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Los seres humanos hacemos la historia en condiciones independientes de nuestra voluntad.

Porque me da la gana

Mariano Rajoy junto a Pablo Casado

Javier Pérez Royo

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“Porque me da la gana”, fueron las palabras con las que respondió Mariano Rajoy en televisión a un pregunta sobre el por qué de la recogida de firmas en mesas petitorias extendidas por casi toda la geografía española contra la reforma del Estatuto de Autonomía de Catalunya. No había que perderse en matices. Había que “salvar a España” (¿les suena?) del riesgo de ruptura que la reforma estatutaria en Catalunya representaba. Si para eso había que recusar contra toda razón a un magistrado del Tribunal Constitucional (TC) para alterar el equilibrio en el interior del órgano que tendría que resolver el recurso, si había que impedir la renovación de los magistrados que habían agotado su mandato, si había que hacer lo que hiciera falta, se hacía.

La estrategia del PP tuvo éxito. El TC acabó aceptando convertirse en subcontratista de su política territorial y la comunidad autónoma de Catalunya se vio sometida a la humillación de haber sido el único territorio al que se le ha impuesto un Estatuto de Autonomía contrario al que había pactado su Parlament con las Cortes Generales y había sido ratificado en referéndum con casi el 80 % del voto ciudadano. En 2011, cuando no había transcurrido un año de la STC 31/2010 del mes de junio, el PP obtendría una mayoría aplastante en las elecciones municipales y autonómicas de mayo de 2011 y a finales de año alcanzaría una no menos aplastante mayoría absoluta en las elecciones generales. La estrategia anticatalana sin matices parecía ser rentable. La estrategia de la “humillación” parecía dar sus frutos.

En apenas cinco años los límites de la estrategia se han hecho visibles. Con base en la “humillación” no se puede gobernar en democracia. Se pudo gobernar, como lo hizo Franco. Pero no en democracia. Y los datos están ahí. El PP ha casi desaparecido electoralmente en Catalunya y, de rebote, en el País Vasco y con su discurso “españolista” extremo ha despertado al monstruo de la extrema derecha que tenía bajo su control, debilitándose con ello como partido de gobierno de España. Ha contribuido al mismo tiempo a que la derecha autonomista catalana se haya desplazado hacia la independencia y a que el conjunto de los partidos nacionalistas catalanes y vascos hayan acabado teniendo la mayor representación en el Congreso de los Diputados desde la entrada en vigor de la Constitución. Constitución que, por lo demás, de ser antes de 2010 aceptada de manera muy ampliamente mayoritaria en Catalunya y País Vasco, ha dejado de serlo. En eso se ha convertido para el PP el éxito combinado de la STC 31/2010 y de las elecciones municipales, autonómicas y generales de 2010. Es lo que tiene jugar a aprendiz de brujo.

Llevamos cuatro años de resaca de aquella estrategia brutalmente antinacionalista en general y anticatalana en particular. Por eso fracasan las investiduras y hay que repetir elecciones. Por eso no se aprueban Presupuestos. Por eso se legisla mediante decretos leyes. Por eso se ha tenido que suspender por primera vez una autonomía al aplicar el artículo 155, que, como había ocurrido en Alemania con el artículo equivalente, jamás se pensó que se tendría que hacer uso de él.

Cuatro años estuvo en vigor el Estatuto reformado y ni se rompió España, ni se produjo alteración significativa en el Estado de las Autonomías. Simplemente se redujeron los conflictos de competencia entre Catalunya y el Estado ante el TC. Antes de la STC 31/2010, el independentismo era más que marginal en Catalunya. Cuatro años después hubo un primer referéndum no calificado como tal el 9 de noviembre de 2014, otro calificado de referéndum el 1 de octubre de 2017 y todas las consecuencias posteriores que doy por supuesto que el lector no necesita que se les recuerde.

A esta deriva terrible para la democracia española y por tanto para la convivencia pacífica en el país, es a la que se reaccionó con la “moción de censura” que llevó al PSOE al Gobierno. Todavía estamos en ello y nos va a llevar tiempo porque la tarea es enormemente difícil, porque las derechas españolas no solamente no están dispuestas a corregir la estrategia que el PP liderado por Mariano Rajoy puso en marcha “porque le dio la gana”, sino que parecen dispuestas a competir entre ellas para intensificarla, como hemos podido comprobar en el debate de investidura.

No se puede mutilar la Constitución “material” de España, de la que forman parte los nacionalismos, porque a las derechas españolas les dé la gana. La España que las tres derechas dicen defender es una España mutilada, deforme, que únicamente se puede imponer por la represión y la humillación de los demás. Reducir la Constitución al artículo 155 para Catalunya, hacer “guerra jurídica” contra la izquierda y los nacionalistas, intentar apropiarse de la Constitución y de la Jefatura del Estado para utilizarlas como armas arrojadizas, y un largo etcétera.

Todo esto es lo que puso en marcha el “porque me da la gana” de Mariano Rajoy y del que tenemos que empezar a librarnos. Como dijo Aitor Esteban en el debate de investidura, es posible hacerlo. Hay que atreverse a ello. Lo contrario supondría el fin de la experiencia democrática que se inició, con todas las dificultades y condicionamientos sobradamente conocidos, tras la muerte del general Franco.

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