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Debut mundial de “La Flauta Mágica” de Mozart bajo el prisma andino en Quito

Debut mundial de "La Flauta Mágica de Mozart" bajo el prisma andino en Quito

EFE

Quito —

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Probablemente Mozart nunca imaginó que su última ópera, “La Flauta Mágica”, considerada un alegato masónico, tenía un argumento que casa con la cosmovisión andina, en la que el dios sol y la luna, reina de la noche, son figuras centrales.

La emblemática obra estrenada y dirigida por el genio de la música meses antes de fallecer en 1791 a los 35 años, y entre las cuatro más representadas, ha sido adaptada musical y artísticamente a la cultura andina por la Fundación Teatro Nacional Sucre de Quito, que hoy la estrena renombrada como “La Flauta Mágica de los Andes”.

Así, ponchos, chumbis (faja andina), sombreros, collares de cuentas rojos y una quena en sustitución de la flauta mágica, toman el escenario con el trasfondo de un templo de la cultura preincaica.

Este debut mundial sigue el libreto del amigo de Mozart y también masón Emanuel Schikaneder, traducido del alemán al español, salpicado por numerosas expresiones en quechua, y la adaptación musical del compositor y arreglista ecuatoriano Segundo Cóndor hace diez años, pieza que nunca vio ejecutada en vida.

“Es la primera vez que se pone en práctica la adaptación”, refiere a Efe la directora escénica de la Fundación, Chía Patiño, en buena medida responsable de llevar a escena la versión operística.

Esta ecuatoriana, compositora de formación y una de las primeras pupilas en Washington de Plácido Domingo, para luego dedicarse a la dirección escénica, regresó hace ocho años a su país donde asegura haber “redescubierto” sus raíces.

Para sacar adelante este ambicioso proyecto, que ya ha despertado interés internacional, viajó durante dos años a zonas andinas para familiarizarse con sus costumbres, vestimentas, lenguaje y música.

Cerca de 40 músicos de la Orquesta de Instrumentos Andinos, formada en 1990, interpretan la partitura operística con charangos, zampoñas, quenas, flautas de pan o tambores típicos del altiplano.

“Hicimos un viaje para investigar el mundo andino a Saraguro (pueblo indígena de la sierra ecuatoriana) y decidimos que comprometerse con su lenguaje implicaba que la pieza sonara más andina sin alterar nada de Mozart”, explicó Patiño.

En cambio, en relación a los valores que la ópera transmite, la directora subraya que la nueva interpretación fluyó de forma natural al encontrarse en la cultura andina muchos elementos simbólicos y universales que precisamente caracterizan la obra.

“La adaptación de los valores de la parte masónica a la andina es absolutamente natural, no hemos forzado nada para que calce, en el mundo andino ya hay panteísmo”, afirma, y pone como ejemplo que el dios sol, “inti” en la mitología andina, pervive hoy en día, así como la reina de la noche, los hombres pájaro o las serpientes.

El viaje que hace Tamino (tenor principal) hacia la luz, es el de los chamanes al “ukuchapa” o mundo de abajo en quechua, subraya.

Junto a los 59 cantantes, en su mayoría miembros del elenco nacional y los músicos, la ópera incluye unos personajes inesperados: 90 marionetas y títeres confeccionados por la española Alejandra Prieto, especialista en la técnica japonesa del bunraku.

“Los títeres ayudan a plasmar esta cosmovisión andina porque están basados en la cerámica preinca”, indicó a Efe junto a un muñeco que caracteriza al personaje de la Reina de la Noche, cuyas retorcidas manos se basan en las obras del ecuatoriano Eduardo Kingman, conocido como “el pintor de las manos”.

En escena se aprecian animales mágicos como dos serpientes de seis y tres metros confeccionadas en Ecuador con materiales traídos de España, tucanes y colibríes convertidos en animales fantásticos.

“Los títeres desde su origen son un medio de conexión con lo divino. Si hablamos de una ópera llena de simbolismo, la Reina de la Noche, sea andina o masónica, es una puerta abierta” con lo sobrenatural, señala Prieto.

El vestuario bebe de técnicas de confección empleadas por los indígenas, así como prendas y sombreros, cenefas y pasamanerías.

La original versión trata de rescatar una cultura a veces poco valorada, incluso en el entorno andino, y devolverla al pueblo.

“Quiero que el público tome conciencia de todo aquello que tenemos en Ecuador, de nuestra cultura, de la parte andina e indígena que nos puede enseñar muchísimo”, afirma la directora.

“Esta fue una ópera que Mozart concibió como popular y ahí está”, concluye.

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