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Isabel Díaz Ayuso en el espejo de Donald Trump

Isabel Díaz Ayuso y Donald Trump

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Entre las decenas de artículos de opinión de la prensa americana, y también inglesa, sobre el resultado de las elecciones de mitad de mandato que he leído en estos días, hay uno que me ha llamado especialmente la atención. Por la calidad del análisis, en primer lugar. Pero también, porque el mensaje que transmite a la opinión pública americana es perfectamente trasladable a la opinión pública española.

En realidad, no se trata propiamente de un artículo de opinión, aunque fue publicado en la sección de opinión del New York Times por uno de los columnistas habituales del periódico, Frank Bruni. El 10 de noviembre Frank Bruni convirtió su artículo de opinión en una peculiar mesa redonda, así lo califica expresamente, con Johnathan Last, editor de The Bulkwark, un revista digital de centro-derecha y de Mallory MacMorrow, senador demócrata estatal de Michigan, en la que intercambiaron interpretaciones sobre lo que había ocurrido en las elecciones dos días antes.

El debate es amplio, ya que se contempla el resultado electoral desde diversas perspectivas. Ocupa, en consecuencia, una extensión muy superior a la que suele ocupar una columna. Pero el mensaje que transmite es inequívoco y queda reflejado en el título con el que aparece en el periódico: “We may have reached the limit of crazy that will be tolerated”. 

El límite de locura susceptible de ser tolerado por la sociedad americana ha sido alcanzado por Donald Trump en sus cuatro años como presidente de los Estados Unidos y en los dos años posteriores con su negativa a aceptar el resultado electoral de 2020, incluido el asalto al Capitolio para impedir la verificación oficial de la victoria de Joe Biden. 

Estados Unidos tiene una enorme cantidad de problemas y la polarización política es enorme, pero no es lo que Trump y sus hooligans pretenden hacer creer a la opinión pública americana que es. Hay un límite para la “locura” que la sociedad americana puede metabolizar. Y eso es lo que el resultado de las elecciones de mitad de mandato ha venido a poner de manifiesto. 

Por eso, Trump ha sido identificado de manera preliminar, pero bien argumentada, como el perdedor de las elecciones. Lo va a ser todavía más con el paso del tiempo. Hasta aquí hemos llegado. Es lo que ha venido a decirle la sociedad americana. 

Ello no quiere decir que se haya puesto fin al deslizamiento hacia la extrema derecha del partido republicano, pero sí que no se va a expresar de la forma que lo ha hecho bajo el mandato de Trump, al que, previsiblemente le espera la aceleración del horizonte procesal-penal que le va a acompañar el resto de su vida. 

Ese límite de locura tolerable lo ha estado alcanzando en estos últimos días la presidenta de la Comunidad Autónoma de Madrid. No hay nadie que se pueda creer que los problemas de la sanidad madrileña son consecuencia de que el personal sanitario ha devenido súbitamente de extrema izquierda y, en lugar de trabajar para mejorar la sanidad pública, se ha propuesto hacerla saltar por los aires. No hay nadie que pueda creer que Pedro Sánchez pretenda encarcelar a la dirección del PP como si España fuera Nicaragua. No hay nadie que pueda creer que el Gobierno pretende acabar con la Monarquía, etcétera.

Estamos atravesando una situación muy difícil en todas partes. Recomiendo el artículo de Antoni Gutiérrez-Rubí, “Permacrisis”, (La Vanguardia 11 de noviembre), que lo explica muy bien. Pero, a pesar de los intentos de algunos pirómanos, las sociedades democráticamente constituidas no se están volviendo locas, sino que están demostrando una resiliencia notable ante la adversidad. Y están sabiendo identificar a los/las pirómanos que se disfrazan de bomberos. 

A Trump lo han convertido en la “bestia herida” John Carlin y Charlie Castaldi, también en La Vanguardia del 11 de noviembre. Isabel Díaz Ayuso puede ser la próxima. 

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