Adiós carne, hola vegetales: ¿solución o disparate ante la advertencia de la OMS?

Foto: Wkimedia Commons

ConsumoClaro

Las conclusiones de la OMS de la semana pasada al respecto del consumo de carnes tratadas y carnes rojas, supusieron un enorme impacto mediático a nivel mundial, tanto por lo que refiere a cuestiones de salud como en lo tocante a lo que puedan suponer las mismas para el consumo y la economía. Por muchos matices que se hicieran a posteriori, las primeras declaraciones de los responsables del organismo dejaron una sombra de duda que probablemente cambiará los hábitos alimentarios de muchas personas a nivel global.

Pero más allá de una toma de conciencia sobre lo que implica abusar de determinados alimentos, en este caso las carnes, las recomendaciones de la OMS han tenido una carga de fondo: han abierto el debate sobre si la demanda actual de carne a nivel global es o no sostenible. Desde los inicios de este siglo esta se ha disparado, gracias al crecimiento económico de los países emergentes, sobre todo los del sureste asiático y en especial el gigante chino. ¿Somos demasiados a pedir bistec? Parece que sí, y diversos datos lo avalan.

La ganadería intensiva es energéticamente muy costosa

La producción de un kilo de carne, respecto al mismo rendimiento en materia vegetal, requiere mucha mayor aportación energética en forma de alimentos, recursos y terreno:

  • Una vaca come unos diez kilos de cereales para aumentar un kilo de músculo; un cerdo unos tres kilos aproximadamente.
  • También consume casi diez veces más agua un animal para aumentar ese mismo kilo que un cultivo en producir el mismo peso en producto vegetal.
  • En consecuencia, para alimentar el ganado se necesita un alto porcentaje de superficie de cultivo, entre cuatro y diez veces más de lo que supondría que nos comiésemos nosotros el cereal que damos a las vacas o los cerdos.
  • También en equivalencias medias, el gasto de agua se reduciría en nueve veces si cultivásemos para el consumo propio en lugar de para la obtención de carne.
  • Hay que tener en cuenta que hoy un tercio de los campos de cultivo se dedican a cereal para pienso, y que en algunos países de Latinoamérica este tipo de cultivo ocupa gran parte de su superficie. De hecho la FAO lanzó en 2005 un comunicado advirtiendo de que la extensión de la ganadería estaba implicando el desecado de vastas zonas de la Amazonia, con la pérdida de biodiversidad subsiguiente.
  • A todas estas ineficiencias ecológicas hay que añadir que, de nuevo según la FAO, las flatulencias y eructos de los rumiantes contribuyen en un 15% a las emisiones de gases responsables del cambio climático.

En resumen, según numerosos expertos, de crecer la demanda mundial de carne al ritmo actual nos enfrentaremos ante una nueva alerta ecológica, ya que se requerirán más zonas silvestres para transformarlas en pastos, más recursos hídricos y se emitirá una mayor proporción de gases de efecto invernadero.

¿Es más eficiente la agricultura industrial?

Ante tal disyuntiva, se proponen diversos modelos que pretenden frenar la demanda o, al menos, hacerla sostenible. Uno de ellos es la conversión -radical o paulatina- de la población al veganismo estricto o, al menos, a un vegetarianismo que consumiera en baja intensidad derivados animales como miel y en menor medida productos lácteos. ¿Sería posible un nuevo orden mundial vegano?

Desde el punto de vista energético, sin duda aminoraría mucho en primera instancia la explotación de los recursos naturales y optimizaría el uso del suelo para consumo humano. Pero no todos los expertos tienen tan claro que las cuentas salieran desde el enfoque ecológico; siempre contemplando un escenario radical y por supuesto dejando a un lado los aspectos morales y y dudosamente éticos del tratamiento y el sacrificio industrial de animales.

Para empezar, no todos los cultivos son tan eficientes como los cereales de secano. Por poner un simple ejemplo, el maíz en algunas zonas del planeta -y de España- precisa de un importante aporte hídrico que también desgasta las reservas del subsuelo. Un caso claro de alta demanda hídrica son los cultivos de arroz, un cereal que se destina casi enteramente a consumo humano y en amplias regiones sustituye al pan como base dietética de hidratos de carbono.

Cultivar arroz implica el desvío de caudales de ríos a terrenos de cultivo que antes fueron marismas y han sido desecados, perdiendo su ecosistema numerosas especies. También los cultivos de huerta requieren importantes caudales para ser eficientes, sobre todo si trasladamos su producción a escala global. Imaginemos a toda la humanidad consumiendo solo verduras y cereales; ¿de verdad creemos en el mito de las redes de pequeños huertos? O tal vez, ¿se parecerían más a las grandes explotaciones de monocultivos actuales?

La carne, producto de élites pero no capricho

En la actualidad solo una minoría de humanos consume carne y se dedica un tercio de la superficie cultivada a alimentar al ganado; es decir al privilegio de unos pocos. Ahora bien, aunque es cierto que este tercio podría estar disponible para consumo directo de alimento, también lo es que la carne tiene un alto valor nutritivo que no presentan la mayoría de vegetales. El valor nutritivo -no solo en aporte protéico sino también vitamínico y en aminoácidos esenciales- de la carne debería ser compensado con mayor consumo vegetal, cuantitativo y cualitativo.

El que más de dos tercios de las personas no consuman carne no significa que estén bien alimentadas. Al contrario, las zonas mayoritariamente vegetarianas son las más pobres y presentan serios problemas de desnutrición y carencia de algunos aminoácidos y vitaminas esenciales. Por lo tanto, es viable tener en cuenta la hipótesis de que tal vez se precisaría de una mayor superficie para alimentar de manera eficiente a todo el planeta. Es decir, sin desnutrición y dedicando ciertas áreas a cultivos de suplemento que cubrieran las carencias de una dieta vegana estricta.

En este sentido, quizá sería necesario mantener los actuales cultivos de soja que hoy se dedican al alimento del ganado, solo que en un mundo vegano estarían centrados en sustituir los aminoácidos esenciales y las vitaminas que obtenemos de la carne, ya que esta planta es de las pocas que los posee. Siempre en el campo de la hipótesis, ello podría redundar en un mayor requerimiento de superficie cultivable y, por lo tanto, en una progresiva conversión de zonas silvestres en cultivables.

Ecólogos contra el veganismo

A este respecto, el ambientalista argentino Claudio Bertonatti publicó el pasado agosto un artículo titulado “La confusión vegana” en el que aseguraba que un mundo estrictamente vegetariano supondría una catástrofe ecológica. Ciertamente sin aportar más datos que los de la especulación y la provocación, Bertonantti exponía la tesis de que este escenario implicaría un incremento de la superficie cultivada, afectando a la biodiversidad de muchos entornos silvestres y llevando a no pocas especies al riesgo de extinción por aniquilación de su ecosistema.

Bertonatti no es el único que opina así: Steven L. Davis, ecólogo de la Universidad Estatal de Oregón, publicó en 2002 un artículo titulado “The least harm principle suggests that humans should eat beef, lamb, dairy, not a vegan diet”. En el mismo sugiere que la alimentación vegetariana no reduce el número de animales que mueren en los campos de cultivo, sino que los podría incrementar. Davis fue contestado después detalladamente por Jason Gaverick Matheny, un doctorado en Economía Agrícola en la Universidad de Maryland, que publicó “Least Harm: A Defense of vegetarianism from Steven Davis's Omnivorous Proposal”.

En su artículo, Gaverick hizo un detallado parte del numero de muertes finales que suponía cada práctica, incluyendo los animales de consumo: ganado y aves de granja. Por descontado, ganaba por goleada la ganadería en cuanto a manos llenas de sangre, pero ello siempre y cuando no se tuviera en cuenta la disminución de diversidad. Parece fuera de dudas que donde hay un cultivo humano, difícilmente pueden vivir otras especies que no sean el objeto de la explotación.

Aún así, en el caso de ganadería intensiva no hay lugar para muchas mejoras a este respecto. Tampoco en numerosas ocasiones en la extensiva, y, como botón de muestra para darse cuenta de que este debate no está cerrado, baste señalar la tenaz persecución a que lobos y osos se ven sometidos en la península, siempre en nombre de la protección del ganado.

Veganos contra omnívoros: ¿quién contamina más?

Hay bastantes más estudios en uno y otro sentido que explican los problemas de cada una de estas economías aplicadas en el modo intensivo, y se extienden en una competición por ver quién contamina más. Unos ponen a favor del omnivorismo y la ganadería el hecho de que el uso de pesticidas produce un gran daño a la biodiversidad vegetal y contamina acuíferos. Los otros hacen hincapié en los antibióticos que se dan indiscriminadamente a los animales y que se filtran al medio ambiente, creando mutantes microbiológicos altamente infecciosos y conocidos como superbacterias.

Pero precisamente de lo que se trata es de analizar cómo sería un mundo totalmente vegano, y por lo tanto cabría preocuparse por la proliferación de pesticidas y herbicidas, muchos de los cuales acabarían efectivamente filtrándose a los acuíferos y llegando quizás al agua de consumo humano en mayor proporción de la recomendada. Podría ser un problema de salud importante si no se ejercieran los controles preceptivos, y sin duda supondría un aumento del gasto el destruir las trazas de estos compuestos complejos en las redes de distribución pública de aguas.

Una alternativa sería el uso y desarrollo de cultivos transgénicos que fueran más resistentes y competitivos y que requirieran menor uso de estos productos, pero actualmente encuentran una enorme oposición en amplios sectores sociales. Otro aspecto a tener en cuenta serían los requerimientos nutricionales de los cultivos, en forma de abonos químicos, que quizá aumentasen con el incremento de la demanda. Los fertilizantes químicos son un arma de doble filo, puesto que si bien aumentan la productividad de las cosechas, también salinizan a largo plazo el suelo y lo dejan inutilizable.

Es posible racionalizar y moderar su uso apostando por la gestión de abonos naturales y el reciclaje de restos orgánicos, pero exige disciplina y sería difícil asegurar que dicha gestión se practicaría en todas las regiones del planeta que se dedicasen a alimentar a la población. Además, en la actualidad el mayor aporte de fertilizantes naturales lo proporciona la ganadería -tanto ovina, como bovina, porcina o aviar-, a través de los excrementos y los descartes de comida. En el escenario que contemplamos desaparecería como práctica.

Creación de 'desiertos verdes'

Finalmente, habría que tener en cuenta qué sucedería en aquellas zonas ganaderas donde no es posible una agricultura eficiente, como zonas de alta montaña, zonas de nieves, poco lluviosas y pastos pobres y agrestes que solo son útiles para el consumo por el ganado. Lo más plausible es que estas áreas fueran abandonadas y asilvestradas, sin un control de la materia seca que acumulasen, con lo que la probabilidad de que fueran susceptibles a incendios difíciles de controlar se dispararía.

Por otro lado, muchas de estas zonas de ganadería en abierto mantienen la biodiversidad animal y vegetal gracias a la movilidad del ganado, que fertiliza el suelo y mueve semillas de un lado a otro. La FAO calculaba en 2001 que el pastoreo extensivo cubría el 25% de la superficie de la tierra y producía el 10% del aporte cárnico. Diversos estudios ponen énfasis en el peligro de abandono de estas tierras, que perderían su biodiversidad hasta convertirse en lo que se conoce como 'desiertos verdes'. Es decir zonas pobres en biodiversidad y pobladas por una sola especie vegetal.

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