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Paleoarte, el arte de imaginar la Prehistoria

Paleoarte, el arte de imaginar la Prehistoria

EFE

Madrid —

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Aunque nadie haya visto un diplodocus o un tiranosaurio rex, existe un consenso sobre el aspecto que esos animales podrían haber tenido hace millones de años. Un imaginario colectivo que hunde sus raíces en el paleoarte, una disciplina poco conocida y, en ocasiones, olvidada.

El paleoarte, a pesar de lo que su nombre pueda sugerir, no tiene nada que ver con los dibujos rupestres, se trata de visiones modernas de lo que fue el mundo hace millones de años. Un arte que combina el conocimiento científico con grandes dosis de creatividad e imaginación.

Un recorrido por la historia de esta disciplina, desde sus inicios en 1830 hasta 1990, se glosa ahora en “Paleoarte. Visiones del pasado prehistórico” (Taschen), un libro de grandes dimensiones e impecable factura firmado por la escritora Zoë Lescaze y el pintor Walton Ford.

El libro incluye unas 200 reproducciones de obras de arte -pinturas, grabados, dibujos, esculturas, mosaicos y murales- rescatadas de archivos, colecciones privadas y los principales museos de Historia Natural del mundo.

El científico inglés Henry de la Beche pintó en 1830 la primera pieza de paleoarte, “Duria Antiquitor”, una acuarela de algo más de 30 centímetros de ancho, “violenta y fantástica, un canto al salvajismo primordial representado con delicadas pinceladas de color marrón, azul, verde y rosa”, escribe Lescaze.

De la Beche se basó en evidencias fósiles y en su imaginación para dar forma a unos animales que nadie había visto nunca y desde entonces artistas de todo el mundo “han recreado dinosaurios, mamuts lanudos, hombres de las cavernas y otras criaturas, conformando nuestra comprensión del pasado primitivo”.

Imágenes de ptedorácilos, gorgosaurus o massopondilus que con frecuencia luchan a muerte, testimonio imaginario de la extrema dureza de la vida prehistórica, realizadas en tinta, grabados, óleo, azulejos o terracota vidriada.

Y si bien los primeros artistas se inspiraron en una larga tradición de invención de monstruos, evocando dragones, esfinges, hidras y arpías, el paleoarte ha evolucionado influido por las tendencias de cada época: del romanticismo, al impresionismo, el fauvismo o el art nouveau.

Obras que suelen encontrarse en museos de historia natural y universidades, pero que se han empleado en libros de texto, enciclopedias, revistas de divulgación científica, cromos en tabletas de chocolate o libros para niños, creando un imaginario colectivo que ha llegado hasta el cine.

El paleoarte se desarrolló con nombres como Benjamin Waterhouse Hawkins, que dio a conocer la prehistoria al público victoriano con sus grandes esculturas, el estadounidense Charles R. Knight o el alemán Heinrich Hader, quien con su inspiración art nouveau lo sacó de los ambientes científicos para llevarlo a un momento cumbre.

Aunque quizás la obra más conocida sea el colosal fresco “La edad de los reptiles” (1943) de Rudolph Zallinger, un encargo para renovar la galería de fósiles del Museo Peabody (EE.UU), en el que retrata la prehistoria desde el Devónico hasta el Cretácico, casi 300 millones de años.

Un arte que vivió otro de sus momentos de gloria con el régimen soviético, cuyos trabajos están entre los más espectaculares que se han hecho, en especial “El árbol de la vida” (1984) de Alexander Mijailovich Belashov, un mosaico colosal que abarca el tiempo geológico y está repleto de cientos de animales.

Hasta llegar a la obra de una de las grandes del paleoarte, la estadounidense Ely Kish que en la segunda mitad del siglo pasado hizo famosos sus animales intentando sobrevivir y muriendo en un mundo amenazado por las condiciones climáticas extremas.

“Este libro -resume Ford- es una máquina del tiempo con dos puntos de llegada, como en uno de esos cómics de ciencia ficción que tanto me gustaban cuando era niño. Nos permite retroceder unos cuantos años para observar qué aspecto tenían en el pasado los tiempos remotos”.

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