionan si tienen un por qué. En el caso de la propuesta de la CUP y Òmnium, la idea era que las entidades puedieran bajar a la arena electoral para afrontar el plebiscito sin que su influencia fuera capitalizada por ningún partido para acceder al Govern. En Convergència, que había preparado cuidadosamente la maniobra para convertir el plebiscito en la reelección de Mas por la puerta de atrás, sonaron las alarmas.

La fórmula para salir del callejón fue, de nuevo, el botón rojo. La idea de la “lista sin políticos” acabó fracasando en una reunión en el Palau entre las entidades y los partidos independentistas en la que, según varios de sus participantes, Mas volvió a amenazar con no convocar elecciones si el 27-S no se acudía con una lista conjunta entre entidades, CDC y ERC, de la que él fuera candidato. 

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