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Donna Leon: Venecia se ha convertido en una ciudad de la que huir

Donna Leon: Venecia se ha convertido en una ciudad de la que huir

EFE

Barcelona —

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La escritora norteamericana Donna Leon es probablemente la habitante más conocida de Venecia por su serie de novelas policíacas del comisario Brunetti. Ahora ha dejado la ciudad de los canales por la montaña suiza, porque, como ha dicho en Barcelona, “Venecia se ha convertido en una ciudad de la que huir”.

Leon atiende a un grupo reducido de periodistas en un popular restaurante veneciano barcelonés, junto al no menos popular Mercado de La Boquería, para hablar de la última entrega de Guido Brunetti, la número 26, “Restos mortales”, “el primero que trata de manera monográfica y en su totalidad el tema de la ecología”, hoy convertida en su principal obsesión.

En “Restos mortales” (Seix Barral), Brunetti marcha de vacaciones por prescripción médica a una casa familiar en San Erasmo, la isla más grande de la laguna veneciana y allí entabla amistad con Davide Casati, el hombre encargado de cuidar la casa, un tipo duro y peculiar al que sólo parece haber una cosa que le preocupa desde la muerte de su mujer: el cuidado de sus abejas, que misteriosamente están desapareciendo a causa de un extraño fenómeno de la zona.

Brunetti deberá investigar la muerte de Casati, ahogado en las aguas de la laguna y la implicación de una gran empresa dedicada al manejo de residuos tóxicos.

Aunque en anteriores libros de la serie el tema del medioambiente salió de manera circunstancial, en esta novela ha decidido afrontar finalmente “el problema”: “La pregunta ya no es qué hacen los chinos en África, sino qué hacemos todos con el planeta”.

La medioambientalista que lleva dentro Donna Leon enseguida habla de la adulteración de la comida que se produce en Italia, de “los 100 millones de basura lanzada en las regiones de Basilicata o Calabria.¡No comáis la burrata de esas zonas porque está totalmente envenenada!”, lanza antes de transformar el famoso dicho italiano “Ver Nápoles y después morir” en “Bébete Nápoles y muere”.

Recuerda que “en la base militar americana de Nápoles advierten que no se beba agua ni la usen para cocinar”.

La mafia ya está metida en los transportes y en las empresas que reciclan los residuos en Alemania y Suecia y que “simplemente los llevan a Italia, porque es más económico llevárselos a Nápoles”, denuncia.

A quienes no les guste el tema, la escritora les tranquiliza: “Un escritor tiene que resistir a sus obsesiones personales, y ahora tendré que esperar un par de años para volver a tratar este tema. Es lo mismo con la ópera; tengo tres libros de ópera de los 27 ya publicados de Brunetti porque no puedo castigar a mis lectores con mis obsesiones”.

Preguntada por sus consejos, Leon comenta que no pretende erigirse en un predicador: “El beso de la muerte para un escritor es intentar adoctrinar, dar lecciones de moral”.

De hecho, nunca empieza un libro pensando en que será su “cruzada”, se trate de tráfico de mujeres o de medicinas caducadas enviadas al tercer mundo. “Yo escojo una historia, que es la que me lleva de la mano, pero no me gusta sermonear, puedo poner un problema sobre la mesa y a partir de ahí es la historia la que decide qué voy a contar”.

A su juicio, su única responsabilidad es “dar placer a la gente que se acerca a leer esta historia, naturalmente sin caer en la imagen de convertirse en un payaso de circo”.

Dejó Venecia porque se ha convertido en un parque temático turístico, lo que se adivina de sus palabras cuando confiesa en broma: “mi sueño es introducir los cocodrilos en la laguna veneciana”.

Los mismos cocodrilos que querría para Barcelona, quizá ya en la estela de Venecia, piensa observando la cambiada Boquería esta mujer que, según revela, no bebe y no tiene televisión ni teléfono móvil.

Donna Leon, que ahora alterna su domicilio entre la montaña suiza y Zúrich, sin olvidar escapadas a Venecia para reencontrarse con los muchos amigos que allí tiene, ya ha acabado una nueva novela, “una cosa más ligera, con algún muerto, pero nada serio”, bromea.

Descarta llevar a Brunetti a Suiza porque la única ciudad que conoce “algo” es Venecia y no tiene “el mismo sentimiento ni vínculo emocional con los suizos que con los venecianos y su geografía”.

Eso no quita que salga en defensa de su nuevo país de adopción: “Son un pueblo serio y tengo un gran respeto por su profesionalidad y cuando se habla del racismo de los suizos se debe recordar que el 23 % de sus habitantes no son suizos y que aprobaron en referéndum no expulsar automáticamente a un inmigrante que cometiera un delito”.

Leon no quiere hablar de Donald Trump “por pereza”, pero finalmente accede a decir una cosa ligada a la última novela de Brunetti publicada en España: “Lo primero que hizo fue cargarse la agencia estatal de medioambiente, poniendo al frente a un tipo que no cree en el cambio climático”.

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