Juan Rana en el Cecopi

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“¿Quién es Cosme Pérez? / ¿Juan Rana quién es? / El rey de la gracia, / el alma del entremés.” Porque a veces una vive parcialmente en el barroco y se deja fascinar por sus historias y sus personajes, se puede topar con la figura de Juan Rana. En la España del siglo XVII, los actores ya se habían profesionalizado: de la mano de su —relativa— estabilización económica llegó también el despliegue de la fama de ciertos representantes, los comienzos del star system. Hubo varias mujeres poderosas en los corrales barrocos, pero no pudieron compararse con el fenómeno que se generó en torno al actor Cosme Pérez (1593-1672), aka Juan Rana. 

Este actor se especializó en piezas breves (los entremeses), cuyos personajes arquetípicos reconocía y aclamaba el público: antes como hoy, bien lo saben los amigos de Pantomima Full, resultaba central que los tipos cómicos fueran identificables. Solo así se puede entender el éxito que tuvo la figura del alcalde bobo cuyo epítome (¡qué palabras, señor!) sería Juan Rana. Entre el pastor bobo y el arlequín, las piezas cómicas que escribieron para él los mejores ingenios sabían reírse de la figura del poder, a la que ridiculizaban con su bastón de mando: “Juro a Dios/ que soy la ley y esto basta/ por tres razones: la una/ todos la sabéis bien clara,/ la segunda no se dice/ y la tercera se calla”. 

El actor, la persona tras la máscara, dejó un rastro documental que han seguido reconstruyendo hasta hace poco excelentes investigadores. Y ojalá se encuentren todavía más pistas en los archivos. Se ha destacado la llamativa presencia de Cosme Pérez en la corte de Felipe IV, el sueldo vitalicio que empezó a recibir cuando tuvo que dejar los escenarios, su confianza con la reina Mariana y su presunta homosexualidad. El comediante fue detenido en Madrid en 1636, en una redada contra un “enxambre de putos”, acusados de pecado nefando. Sin embargo, al mes siguiente, el famoso representante andaba ya libre. Como escribió Lope de Vega en una carta: solo ejecutaban a quien no tenía amigos, o sea, al que era “hombre bajo, que estos son los que queman”. 

En fin, no sabemos qué hay de cierto en esa acusación de 1636, pero tanto Juan Rana como los dramaturgos que escribían entremeses para él aprovecharon esa detención para subrayar su ambivalencia sexual en lo sucesivo y excitar los ánimos del público con esas provocaciones: mostraron al personaje embarazado, dando a luz, vestido de mujer, etc. Ya se sabe, las ranas no son ni carne ni pescado. 

En una estupenda pieza de la compañía Ron Lalá, Andanzas y entremeses de Juan Rana (2020), se recrea este caso de fusión entre persona y personaje: Rana es juzgado por la Inquisición y las pruebas en su contra son los entremeses que representó. En un momento dado, el alcalde bobo mete la pata y dimite “como hacen todos y cada uno de los gobernantes españoles a la mínima sombra de sospecha […] según la costumbre que ha convertido a nuestra nación en modelo de estados, norte de reyes y alcázar de discretos”. Las carcajadas en el teatro, el día en que asistí a la representación, fueron enormes al escuchar esto.

Me pregunté quién había metido a Juan Rana en la reunión del Cecopi, el día de la dana. Y no por su ambigüedad sexual, precisamente, sino por la cara de bobo que no sabía quitarse nuestro president Mazón por mucho que lo intentase

Mi querencia barroca se despertó al ver algunos cortes de los vídeos de hace casi un año, los que han salido estos días. Me pregunté quién había metido a Juan Rana en la reunión del Cecopi, el día de la dana. Y no por su ambigüedad sexual, precisamente, sino por la cara de bobo que no sabía quitarse nuestro president Mazón por mucho que lo intentase. Tal vez sí, era solo banalidad. Pero en el siglo de oro sabían bien que las alcaldadas tenían éxito precisamente por la dificultad de sobrellevar con dignidad el ejercicio del poder. 

En la obra que mencionaba, es lo que tiene el teatro, tras ser condenado por el tribunal de la Inquisición, Juan Rana acaba de alcalde perpetuo en los infiernos (de donde por cierto escapa bailando). “¿Quién no ha errado? ¿Quién no ha sido/ pasto de la sed y el hambre? / ¿Quién no ha sido bobo un día/ o majadero una tarde?”, argumentaba un personaje para defender al alcalde en la obra. Sin duda nuestro Juan Rana president sintió hambre y sed, también fue majadero aquella tarde; veremos si con las nuevas pruebas documentales que han aparecido estos días logra escaparse del juicio bailando el zarambeque, como acostumbraba a hacer su homónimo, el alma del entremés.