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Cuando Alfred Hitchcock se enamoró de los cuentos de Roald Dahl

Hitchcock leyendo con su perra Sarah

Francesc Miró

Cuando Roald Dahl nació, Alfred Hitchcock tenía la edad perfecta para haberlo leído. Como niño solitario e introvertido, el director de Psicosis pasó su niñez refugiado entre lecturas de fantasía y terror, cuando aún quedaban años para que Dahl naciese. Lo cierto es que al de Leytonstone le marcaría para siempre haber vivido una infancia bajo la estricta moral jesuita del colegio en el que se crió, y haber sufrido una juventud machacada por la muerte de su padre.

Roald Dahl nació en Gales en 1916, y apenas contaba con cuatro años cuando enterró a su padre. Los mismos que tenía cuando enterró a su hermana mayor. Su niñez y juventud estuvieron marcadas por ambos hechos y, sin embargo, él la recordaba como una época de aventuras. Algo que Hitchcock nunca sería capaz de hacer con la suya.

Entre sus libros más famosos, la figura de la infancia complicada y trágica en la que prevalecen elementos fantásticos que la hacen llevadera se repite como un mantra. Sofía, la protagonista de El gran gigante bonachón, vive en un orfanato, escondiéndose de sus cuidadores para leer libros de fantasía que la evaden de su triste vida, hasta que es secuestrada por el gigante que da título a la obra.

Matilda es una niña superdotada a la que le apasiona leer e investigar. Vive frustrada por unos padres que no consiguen apreciar ninguno de sus dones, y mucho menos cuando de pronto descubra que tiene telequinesis.

El niño de James y el melocotón gigante vive aterrorizado por sus malvadas tías, con las que se ve obligado a vivir desde el fallecimiento de sus padres. No será hasta que un melocotón crezca desmesuradamente, que no podrá escapar de su triste existencia. Huérfanos infravalorados por adultos sobrevalorados.

Hitchcock se vio reflejado en la literatura de Roald Dahl y en sus personajes protagonistas. Tal vez imaginó cómo hubiera sido su infancia con libros de Dahl. Y tal vez por eso quedó prendado de su literatura cuando ambos estaban en pleno apogeo de su carrera.

La importancia de apellidarse Hitchcock

Sorprende, por pura casualidad, que el apellido Hitchcock fuera realmente importante en la vida de Roald Dahl. El escritor se convirtió en piloto de la RAF (Royal Air Force) británica en 1939. Sus experiencias allí, incluido un dramático accidente del que sobrevivió de milagro, fueron la razón por la que empezó a escribir. En parte para ahuyentar fantasmas, pero también porque los relatos bélicos estaban muy de moda entonces.

Fuera lo que fuese, sus primeros trabajos versaron sobre lo que había vivido en la RAF. De hecho, su primer contacto con la literatura infantil llegó por aquel entonces, cuando escribió Los Gremlins, una historia sobre pequeñas criaturas que se metían en los motores de los aviones británicos para destruirlos. Un libreto que haría para Walt Disney y que nunca llegó a ser llevada a la gran pantalla.

Lo cierto es que la relación que nos ocupa tiene poco que ver con la faceta más conocida de Dahl. Alfred Hitchcock no se enamoró de Charlie y la fábrica de chocolate.

Corría el año 1946 cuando el resto de relatos sobre sus aventuras en el aire llegaron a manos de una editorial neoyorquina llamada Reynal & Hitchcock, donde un señor llamado Curtice Hitchcock tuvo a bien ser la primera persona que publicase un libro de relatos de Roald Dahl, Over to You: Ten Stories of Flyers and Flying.

Una editorial respetada le concedió el nombre para empezar a publicar con regularidad relatos para adultos en revistas como Playboy, Esquire, The New Yorker o Collier's, donde un día el otro Hitchcock le leería. Este sí se llamaba Alfred y vio en los relatos de Dahl pequeñas joyas que explotaban el mismo siniestro cotidiano que él llevaba años intentando capturar en sus películas.

Un feliz encuentro artístico

Hitchcock, ávido lector, quedó prendado del tono y los giros que la lectura de los cuentos adultos de Dahl le proporcionaban. Y decidió que tenía que llevarlos, de una manera u otra, a la pantalla. Justamente, en 1955, el cineasta había iniciado una serie llamada Alfred Hitchcock presenta, en la que se adaptaban al formato de episodios de veinte minutos, escritos que el maestro del suspense quería ver convertidos en imágenes.

Dos años después, Hitchcock se había hecho con los derechos para televisión de unos cuantos relatos de Dahl que convirtió en unas cuantas joyas de la corona de una serie de 363 capítulos.

Así, el maestro del suspense se convirtió, en 1958, en la primera persona en adaptar a Roald Dahl. Lo hizo con el relato Cordero para la cena, que el autor guionizó para la ocasión. La historia contenía la esencia del tono con el que el autor impregnaba su prosa, entre el terror más surreal y el humor negro más british. Los editores del The New Yorker habían rechazado publicarla. El cineasta la leyó en el Harper's, donde los escrúpulos eran otros.

¿La historia? La de una mujer que, al enterarse de que su marido planea divorciarse de ella tras vivir una aventura con otra mujer, sufre un arrebato de ira con una pata de cordero congelada en la mano. La misma con la que termina asesinándole. Es fácil que les suene, Almodóvar se inspiró en la idea de ambos, aunque él lo haría con una pata de jamón en ¿Qué he hecho yo para merecer esto?

El mismo año, ambos volvieron a trabajar juntos en Veneno. El primer episodio de la cuarta temporada de Alfred Hitchcock presenta contaba la historia de un hombre que se despertaba con una serpiente durmiendo sobre su pecho. Terror psicológico que cumplía con una de las características que Hitchcock más amaba: el hombre superado totalmente por circunstancias contra las que no puede hacer nada. El relato había sido publicado en 1950 en Collier's y radiado en el programa de la CBS Escape, hasta convertirse en uno de los episodios más divertidos de la serie.

Les seguirían adaptaciones de relatos que Dahl sí publicó en The New Yorker. Un chapuzón en el mar, sobre un hombre que apostó su vida por adivinar la velocidad a la que viajaba un crucero, The Landlady, sobre una casera de un hostal en el que un joven pasará la peor noche de su vida, y La señora Bixby y el abrigo del coronel, sobre una señora que recibe un abrigo de su amante que le es imposible esconder. Todos ellos son, a su manera, la unión de dos genios que compartían un amor por lo divertidamente siniestro más allá de lo normal.

Una joya del suspense

Entre las adaptaciones de los relatos de Roald Dahl que el maestro del suspense llevó a su terreno, nació una muy particular. Cierto es que no la dirigió él mismo, y sin embargo, la adaptación de uno de los primeros relatos que Dahl publicó en Collier's se convirtió en otro de los episodios más míticos de su Alfred Hitchcock presenta. Hoy, el episodio El hombre del sur es una película de absoluto culto.

Un Peter Lorre tan siniestro como de costumbre y un Steve McQueen a punto de saltar a la fama con Los siete magníficos, capitanean un duelo de altura. En este macabro, y en el fondo simple, relato, un viejo jugador empedernido ofrece a un joven fanfarrón su Cadillac a cambió de ver si es capaz de encender un Zippo diez veces seguidas. Si lo consigue el Cadillac es suyo, pero si falla una sola vez, el viejo le cortará un dedo de la mano.

La historia, narrada con un ingenio particular, un ritmo opresivo y una ambientación exquisita, hace que la aparente trivialidad se vuelva turbia hasta decir basta. Además, también es fácil que les suene. Quentin Tarantino homenajeó a esta extrañísima pareja artística en un episodio de Four Rooms. Imposible olvidar a Tim Roth empuñando un machete, 1.000 dólares es mucho dinero y dedos tenemos más de uno.

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