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A vueltas con el populismo

Simón Alegre

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Elevar a la categoría política de normal lo que a nivel de calle es plenamente normal. Una frase de Adolfo Suárez, muñidor principal del Régimen del 78. Viene como anillo al dedo para quitar hierro y gravedad a la acusación de populismo a Podemos.

En efecto, no procede aproximarse al populismo en términos de anormalidad o condena ética. Se trata de una dimensión retórica y no de una ideología al uso. De la imprecisión y la vaguedad extrae su potencial aislante ante los ataques de las formaciones convencionales, aturdidas por no poder dirigirse a un fenómeno delimitable. Canovan, por ejemplo, afirma la imposibilidad de definir el populismo.

Será mejor citar dos ejemplos cercanos para comparar algunas características comunes a los populismos: Unió Valenciana (capital: Valencia) y Podemos (capital: Madrid).

El líder ha de compartir rasgos con su público (González Lizondo había participado en las concentraciones callejeras de la Transición y Pablo Iglesias tiene una trayectoria destacada en movimientos sociales alternativos)

Carácter autoritario (González Lizondo eliminaba la disidencia sistemáticamente; Pablo Iglesias, de manera más subrepticia, pero igualmente efectiva)

Ni de izquierdas ni de derechas (“sino todo lo contrario” (Miguel Ramón Izquierdo), “un juego de trileros” (Pablo Iglesias))

Retórica por encima de programas (“nuestro programa está en el Himno” (García Broch), “el cielo no se toma por consenso, sino por asalto” (Pablo Iglesias))

Centralidad de la sinécdoque (los valencianos auténticos, los de abajo)

Chivo expiatorio (los pancatalanistas y colaboracionistas, en general; la Troika y los de arriba, en sentido amplio)

El paraíso perdido (la arcadia rural valenciana que ya no existe, las plazas)

Militancia abnegada (único partido valenciano con representación cuyos militantes pegaban la cartelería, reyes del crowdfunding)

Tampoco resultan ajenos otros lugares comunes de los populismos de ayer y hoy, como la endogamia del núcleo dirigente o la arbitraria administración de inclusiones y exclusiones en las categorías ingroup de pueblo y antipueblo (“Botín no es casta”).

En resumen, en política está todo inventado. Menos menosprecio al populismo y más autocrítica respecto a las demandas insatisfechas de las que surge.

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