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Sarfraz, Abusafian y Mazar, tres vidas apagadas por la precariedad

Imagen de la calle Grau i Torras del barrio de la Barceloneta en Barcelona, donde se ha registrado el incendio. EFE/Enric Fontcuberta

EFE

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Eran de Jajokey, localidad cercana a Gujranwala, en la región del Punyab, en Pakistán.

A Sarfraz se le veía día sí y día también pateando la arena de las playas de la Barceloneta ofreciendo mojitos y escondiéndose de la policía. Ha dejado viuda a su esposa y huérfanos a sus hijo e hija, que le esperaban algún día de vuelta a Pakistán y con los que hablaba cada día por videoconferencia.

A Abusafian hay que imaginárselo más joven, entre la veintena y la treintena, esquivando toallas y entonando el característico 'cerveza, beer, cola fría, amigo'.

Mazar pasaba horas dándole a los pedales, intentando convencer a alguno de los pocos turistas que este año circulan por la capital catalana de que se dieran una vuelta en su bicitaxi eléctrica.

Sarfraz, Abusafian y Mazar son las tres víctimas mortales que se han llevado consigo las llamas que esta madrugada han despertado sobresaltado a medio barrio de la Barceloneta, poco antes de las 6 h. Ahora solo cabe cruzar los dedos esperando que no se tenga que sumar en la trágica lista a Qamar, hermano de Mazar y con quemaduras graves, atendido a esta hora en la unidad de críticos del Hospital Vall d'Hebron.

Ellos cuatro compartían desde hace unos cuatro o cinco años unos bajos en la Barceloneta, el característico 'quart de casa', junto a Faysal -hermano de Qamar y Mazar- y a Qadeer. Por una treintena de metros cuadrados pagaban 700 euros mensuales y se debían conformar con una litera y cuatro colchones tirados en el suelo, un pequeño baño y una pequeña cocina, según han relatado a EFE varios de sus compatriotas, que se presentaban esta mañana abatidos a pocos metros de la escena.

Los hermanos Antisham y Aitzaz, de 23 y 25 años, dicen ser familia directa de tres de los fallecidos -Qamar, Mazar y Sarfraz-: ellos dos trabajan en dos colmados -uno en L'Hospitalet de Llobregat, otro cerca de la plaça de Sant Jaume- y forman parte de los aproximadamente 25 miembros de la familia que viven hoy día en Barcelona.

Creen, como el resto de sus compatriotas presentes y como también apuntan los Bomberos de Barcelona, que el fuego se ha originado por algún chispazo que habrá saltado de una de las baterías de las citadas bici-taxis que estaban enchufadas a la electricidad cargándose. Los Bomberos aseguran que el sistema eléctrico de los bajos estaba pinchado y no contaba con medidas de seguridad.

Las distintas versiones recabadas coinciden en señalar que los tres fallecidos no han conseguido salir del piso y se han visto atrapados por las llamas, pues no han logrado abrir una puerta que desde el otro lado intentaba desesperadamente tirar al suelo Qamar, que ahora se debate entre la vida y la muerte.

Muhammad Bilal también se gana la vida conduciendo bicis para llevar a turistas de un lado a otro: explica que paga por ella un alquiler de entre 70 y 80 euros por semana -otros años, con más visitantes, la cuota subía hasta los 200 euros semanales-, si bien este verano está siendo nefasto, ya que dice que en los últimos días no ha ganado un solo euro.

Alguien entre los presentes cuenta que uno de los inquilinos del piso incendiado había vuelto a casa sobre las cinco de la madrugada, pues se había pasado la noche intentando cazar a algún turista con su bici taxi. Una hora después se ha desatado el fuego.

Muhammad Maeem se encarga a su vez de intentar vender pareos a los bañistas que reposan en las playas de Barcelona y ayuda también a este periodista a aclarar el entramado familiar y las profesiones de las víctimas.

Igual que el presidente de la Asociación de Familias Paquistaníes de España, Tahir Rafi, que acude al lugar de los hechos y trata de clarificar detalles que la barrera idiomática dificulta precisar. Recuerda además que precisamente hoy se celebra la independencia de Pakistán, declarada nación soberana en 1947.

Por ahí pasa también Manuel Bonilla, cerrajero del barrio que había trabajado para los malogrados paquistaníes y que abandona entristecido el lugar sin parar de decir que eran todos “muy buenos chavales”. 

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