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El MNAC rescata del ostracismo a Antoni Fabrés, un artista poliédrico

El MNAC rescata del ostracismo a Antoni Fabrés, un artista poliédrico

EFE

Barcelona —

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En los años 80 del siglo XIX, Antoni Fabrés fue considerado el mejor acuarelista del mundo. Pintó en 1915 el retrato del papa Benedicto XV y la casa real italiana le contrató. Asiduo del Salón de Champs-Élysées de París, también fue maestro de los mexicanos Diego Rivera y José Clemente Orozco.

Sin embargo, muy pocos conocen hoy a este artista poliédrico, a quien, entre el 31 de mayo y el 29 de septiembre, el Museo Nacional de Arte de Cataluña (MNAC) rescata del ostracismo con una muestra de 147 pinturas, esculturas y diferente material documental para descubrir al público a un retratista y pintor de temas orientalistas, pero, asimismo, crítico con la sociedad de su época.

El comisario Aitor Quiney ha comentado este miércoles, en una visita con periodistas, que Fabrés (1854-1938), con una vida marcada por los viajes y las residencias en Roma, París o Ciudad de México, se inició como escultor pero, seguidor como era de Mariano Fortuny, decidió que quería “conseguir su gloria”, como él, a partir de la pintura.

Hombre culto y leído, con una visión romántica de la vida, tuvo una trayectoria de reconocimientos pero con momentos en los que sufrió problemas económicos, especialmente al final de sus días, cuando deseaba volver desde Roma a Barcelona y no lo pudo hacer por cuestiones monetarias.

El director del MNAC, Pepe Serra, ha recordado que en 1926 donó parte de su obra a la ciudad de Barcelona, lo que le supuso que pudiera recibir una pensión vitalicia que le ayudó a sobrevivir, aunque entre 1929 y 1938, cuando falleció, el Ayuntamiento dejó de cumplir el pago, lo que le afectó, igual que ver “ninguneada” su obra en su tierra.

A juicio de Serra, su final fue dramático, pues “tuvo una suerte de trastorno que le llevaba a crear unos escritos en los que hablaba de sí mismo como si fuera otro, algo muy delirante”.

Con un presupuesto de 120.000 euros y siguiendo la línea del museo de recuperar a autores que han quedado en el olvido, Aitor Quiney ha propuesto una exposición en la que se evoca la estética de la “pinacoteca acumulativa clásica”, con los cuadros dispuestos en la sala sin cartelas explicativas, transmitiendo la atmósfera de los talleres de Fabrés, con una vida artística de más de sesenta años.

Por otra parte, tanto Serra como Quiney han resaltado que, para preparar la muestra, se han debido restaurar un total de 105 obras de las expuestas, afectadas tanto por el hecho de que su artífice las llevaba desmontadas, enrolladas y dobladas de un sitio a otro, como porque algunas han permanecido en un almacén durante décadas.

En uno de estos lienzos, “Desierto blanco”, se ha descubierto que en una primera versión había pintado un soldado muerto, que posteriormente tapó, aunque en un cuadro idéntico, pero más pequeño, que su bisnieta conserva en México, sí se encontraba esta figura, sobre la nieve y junto a una bayoneta.

Figuras de la alta sociedad, en unos retratos en los que resalta la mirada de todos estos personajes, pero también ladrones, borrachos, mosqueteros, espadachines, soldados españoles, frailes, mendigos o campesinos fueron protagonistas de sus obras, igual que los paisajes, que cultivó a lo largo de toda su carrera.

Sobre sus obras orientalistas, Quiney ha significado que sus temas habituales fueron los limpiadores de lámparas o los interiores de harenes, aunque no conocía el norte de África.

La mayoría de las obras expuestas son las que se encuentran en depósito en el MNAC, pero hay dos que proceden del Museo del Prado, otra del museo Palau Mercader de Cornellà de Llobregat, así como otra de una colección particular de Génova.

Pepe Serra ha invitado a que se acceda al museo para conocer a un artista “con una técnica brutal de dibujo, que no inventa nada como pintor, pero que como retratista es muy particular y genera una gran fascinación, porque sus retratos no son nada convencionales”.

Por Irene Dalmases.

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