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Vamping: la recurrente leyenda urbana de la luz azul 'asesina'

Foto: Bosland Corp.

Jordi Sabaté

Jokin, lector y socio de eldiario.es, nos hace la siguiente petición por nuestro canal de Facebook, en concreto en los comentarios al artículo Pantallas de móviles, e-books y tabletas: ¿dañan la vista?: “Está bien aclarar esto, pero no os mojáis con el tema de la luz azul de estas pantallas ¿Alteran el ciclo del sueño si se miran por la noche? ¿Es tan malo hacerlo como se dice o solo es información falsa para vender esas gafas naranja horrorosas que usan los informáticos?”.

Que abusamos del móvil y las tabletas casi todos los tenemos claro a tenor de la cantidad de conectividad y sobreinformación que soportamos y que nos tiene casi siempre pendientes de las pantallas en busca de un nuevo “like” en Facebook o del mensaje de una amistad en WhatsApp, entre otras aplicaciones que nos crean la actual tensión comunicacional. 

Dicho esto, más allá del estrés y la pérdida de tiempo que nos puede provocar el estar demasiado pendientes de las pantallas tecnológicas, se aprecian pocos daños más provocados por estos dispositivos. Si acaso, el esfuerzo ocular que ejercemos, y que a la larga nos acelera el síndrome de la presbicia o vista cansada, tal como explicamos en el artículo que menciona Jokin.

Ahora bien, existe una leyenda urbana recurrente en internet sobre la costumbre de mirar pantallas de luces LED antes de ir a dormir, lo que se ha venido a denominar coloquialmente “vamping”. Según esta leyenda, muy extendida y con aparentes fundamentos científicos, la luz azul que emite la luz LED de los dispositivos tecnológicos retroilumnados incide de manera negativa sobre la secreción de melatonina por parte de la glándula pineal, en el cerebro.

Ocurre que la melatonia es la hormona que nos induce al sueño, por lo que al ser inhibida bajan sus niveles en sangre: o bien nos cuesta más coger el sueño o directamente no entramos en la fase hipnótica. Por lo tanto, la práctica de vamping incidiría negativamente sobre la calidad de nuestro sueño o nos provocaría insomnio. De ello se derivaría un menor consumo de glucósidos por parte del cerebro durante el sueño al no ser tan profundo y, por tanto, una acumulación de azúcares en sangre que pasarían a formar tejido adiposo y forzarían al páncreas a fabricar más insulina, provocando obesidad y aumentando el riesgo de incurrir en la diabetes de tipo 2.

Verdades a medias no son ciencia

Tal como explicaba ya en 2015 el oftalmólogo y cirujano Rubén Pascual, autor del blog Ocularis, la suposición de que la luz azul de los dispositivos tecnológicos incide negativamente por la noche en la calidad del sueño, si bien no es descartable, tampoco está demostrada científicamente, es más bien una verdad a medias que se ha extendido forzando los resultados de diversos estudios al respecto.

Por ejemplo, Pascual cita estudios que demuestran la incidencia de la luz azul aislada –o pura– sobre la retina y cómo desde esta existe un circuito nervioso que conecta con la glándula pineal y es capaz de inhibir en mayor o menor medida la secreción de melatonina. Pero destaca el oftalmólogo que no existen experiencias con luz azul combinada con otra del espectro del rojo, que es lo que muestran los LED de las pantallas. Es decir, que no sabemos cómo puede interferir. 

Por otro lado, Pascual destaca que el ojo humano está adaptado a ver en condiciones nocturnas gracias a la mayor sensibilidad de la retina a la luz azul respecto a la luz del espectro del rojo. Por lo tanto, evolutivamente, nuestro ojo está mejor dispuesto al espectro del azul que al rojo de las bombillas incandescentes. No parece entonces plausible que la iluminación de las pantallas de móviles y tabletas pueda alterar nuestros ritmos circadianos.

Adicionalmente, Pascual desataca en su blog que los estudios existentes sobre el papel de la melatonina en la regulación del sueño no han sido realizados en humanos, sino en ratones de laboratorio, “que tienen un sistema nervioso sustancialmente diferente del nuestro”, por lo que la melatonina podría no ser en humanos la única sustancia que regule el ciclo del sueño. 

En respuesta a ConsumoClaro, Rubén Pascual nos hace saber, además, que las hipótesis que mantenía en 2015 siguen siendo válidas hoy en día y añade un estudio en el que se demuestra que los tratamientos con melatonina para regular el sueño no solo no son útiles en humanos, sino que pueden ser contraproducentes, causando efectos adversos neuropsiquiátricos, cutáneos y digestivos, entre otros. 

“Si la melatonina no cumple ningún papel significativo en humanos en cuanto a la regulación del ritmo circadiano, toda la hipótesis de la luz azul se cae sola. Y es lo que tiene intentar extrapolar lo que le pasa a una rata a lo que le pasa a un humano”, nos dice Rubén Pascual. Para él, el papel de la melatonina en ratones es “un mecanismo primordial de regulación en animales con un cerebro mucho más pequeño, que en nuestro caso se puede quedar como un mero remanente, un sistema residual, 'fósil', que se ve ampliamente superado por unos circuitos neurológicos mucho más complejos”.

Más daño hace el alumbrado urbano

Ahora bien, detrás del tema de vamping subyace, posiblemente, tal como insinúa Jokin, un interés de ciertas empresas en promocionar determinados filtros para lentes que bloquean la luz azul y que teóricamente solucionarían el problema de bloqueo de la melatonina. Sobre ello hablamos en su día en el artículo Lentes con filtros bloqueadores de la luz azul: ¿sirven de algo?, donde explicamos que este tipo de soluciones están seriamente cuestionadas desde el punto de vista científico.

Para terminar, dejar claro que mucho más estresante y perturbador para el ciclo del sueño es el alumbrado urbano de las grandes ciudades, que también está basado en LED de luz azul. Pero lo es no porque este tipo de luz perturbe la secreción de melatonina en sí, sino porque su potencia es mucho mayor que cuando se basaba en luces incandescentes, con lo que se genera un nivel de luminosidad nocturna excesivo. Es decir, la luz azul no actúa en este caso cualitativamente, sino cuantitativamente. Lo explicamos en Alumbrado urbano LED y salud: ¿un binomio imposible? 

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