Cuatro formas de recuperar la empatía, de la meditación a los medicamentos

Dos personas empatizan

Darío Pescador

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Si lloraste con el final de 'Titanic', eres incapaz de ignorar el llanto de un bebé o sufres viendo las noticias de la guerra en Ucrania, es porque tu cerebro tiene una capacidad llamada empatía. La empatía es simplemente la capacidad de comprender y compartir los sentimientos de otra persona. Se deriva del griego pathos, sentir o sufrir, y en los últimos años se ha revelado como un factor psicológico imprescindible para conectar con otros seres humanos, aprender y desarrollarnos. 

Sin embargo, vivimos en un entorno social donde no se favorece la empatía. Los estudios han observado que la empatía ha disminuido en las últimas décadas a medida que ha cambiado el consumo de los medios, primero con la televisión en los años 70 y de forma más pronunciada con el uso de Internet y redes sociales en el nuevo milenio. Al mismo tiempo, ha aumentado el narcisismo, que es en esencia lo opuesto a la empatía.  

Cómo funciona la empatía

La explicación tradicional de la empatía se basa en la teoría de la mente que dice que podemos entender lo que otra persona está pensando y sintiendo basándonos en nuestras reglas internas sobre cómo se debería sentir. 

Pero, aunque la empatía tiene un componente cognitivo en el que podemos “entender” cómo se siente alguien, parece ser un sistema mucho más primitivo basado en las emociones. Esta es la teoría de la simulación. Cuando vemos a una persona experimentando una emoción, 'simulamos' esa misma emoción en nosotros mismos.

Esta teoría se apoya en el descubrimiento de las “neuronas espejo”, que se activan en nuestro cerebro y nos hacen sentir una emoción cuando se observan las emociones de otros. Son las que nos hacen decir “eso me ha dolido” cuando vemos a alguien recibir una patada en los genitales e instintivamente nos contraemos.

La empatía nos concedió una ventaja evolutiva como especie. Seguramente, surgió a partir del mecanismo que rige los cuidados que los mamíferos por sus crías. Las crías de hembras que responden a sus necesidades, sus llantos y sus llamadas de ayuda sobrevivían más. Esto explica en parte las diferencias de género en la empatía humana.

Se ha comprobado que los comportamientos prosociales, como la ayuda altruista, surgen en la infancia. Los bebés de tan sólo 12 meses de edad son capaces de consolar a otros bebés angustiados. Sin embargo, la empatía no es algo con lo que nacemos sino algo que aprendemos y desarrollamos a lo largo del tiempo y en relación con nuestro entorno social.

Al mismo tiempo, hay personas que no experimentan empatía. La psicopatía se caracteriza por la falta de empatía emocional y un desinterés en lo que sienten otras personas. Esta falta de empatía es algo que influye en el comportamiento de mucha gente, desde la persona que no se detiene en un paso de cebra en el caso más leve hasta los crímenes de un asesino en serie en el más grave. 

Aprender la empatía

Pero, ¿podemos aprender a empatizar con otras personas? Las investigaciones indican que sí. Por ejemplo, se ha comprobado que incluso los psicópatas que no tienen esa activación “automática” de la empatía, pueden responder con empatía si se les instruye para que se esfuercen en sentir lo que sienten los demás.

Otra pregunta necesaria es si la empatía nos hace mejores personas. Aunque la capacidad de ponerse en los zapatos de otros puede fomentar la colaboración y los comportamientos prosociales, también tiene un lado oscuro. 

Por ejemplo, la empatía emocional excesiva por las personas de nuestro grupo social o racial puede hacer que sintamos menos empatía o que incluso deshumanicemos a los miembros de otros grupos o razas. En un experimento se compobó como las personas blancas eran capaces de empatizar con expresiones de dolor de otras personas blancas, pero no tanto con asiáticas. En otro estudio, se vio que los hinchas de un equipo sentían el dolor de sus jugadores en el campo, pero no el de los del equipo contrario.

Por eso incrementar la empatía emocional sin un entendimiento profundo del otro puede que no sea suficiente. Hay varias técnicas y tratamientos que pueden ayudar:

  • Meditación: la meditación budista Mettā o del amor benevolente (loving kindness) se basa en ejercicios mentales que ayudan a tomar perspectiva y aumentar nuestra compasión hacia todos los seres sintientes, incluidos nuestros enemigos. En ensayos clínicos se ha comprobado que este tipo de meditación incrementa la empatía y puede ayudar con la ansiedad social, los conflictos de pareja y el control de la ira.
  • Voluntariado: hay una relación clara entre la capacidad para la empatía, la salud mental y la participación altruista en actividades de voluntariado. Al revés también funciona: las personas que comenzaron a participar en actividades de voluntariado vieron cómo aumentaba su empatía y su salud mental.
  • Tener mascota: tener un perro, un gato u otra mascota se ha revelado como una forma de mejorar el estado emocional de los jóvenes, con descenso de la delincuencia, mejora de los síntomas de depresión, mayor empatía y comportamiento prosocial. Los resultados se mantuvieron incluso al eliminar la influencia de las variables como el nivel de vida o nivel educativo.
  • MDMA: esta sustancia, conocida como éxtasis por sus usos recreativos, se ha revelado en los últimos años como una potente herramienta en el tratamiento del estrés postraumático en veteranos de guerra y personas que han sufrido violencia y abusos, y está en camino de ser incorporada como tratamiento de elección. Además, hay otros estudios que se centran en su capacidad para amplificar la empatía emocional, tanto hacia los demás como hacia uno mismo, lo que podría ayudar con el tratamiento del autismo y la terapia de parejas.

Como seres humanos, nos necesitamos unos a otros para sobrevivir. En este sentido, la empatía es el pegamento que mantiene unida la humanidad.

* Darío Pescador es editor y director de la revista Quo y autor del libro Tu mejor yo publicado por Oberon.

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