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Los victorianos vuelan al Thyssen

La Colección Pérez Simón redescubre la pintura victoriana en el Thyssen

eldiario.es

Madrid —

Están algunos de los artistas más emblemáticos de la pintura inglesa del siglo XIX: Lawrence Alma-Tadema, Frederic Leighton, Edward Coley Burne-Jones, Albert J. Moore o John William Waterhouse. La exposición, consistente en 50 piezas de la colección Colección Pérez Simón, llega a Madrid tras su paso por París y Roma y antes de viajar a Londres.

Son artistas que cultivaron en sus pinturas los valores que habían heredado en parte de los prerrafaelitas y que ofrecían un fuerte contraste con las actitudes moralistas de la época: la vuelta a la Antigüedad clásica, el culto a la belleza femenina y la búsqueda de la armonía visual, y todo ello ambientado en decorados suntuosos y con referencias a temas medievales, griegos y romanos.

La Colección Pérez Simón está formada por más de 3.000 obras de arte, “de las que unas 2.000 se consideran dignas de las colecciones de los museos”, que recorren desde el Medievo hasta nuestros días “pero sobre todo es el siglo XIX, y la pintura victoriana, el momento más brillante de la colección”, explicaba Guillermo Solana, director artístico del Thyssen.

Solana destacó las obras de Alma-Tadema, a quien poco después de su muerte en 1912 el crítico de arte Roger Fry dedicó una necrológica en la que le ponía como “ejemplo extremo del materialismo comercial de nuestra civilización”, al representar “todo lo que los modernos militantes detestaban”.

Revival Alma-Tadema

Alma-Tadema fue el último gran representante de una tradición clásica y académica “que los modernos consideraban que había que derribar”. Para Solana, la obra Las rosas de Heliogábalo, una de las más icónicas de la exposición, representa el amor al lujo y la deliciosa perversidad en la que se deleitaba Alma-Tadema “que fue marcado con el sello de excluido y ha permanecido durante un siglo como tal”.

Fue en los años ochenta del siglo XX cuando se inició el trabajo de rescate de este tipo de pintura “pero ha llevado mucho tiempo esta rehabilitación que todavía está en marcha”.

Véronique Gerard-Powell, comisaria de la exposición en sus diferentes sedes, recordó que las obras que la forman fueron adquiridas para la Colección Pérez Simón en los últimos treinta años “en el momento en que se iniciaba la recuperación de la pintura victoriana”.

Se trata de obras “que grandes pintores hacían para el mercado, para venderlas a hombres de negocios, a nuevos ricos que tuvieron el poder en la Inglaterra victoriana”. Después han permanecido en el olvido “e incluso se han destruido muchas obras de Alma-Tadema porque no gustaban”.

En la exposición quedan patentes dos temas principales de la época: la belleza femenina y la reconstrucción histórica. “Es un momento de búsqueda de la belleza formal basada en el cuerpo femenino. No buscan el tema sino la manera de pintar la armonía y la belleza”.

Entre las pinturas icónicas exhibidas, la comisaria se refirió a El cuarteto. Tributo del pintor al arte de la música (1868), de Albert Joseph Moore, “obra imprescindible para entender el movimiento”, así como a Muchachas griegas recogiendo guijarros a la orilla del mar (1971) de Frederic Leighton.

En el recorrido, en el que se pueden contemplar la Andrómeda de Poynter y la Crenaia de Leighton que figuran entre los más bellos ejemplos del desnudo en la Europa de la segunda mitad del siglo XIX, destaca el espacio dedicado a Alma-Tadema con quince obras que abarcan toda su carrera. “Pintor de la luz que supo responder al mercado inglés con escenas de la vida cotidiana de Pompeya”. Esa luz destaca especialmente en Las rosas la Heliogábalo que para la comisaria es “el mejor de los cuadros de gran formato que todavía existen de esa época”.

Otro de los puntos importantes es el de John Melhuish Strudwick, “pintor olvidado completamente que en su tiempo tuvo gran éxito”, así como el dedicado a Waterhouse, artista que en la segunda parte de su carrera tomó el ideario de la belleza del modelo inglés, que adaptó a escenas de magia o de mujeres fatales de la antigüedad.

Destaca en este espacio su pintura La bola de cristal (1902), mientras que en El canto de la primavera (1913) Waterhouse mira lo que se hace en el mundo y marca el fin de un periodo.

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