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Origami, el arte de hacer figuritas de papel que solo se podían permitir los ricos

José Antonio Luna

Sadako Sasaki fue diagnosticada de leucemia cuando tenía 11 años como consecuencia del bombardeo atómico de Hiroshima. Para intentar curarse siguió una antigua leyenda japonesa según la cual se le concede un deseo a aquel que consiga crear mil grullas de papel. La versión de si alcanzó o no el número cambia según la fuente consultada. Algunos señalan que se quedó en las 644; y otros que lo superó con creces. Aun así, más allá del dato, desde entonces cientos de grullas plegadas siguen llegando cada día al Parque Memorial de la Paz de Hiroshima, donde se encuentra una escultura de la niña.  

La historia de Sasaki, incluso con todos los añadidos dramáticos propios de los relatos populares, refleja hasta qué punto el arte del papel plegado forma parte de la cultura japonesa. De hecho, los términos “ori” (doblar) y “kami” (papel), empleados hasta en Occidente, son parcialmente culpables de que asociemos esta técnica al país del sol naciente a pesar de que se originase en China alrededor del siglo I o II.

Precisamente, para repasar cómo ha evolucionado a lo largo de la historia, los diferentes modos de plegado o su influencia más allá de Asia, el Museo Cerralbo de Madrid acoge hasta el 3 de febrero una exposición con motivo del 150 aniversario del establecimiento de las relaciones diplomáticas con Japón. La muestra propone un paralelismo entre el papel plegado a ambos lados del globo, y por ello todas las piezas proceden de la Escuela-Museo de Origami de Zaragoza (EMOZ), que cuenta con obras de papel plegado de todo el mundo.

“Lo más alucinante es que en todo esto que vemos, en principio, ni se pega ni se recorta. Todo nace del plegado”, explica a eldiario.es Lourdes Vaquero, directora el Museo Cerralbo. Añade que esta tradición “se desarrolló de forma paralela en Oriente y Occidente”, pero que dependiendo de su localización presentaba ciertas diferencias. “En Europa comienza de manera más utilitaria, como podemos ver en algo tan simple como los soportes para las magdalenas; mientras que en Japón tiene una perspectiva más vinculada a la ceremonia o los rituales”, aclara.

Según se puede comprobar a través de los carteles explicativos de la exposición, que informan cronológicamente sobre la evolución del arte, el origami llegó a Japón en el siglo VI y pasó por diferentes periodos como el Heian (794 – 1185), donde se vinculó con las tradiciones de la nobleza. ¿La razón? Que, por entonces, el papel era un lujo al alcance de muy pocos. “Al principio era algo muy exclusivo, que solo se podían permitir las clases altas. Hasta que no se abarató el precio de la producción del papel no se empezó a generalizar a clases más bajas”, dice Vaquero.

Aun así, tardaría. El papel fue algo más común durante el periodo Muromachi (1338 – 1573), pero todavía existían diferencias entre estratos sociales. Únicamente los más pudientes lo usaban como envoltorios con significados preciosos relacionados con el sintoísmo. La verdadera democratización del arte se produjo entre 1603 y 1867, y en ese momento es cuando llegó la verdadera explosión del origami.

Del plegado elemental al hiperrealista

iden Sembazuru Orikata (1792) es considerado el primer libro de origami, y en él se mostraban los pasos a seguir para crear figuras de diferentes tamaños. Eran modelos basados en el plegado elemental, que generalmente utilizaba pliegues fijos, fáciles de realizar y que (en teoría) se pueden completar en pocos minutos. Son ideales para la iniciación, pero poco a poco empezaron a complicarse.

Uno de los autores más rompedores fue Akira Yoshizawa, el primero que trató de expresar emociones. Hizo que una simple hoja de papel pudiera servir para captar la esencia de una mariposa, un cisne o una flor. El modelo dejó de ser algo exclusivamente geométrico, sin ánimo de evocar más esencia que la estética.

Curiosamente, el origami se convirtió en un arte flexible en cuanto a formato. Es algo que se puede apreciar a la perfección en el plegado modular, que entonces podría ser lo que los bloques de Lego en la actualidad. “Se llama así porque se hacen piezas una a una, se pliegan y luego se van sumando para construir el objeto. Podríamos quitar todas y volver construir otra cosa”, dice Lourdes Vaquero mientras señala una piña creada con cientos de trozos de papel.

Tras avanzar por la muestra por otros tipos de plegado, como el geométrico o el escultórico, se llega al apartado del hiperrealista. En este campo, la tendencia es imitar figuras con formas de insectos u otros animales de manera tan fidedigna que incluso pueden llegar a confundir al observador. De la abstracción se pasa a lo inverso, a buscar cada pliegue que podría tener un gran hipopótamo.

Con todo el abanico de elementos expresivos derivados del origami, tampoco es de extrañar que este haya terminado siendo objeto de estudio en las escuelas más importantes de diseño. “En la Bauhaus, la famosa escuela de artesanía y diseño de Alemania, utilizaron la papiroflexia como apoyo para crear formas arquitectónicas”, destaca la directora. Agrega que, además, este arte posee otras funciones más allá del académico: “Tiene ventajas para la educación primaria, para explicar geometría, para la psicomotricidad…. Son recursos pedagógicos que pueden ser utilizados desde con preescolares hasta con universitarios”.

Hubo que esperar a 1868, con la apertura de Japón al mundo, para que las influencias del papel doblado fluyan en ambos sentidos. En el caso español, la defensa de las ventajas que supone la papiroflexia estuvo encarnada por una figura: Miguel de Unamuno. “Era muy aficionado al origami, e incluso tiene una novela llamada Amor y pedagogía en la que uno de los protagonistas es profesor y enseña papiroflexia, que él también llama cocotología”, apunta Lourdes Vaquero.

Pero, actualmente, con la irrupción de las nuevas tecnologías, ¿en qué queda una técnica que basada en el papel? “No ha caído en desuso. De hecho, ahora tenemos talleres en los que trabajamos con los plegados esenciales o geométricos de la primera etapa”, asegura la directora sobre un arte que, a pesar de ser tan ancestral, continúa fascinando en cada una de sus formas.

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