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“Juego de tronos” en la Rusia de los Románov

"Juego de tronos" en la Rusia de los Románov

EFE

Madrid —

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El historiador Antony Beevor ha comparado la historia de los Románov, la dinastía que durante tres siglos dirigió con mano de hierro los destinos de Rusia, con “Juego de tronos”, la exitosa serie de televisión, una comparación que satisface a su colega, también británico, Simon Sebag.

“Juego de tronos”, en comparación con los Románov, “es como ir a tomar el té con unas monjitas”, escribió Beevor en The Financial Times a propósito de la publicación en el Reino Unido, en febrero pasado, de “Los Románov. 1613-1918”, el monumental trabajo de investigación de Simon Sebag Montefiore, profesor de Historia en Cambridge y autor de otros libros superventas.

Su libro, en el que ha invertido más de quince años, y la multipremiada serie de la HBO -acaba de volver a triunfar en la gala de los Emmy, convirtiéndose en la más galardonada de la historia-, tienen en común, sostiene Sebag, que son un amplio catálogo de las pasiones humanas.

“Pasiones desatadas, llevadas al extremo” en el caso de los Románov, destaca el historiador y escritor inglés, quien ha viajado a España para ser testigo, mañana, de la llegada de su libro, editado por Crítica y con casi un millar de páginas, a las librerías.

Un libro que confía sea “imprescindible” para conocer mejor a esta familia de gobernantes “implacables” y “despiadados”, que hicieron de Rusia, un país “entonces y ahora” muy difícil de gobernar, un imperio. “Llevaban en la sangre eso de construir imperios”, escribe Sebag.

Un imperio levantado por “conquistadores de corazón de piedra” y que en algún momento, a lo largo de esos tres siglos de reinado, crecía a un ritmo trepidante, a una velocidad de 142 metros cuadrados al día o, lo que es lo mismo, casi 52.000 metros cuadrados al año.

Veinte zares y zarinas dio a la historia de Rusia esta familia de “monstruos y santos” -más de los primeros y “pocos” de los segundos, en palabras de Simon Sebag- que fueron “expresión máxima” de la majestad, “del poder, de la fuerza”, hombres y mujeres “casi” divinos.

Una familia coronada que dio a la historia locos como Iván el Terrible, grandes gobernantes como Catalina o Pedro, adictos al sexo o a la moda: a la muerte de Isabel Románov, en 1761, había en su vestidor más de 15.000 vestidos.

“Es el único libro publicado hasta el momento que abarca toda la dinastía y que cubre no sólo su gestión como gobernantes, sino también sus virtudes y flaquezas como seres humanos”, destaca Sebag en una charla con Efe.

El historiador y profesor es autor, entre otros libros de temática rusa, de una aplaudida biografía sobre Catalina la Grande, su Románov preferida, “la más impresionante, la más humana”, sobre la que la actriz Angelina Jolie prepara una película.

Acerca de la manera como ejercieron el poder los Románov, de forma absoluta, despótica y muchas veces sangrienta, el historiador encuentra similitudes con cómo lo ejerce hoy, en pleno siglo XXI, Putin.

La autocracia, dice, “nunca se marchó” de Rusia. “Hay muchos paralelismos -continúa con su argumentación- entre el hoy y el ayer. Hoy, como entonces, un grupo muy reducido de personas lidera todo, toma las decisiones”, comenta.

Ahora bien, ello no justifica, en su opinión, que a Putin se le llame el “zar del siglo XXI, el nuevo Stalin”. “La legitimidad de su poder descansa sobre la democracia, sobre las urnas”. Una democracia imperfecta, “quizás”, “mejorable, ”seguro“, pero democracia.

“Era muy difícil ser zar. Para la mayoría de los zares era un peso serlo. Pero, incluso para los políticos modernos, es un país muy difícil de gobernar. Los rusos están acostumbrados a ser un imperio, y eso ejerce mucha presión sobre su clase dirigente”.

Antes de sentarse a escribir la historia de los Románov, Sebag Montefiore viajó en numerosas ocasiones a Rusia, visitó sus palacios, consultó archivos públicos y privados y leyó gran número de los libros que se han publicado sobre la familia. Incluso fue recibido por el duque de Edimburgo, esposo de Isabel II, por cuyas venas corre sangre Románov.

Conversación sobre la que se muestra discreto, pero en la que seguro que se habló del sangriento y trágico final de la dinastía, el 17 de julio de 1918, tras el triunfo de la revolución bolchevique.

Ese día, de madrugada, el zar Nicolás II, su esposa, la zarina Alejandra, y sus cinco hijos -Alexei, el heredero, y sus hermanas, las grandes duquesas Olga, Tatiana, Anastasia y Maria- morían acribillados en la casa de Ekaterimburgo, en los Urales, lejos de Moscú, donde la familia imperial vivió sus últimos días.

“El final de la dinastía ni fue inevitable ni el que se merecía”, afirma categórico Simon Sebag Montefiore. “Nadie, nadie se merece un final tan sangriento, tan trágico. Fue un crimen terrible”.

Un final salpicado de sangre, como lo fue en muchos momentos la historia de la familia, una historia “chapada en oro, tachonada de diamantes, con sus tintes de novela de capa y espada, con sus lances románticos y su sino fatal”.

“La historia de la ascensión y caída de los Románov -escribe el autor- sigue siendo tan fascinante como relevante, tan humana como estratégica, una crónica de padres e hijos, de monstruos y de santos”.

Carlos Mínguez

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