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CV Opinión cintillo

Defensa de la democracia

Manifestación en São Paulo en contra del intento de golpe de Estado
13 de mayo de 2023 22:05 h

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Votar en tiempos de retroceso de la democracia en el mundo da que pensar. Metidos en año electoral, con las urnas autonómicas y municipales a la vista, y las generales en el horizonte de unos meses, es lícito preguntarse por el valor de la movilización colectiva que suponen los procesos políticos en marcha. Formamos parte de la minoría de países en los que existe un sistema democrático homologable, no solo porque nos convocan a las urnas en un ambiente sin coerciones, con unas reglas claras, sino porque vivimos en una sociedad donde el pluralismo y las libertades públicas están garantizados, lo que no quiere decir que no discutamos sobre leyes, formas de convivencia o reformas de las instituciones, ni que no denunciemos abusos e injusticias y contrapongamos acaloradamente ideas y aspiraciones. Si hay algo que propicia la democracia moderna es precisamente la posibilidad de resolver los conflictos sociales sin acudir a la violencia.

Ya lo explicó Norberto Bobbio: la democracia está siempre en transformación, porque es un camino, un sistema que se reajusta de forma permanente. Y que está sometido a amenazas externas (la guerra en primer lugar) y peligros internos que el gran politólogo italiano caracterizaba como “promesas incumplidas”. Se refería a la incorrecta representación de intereses, la existencia de ámbitos a los que no llega propiamente la democracia, la supervivencia de oligarquías en su seno y de lo que denominaba “el poder invisible”, los déficits de educación ciudadana y, en general, el espacio limitado en el que el mecanismo democrático funciona.

Hoy en día resulta especialmente inquietante el problema del “poder invisible” en una era dominada por la tecnología digital, la globalización de las comunicaciones, las redes sociales y las computadoras, con la inteligencia artificial abriéndose paso estrepitosamente. En una sociedad donde se han sofisticado los instrumentos de control de la ciudadanía adquiere una importancia vital el control público del poder, y no exclusivamente del poder político. Con todo, a partir de la definición mínima de democracia, que Bobbio formuló como “un conjunto de reglas procedimentales para la toma de decisiones colectivas en el que está prevista y se propicia la más amplia participación posible de los interesados”, la convivencia democrática retrocede en el mundo.

Hemos visto intentos de asalto a las instituciones en dos de los más grandes países democráticos, Estados Unidos y Brasil; observamos a grandes naciones, como Rusia y la India, deslizarse hacia la autocracia desencadenando guerras y fuertes tensiones geopolíticas; asistimos a una llamativa involución en estados como Hungría y Polonia en el seno de la mismísima Unión Europea... El último informe de V-Dem, un instituto con sede en la Universidad de Gothemburg, en Suecia, que monitoriza la evolución de la democracia en el mundo, alerta de un proceso de “autocratización” que se ha acelerado en los últimos 10 años. “Los avances logrados en los niveles globales de democracia en los últimos 35 años se han esfumado”, destaca el documento, que señala que el 72% de la población mundial -5.700 millones de personas- vive en autocracias y el grado de democracia del ciudadano promedio mundial se sitúa en niveles de 1986. “Por primera vez en más de dos décadas, el mundo tiene más autocracias cerradas que democracias liberales”, añade el informe para proclamar “un récord de 42 países en vías de autocratización”, que abarcan el 43% de la población mundial, frente a los 33 países y el 36% de la población de un año antes.

La libertad de expresión se deteriora en 35 países, cuando hace 10 años solo ocurría en siete; la censura gubernamental de los medios de comunicación aumenta en 47 estados; la represión de las organizaciones de la sociedad civil se agrava en 37, la calidad de las elecciones empeora en 30... El panorama resulta abrumador y los autores del informe de V-Dem advierten de que “desinformación, polarización y autocratización se refuerzan mutuamente”. Contra todo pronóstico, la democracia está a la defensiva a estas alturas del siglo XXI, con implicaciones notables, por ejemplo en la alteración de los equilibrios del poder mundial. Las democracias representaban en 1998 el 74% del comercio mundial, y han retrocedido al 47% en 2022, las dictaduras y las autocracias dependen cada vez menos de las democracias para sus exportaciones e importaciones.

Consideraba Franklin Delano Roosevelt que el fascismo consiste en la apropiación del Estado por parte de un individuo, un grupo o cualquier poder privado, una tendencia contra la que hay que luchar. Pero es precisamente la pendiente por la que, ahora mismo, se precipita el mundo, una vez constatado el fracaso de la fantasía neoliberal que auguraba que el capitalismo globalizado difundiría de forma natural la fórmula democrática (véase el caso de China). La realidad es que en muchas sociedades democráticas, como la nuestra, algunos sectores derivan hacia el autoritarismo postdemocrático. Y que en decenas de países, millones de personas luchan, sometidas a niveles variables de represión, por conquistar o restaurar la libertad de expresión, el debate libre y el pluralismo político, el derecho al disenso, la posibilidad de formar mayorías alternativas y el poder de cambiar de gobierno. Luchan por ese “ideal reajustado” que, según Bobbio, es la democracia, siempre imperfecta, siempre en transformación. Por eso acudir a votar en este contexto da tanto que pensar.

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