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Arte precario: ¿De qué viven los artistas y comisarios jóvenes?

Rubén Rodrigo, uno de los artistas que denuncian la situación del arte

Abraham Rivera

Ni totalmente consagrados, ni radicalmente emergentes. Rondan la treintena y reivindican mejoras dentro de su profesión, agobiados por la precarización de un sector que adopta, cada vez más, prácticas abusivas. La mayoría han trabajado en el extranjero -muchos de ellos se encuentran viviendo fuera-, venden en ferias, protagonizan exposiciones individuales, ganan reputados premios y, sin embargo, no encuentran la tan demandada estabilidad económica.

Esta semana se presenta en el Campus Nebrija Madrid-Princesa el exhaustivo estudio La actividad económica de los/las artistas en España, coordinado por los profesores Isidro López-Aparicio (Universidad de Granada) y Marta Pérez (Universidad Antonio de Nebrija). La investigación recoge los testimonios de 1.100 creadores, no solo jóvenes. Pero, igualmente, el paisaje que describe es desolador: “Más del 45% de los artistas afirma que sus ingresos totales anuales, ya sea por actividades artísticas o de otra índole, se sitúa por debajo de los 8.000 euros, es decir, por debajo del salario mínimo interprofesional en España. De esos ingresos, los que proceden del arte llegan al 20%”.

A las puertas de ARCO y con dos muestras de referencia recién inauguradas en Madrid (Generaciones y Circuitos), hablamos con un grupo de comisarios y artistas sobre presente y futuro del mundo del arte. ¿Es posible vivir de ello?

Malas Prácticas

El caso de Alfredo Aracil (1984), responsable de Proyectos durante cinco años en LABoral, y a la vez falso autónomo, se convirtió durante la época de la crisis en una práctica habitual en muchas instituciones. “Son personas que acuden a un lugar de trabajo, fichan, firman, tienen encomendadas tareas concretas e incluso de cierta responsabilidad, pero son situadas al margen de cualquier convenio y han de pagarse su propia Seguridad Social”, contaba José Manuel Costa en este mismo medio. Aracil dejó el trabajo hace un año y denunció; ahora se encuentra a la espera de juicio.

“El mundo del arte puede estar inspirando al último capitalismo, sobre todo en lo que tiene que ver con lo dóciles que somos los productores culturales, que no conocemos sindicatos”, señala. “Tampoco ponemos ninguna pega a no tener vacaciones, no tener una jornada laboral reglada, cambiar de domicilio cada poco tiempo y, para colmo, estar dispuestos a ofrecer nuestros conocimientos como capital”.

El trabajador asturiano se rehizo del daño tras abandonar el cargo y durante 2016 comisarió dos exposiciones, programó un ciclo de cine y estuvo preparando la muestra Apuntes para una psiquiatría destructiva, que se inaugurará a mediados de marzo en la Sala de Arte Joven de Avenida de América. Sin embargo, sigue pensando que la precariedad es la tónica general y que “no puedes hacer planes a dos años vista”.

Regina de Miguel (1979) vive en Berlín desde hace siete años. Ella ha sido una de las seleccionadas en Itinerarios 2017, la beca que la Fundación Botín otorga a ocho reconocidos creadores cada temporada y gracias a la que ha financiado la producción de una película que se podrá ver a partir del 18 de febrero. 

La artista malagueña, que también expuso en 2016 en Berlín, Gijón, Madrid, Lisboa y Bogotá, insiste en que es francamente complicado vivir del arte. Todo al final “pasa por la autoexplotación, la precariedad máxima y la desigualdad con respecto a las instituciones que no respetan pactos acordados o plazos de pago”.

“Las condiciones conllevan la precarización a todos los niveles”, valora Oriol Fontdevila (1978), miembro del equipo de Sala d'Art Jove de la Generalitat de Catalunya. “No solo económico, sino que la calidad del trabajo se puede ver mermada por las dinámicas de multiplicación de actividad a las que nos tenemos que someter por mera supervivencia”.

Si a esto le sumamos la total incomprensión de la administración, tenemos una bomba de relojería que de vez en cuando estalla y se presenta en forma de inspecciones. De Miguel relata como el ir y venir de diferentes cantidades de dinero en su cuenta, destinadas a producción, son el caldo de cultivo para “acabar teniendo una inspección de trabajo que se pregunte qué quiere decir esa beca” fruto “de una mala formulación de esas ayudas” y “una fuerte desconfianza hacia la actividad del artista”.

Curriculum vs. pagar la luz

“Hay una idea instalada por la cual parece más importante aumentar tu curriculum que pagar la factura de la luz”, cuenta el artista Julián Cruz (1989), editor de una de las publicaciones más interesantes que existen en español: Nudo. “Los artistas tienen que competir entre ellos por reconocimientos que, en la mayoría de las ocasiones, son simbólicos y que no suelen sacarles de su pobreza”.

Rubén Rodrigo (1980) fue uno de los seleccionados en la última convocatoria de Ayudas a la Creación Visual de VEGAP, dotado con 7.000 euros para producción de obra en la categoría Artes Plásticas. ¿Cuál es su opinión en que el premio solo implique la realización de obra? “Es una cuantía generosa y ellos buscan la excelencia en el proyecto. Si esa cantidad al final la destinara a pagar el alquiler de mi casa y la comida, no me quedaría nada para trabajar”.

Por su parte, el pintor José Díaz (1981), que en 2016 celebró su segunda exposición individual en la galería The Goma, habla de la falta de medios para vivir dentro del arte contemporáneo. “Básicamente hay dos vías, una como artista de galería que sobrevivirá en la medida en que haga ventas. Pero, lamentablemente, España no cuenta con demasiados coleccionistas como para hacerlo sostenible y peor aún, no contamos demasiado fuera como para exportar”, mientras que la segunda sería dentro del mundo de la institución, que permite prosperar unos contados años mediante becas y subvenciones.

La comisaria Carolina Jiménez (1983), una de las tres ganadoras en 2016 de Inéditos, la convocatoria de La Casa Encendida que fomenta la inserción de los jóvenes comisarios en los circuitos profesionales, también es muy dura con el papel de las instituciones y su uso del dinero público. “Artistas que jamás imaginarías por su renombre y trayectoria lo pasan realmente mal para pagar el alquiler”, revela sobre una situación que ya se ha hecho frecuente.

“Hoy en día un artista tiene que trabajar tanto hacia dentro como hacia afuera”, enuncia Cristina Garrido (1986), quien durante el año pasado recibió dos becas de residencia en el extranjero. La artista madrileña, cuya obra gira alrededor de la crítica institucional, sostiene “que nuestro contexto beneficia al creador muy joven (becas, certámenes). Pero no existe una estructura en la que instituciones, agentes y coleccionistas colaboren para generar un contexto artístico rico y sostenible”.

Jiménez, que acaba de mudarse a Barcelona, aunque sigue viviendo a distancia de su trabajo en Berlín, desmonta el supuesto interés de los premios: “En primer lugar por su propio carácter individual y puntual, que no produce retorno en el tejido artístico y, en segundo lugar, por sus modalidades, que hacen que tampoco reviertan en la carrera de los propios premiados, al margen de la difusión mediática que genera el anuncio del premio”. Y llama la atención sobre los auténticos beneficiarios del “tinglado no artístico”: empresas de montaje, catering, agencias de viaje, etc.

España es un país de fachadas

“Tenemos medios, pero a medias”, cuenta un crítico Guillermo Mora (1980), que en 2016 ha tenido una exposición individual en el Centre d'Art La Panera (Lleida) y dos exposiciones colectivas organizadas por DKV, en el Museo Lázaro Galdiano y en el MUPAM de Málaga. “España es como imaginar un engranaje mecánico con piezas exquisitamente terminadas, pero sin carburante que las mueva. Cuando hablo de carburante hablo de dinero, que al fin y al cabo es lo que mueve el engranaje”.

La escasez es la nota dominante en un país donde importa más el envoltorio que el contenido. “Disponemos de museos y espacios envidiables, que quieren programar, pero que no pueden implicarse en las producciones porque no disponen de dinero. Muchos proyectos no se llevan a cabo por este motivo”, destaca Mora, que viajó el año pasado a Nueva York gracias a una residencia en ISCP. “Y por otro lado tampoco existe un mercado privado fuerte que apoye y sustente las producciones y carreras artísticas”, remata.

El madrileño Santiago Giralda (1980), que ganó Generación 2013 y este año ha sido becado por la Academia de España en Roma, denuncia que “el artista está muy desamparado. Las cuotas de autónomos son muy elevadas para alguien que no tiene ingresos fijos. El IVA tampoco es equiparable con el de otros países y, si existiera, la Ley de Mecenazgo sería fundamental”.

La cineasta Ana Esteve Reig (1986), además de desarrollar una importante carrera como creadora -el año pasado participó dentro del festival Márgenes con El Documental de Dalila y fue seleccionada para la edición de Circuitos 2017-, también da clases de videoarte en la Universidad Nebrija. La actividad docente junto a otro tipo de trabajos alimenticios, como la edición de vídeos, hacen que su punto de vista sea más crítico. “Existen becas y premios, pero es muy difícil sostenerse solo a base de concursos”, asegura. “Hasta ahora, yo no he encontrado el modo de seguir produciendo sin dejar de tener otro tipo de trabajos”.

Lo que le pasa a Reig, de 30 años, también le ocurre a artistas más veteranos. Pepo Salazar (1972), uno de los elegidos para representar a España en la última Biennale di Venezia y cuya obra se pudo ver el año pasado en galerías y museos de Nueva York, París, Amsterdam, Colonia, Barcelona, Madrid o Vitoria-Gasteiz, apostilla que “es prácticamente imposible vivir del arte. De hecho, la mayoría de los artistas, algunos muy conocidos y con carreras muy amplias, subsisten con otros trabajos; el más común de ellos es la enseñanza”. Salazar habla por experiencia. Durante veinte años, desde 1992 hasta 2011, compaginó su labor artística con el cargo de director creativo para series de animación.

Un último ejemplo: Matadero es uno de los principales contenedores de arte contemporáneo del Ayuntamiento de Madrid. Vanesa Viloria (1979) estuvo alternando contratos temporales como programadora y coordinadora de proyectos dentro de la institución de 2011 a 2015. A pesar de la inestabilidad del sector, explica que hace pocas semanas rechazó una oferta de trabajo que le proponía llevar la producción de un conocido festival de la Comunidad de Madrid, “porque la propuesta económica que hacía la empresa adjudicataria estaba escandalosamente por debajo de los precios de mercado”.

Viloria incide en los procesos de selección de estas empresas y los leoninos pliegues de condiciones. “Cuando en unos pliegos de condiciones se premia la oferta económica más baja, sin proteger los salarios de los trabajadores y sin tener previsto ningún mecanismo que evalúe la eficiencia del proyecto, además de poner en riesgo la solvencia económica de las personas y la calidad de las propuestas culturales, contribuyes al empobrecimiento de la cultura”, concluye esta productora cultural, que desde enero de 2016 colabora con el Área de Cultura de Podemos. Parece que vivir del arte se ha convertido, más que nunca, en una actividad de riesgo.

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