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CV Opinión cintillo

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De las ciudades, la sinfonía

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“Jo sento, dalt del Palatí, llançar-se

els mil·lenaris sobre els meus sentits

i vull atènyer dins l’espill de Roma

l’esperança més ferma en el futur“

Miquel Dolç. Santa María del Camí, Mallorca-1973

No es preciso ir a Laponia para encargar los regalos en directo a Papá Noël. En la calle san Pedro de la Ciudad Vieja de Jerusalén -capital de ciudades y centro del mundo- a un paso del Santo Sepulcro, Santa Claus tiene su casa de representación para competir con los Reyes Magos de Oriente en sus dominios. A un paso de Nazareth y de Belén. No lejos del muro de las Lamentaciones y de la explanada de las Mezquitas. Las ciudades tienen alma. Tienen vida. Atraviesan crisis y se desorientan. A veces descarrilan. La ciudad de València ha sufrido uno de esos embates por los que una urbe pierde su sentido. Desde la primera década del siglo XX hasta el primer cuarto del XXI. Se prolonga demasiado tiempo la carencia de proyecto urbano en la cúspide de un país, el valenciano. El esqueleto de una villa lo constituyen sus edificios y sus calles, los puentes de un río que no ejerce y su emplazamiento logístico. Aspectos del proceso de conurbación que anexiona al corazón de su Ciutat Vella los distintos anillos de sus prolongaciones y ensanches. València, poco respetada en su historia y esencia, sufre las inclemencias que configuran el estado actual de la zona de vida en común de lo que fue el Regne de València y solo se explica como País Valenciano.

La ciudad en el centro

El caso metropolitano de València no es el único ni el primero. Tampoco el maś grave. Al margen de la macrópolis de Madrid –capital del Estado– y de su hipercrecimiento en burocracia y acumulación de poder, Barcelona, contrapunto metropolitano, ha soportado dos considerables impactos en su tendencia de futuro: la decadencia ocasionada por el conflicto independentista y la irrupción de la epidemia por Coronavirus que afecta al mundo. Barcelona tiene disponibles un centenar de proyectos integrales para relanzar su recuperación. De toda índole. Modestos, sesudos, interesados, de y para los ciudadanos, revolucionarios, progresistas, conservadores. improvisados y profusamente elaborados. El último publicitado, el de la gran patronal Foment del Treball Nacional. Más Lobby que organización empresarial–que se somete a transparencia y procesos electorales– de 250 años de vida, presidida por un político profesional, Josep Sánchez- Llibre. Quien fue durante muchos años el representante de Convergència i Unió, en el Congreso de los Diputados en Madrid. Con una trayectoria eficaz para los intereses de Catalunya. Sánchez-Llibre en las líneas maestras de su plan estratégico ha situado el relanzamiento de la compleja realidad de Barcelona, como condición necesaria para la estabilidad y la “renaixença” de Catalunya.

El papel de la urbe

La ciudad de València sufrió su prueba de fuego después de cuarenta años de dictadura, tres ayuntamientos socialistas no exentos de altibajos y 25 años de gobierno municipal del Partido Popular, con regusto predemocrático. La ciudad perdió el rumbo y abandonó el liderazgo en la política autonómica de la Generalitat. Décadas negras donde predominó la corrupción –preferentemente inmobiliaria– y el sinsentido, impregnaron la vida ciudadana. En 2015 la política municipal valenciana pasó a la coalición política de Compromís, PSOE y Podemos, que se conoce como del “Rialto”. Se hizo inventario de lo que quedaba y de lo que no existía, al tiempo que se sanearon las cuentas de una gran ciudad donde predominaba el despotismo corrupto. Su patrimonio: las Ciudades de las Ciencias y de las Artes, junto con la absurda sala de cine l’Hemisfèric, el Ágora sin definir, l’Oceanogràfic, dos ediciones ruinosas de la América’s Cup de Vela y otras tantas de las carreras de Fórmula 1, (cuyo coste aún se adeuda), la quiebra fraudulenta de la institución Feria València y un eficiente Palacio de Congresos donde se fraguaron malversaciones y turbios negocios. Un Ayuntamiento donde la alcaldesa, Rita Barberá, estaba enfrentada con Alfonso Grau, su teniente de alcalde. Cada uno tenía a sus concejales fieles que no se relacionaban con los del otro. De ahí y de los fondos que desaparecieron para financiar las últimas campañas electorales, provino el conocido “pitufeo”,que se tuvo que organizar, por el enfado de Grau, cuya pareja había sido relegada en la lista electoral a los últimos puestos. Y la ciudad de València sin atender sus proyectos y necesidades, desde una alcaldía decorada con lienzos prestados, andrajos y sofás cuarteados.

Silencio mortal

Angel Ganivet, decía que “las ciudades donde falta el contrapeso de las ideas, son como los desiertos: un día en silencio mortal, y otro agitado por los más violentos huracanes”. En València no asusta el griterío sino el empeño en callar. El sigilo en torno a la realidad que nos rodea desde mediado el siglo XX. El Museo de Bellas Artes- ¿de san Pio V , de san Carlos?- a orillas de lo que fue el río Turia es de titularidad estatal. Del ministerio de Cultura que incumbe a Miquel Iceta. Un catalán del PSOE que sabe de qué va la estratagema del centralismo. Lo gestiona la Generalitat Valenciana. Un regalo envenenado porque vive en la penuria de la escasez de recursos que se conoce cómo deficitaria financiación injusta del País Valenciano. Sus responsables reconocen que con dificultad logran atender el mantenimiento y el gasto corriente. Museo singular y destacado que complementa y explica el esplendor multidisciplinar del inigualable Museo Nacional del Prado , junto al Real Jardín Botánico, de Madrid. Nada tiene que hacer una pinacoteca– comunitaria, autonómica, de provincias– frente a lo “Nacional” del Prado o lo “Real” del Botánico. Uno dirigido hoy por un valenciano, Miguel Falomir y el otro impulsado por el primer director, también valenciano, con formación científica que lo impulsó, Antonio José de Cavanilles (1745-1804) . Se guarda silencio culpable en torno a este escándalo artístico con profundas repercusiones en la vida y en la economía de los ciudadanos. Nuestros empresarios beligerantes por la tasa turística desde la CEV y la Cámara de Comercio, miran hacia otro lado. ¿Una patronal y una institución empresarial sirven únicamente para los convenios colectivos y para conspirar para la agitación política? No sólo en eso, sino en casi todo. ¿Cómo se puede entender la existencia y la misión de una Cámara de Comercio, la de València, que carece de Servicio de Estudios para interpretar e iluminar el tenebroso panorama de la economía valenciana? Lo tuvo y se borró de su quehacer por sospechoso. Aún recuerdo su último informe en 1995 que aireó el destino de los fondos de las grandes fortunas autóctonas hacia paraísos fiscales. Escarmiento iracundo del presidente cameral Arturo Virosque y silencio sepulcral. Nadie investiga, nadie estudia, nadie informa y la Comunidad Valenciana retrocede. Calla y se resigna a un futuro incierto. La ciudad de València, capital - en la cúspide institucional y representativa– ordena su hacienda, remoza su imagen e ignora de su compromiso histórico. ¿Si no habla la capital, ante la inhibición dela Generalitat, quien lo habrá de hacer? La ciudad son los dirigentes que la representan y los humanos que la habitan. Lo que abandonan los políticos, de aquí y de allá, lo tendrán que reivindicar y exigir los contribuyentes.

Capitales con alma

La ciudad no es un ente aséptico. Asume la realidad y el sentido de su entorno. No es ajena a la historia que la liga a su misión. Quien quiera entender la ciudad de Estambul-Constantinopla, ha de pasar por el café de Pierre Lotti, sobre el Bósforo, adelantado en las aguas del Mármara. De esta metrópoli a caballo de Europa y Asia, escribió: “esta punta de Estambul, con Santa Sofía y el Viejo Serrallo, es tal maravilla que su simple indicación y presencia es suficiente para evocar, bajo el decorado moderno, el recuerdo y el respeto por el magnífico pasado”. Las urbes que perviven en los siglos no exhiben cemento ni asfalto. Dejan claro su sentido y su personalidad. Roma, París, New York, Venecia, Lisboa, Atenas, Turín, Bolonia, Trieste, Nápoles, Berlín o Jerusalén. La ciudad perpleja de Jerusalén conserva su parte vieja amurallada con ocho puertas de acceso. Siete practicables y una, muda, que permanece cerrada, la puerta Dorada (Bab Rahmeh), a la espera del Mesías hebreo. Punto de encuentro en la parte oriental de la Explanada de las Mezquitas. El Santo Sepulcro de los cristianos sigue guardado, a lo largo de los siglos, a cargo de una familia árabe que hereda sus llaves de padres a hijos. Protagonista del enfrentamiento contra el Ayuntamiento judío por un impuesto abusivo. Ganó el recinto sagrado que se disputan católicos (franciscano), armenios y ortodoxos, junto al Muro de las Lamentaciones. Custodiados por islámicos. Un lugar infeliz para todos. Ciudad de inquietante equilibrio, hoy alterado a favor de la causa sionista.

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