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Carmen Calvo, el trabajo de las manos y de las ideas

Privada de poder durar (Carmen Calvo, 2013)

J.M. Costa

Según se entra en Alcalá 31 quedan bastante claras una cuantas cosas: Carmen Calvo (Valencia, 1950) que actualmente ocupa esa enorme sala con Todo procede de la sinrazón (hasta el 29 de Enero) es una artista seria, rigurosa y en apariencia poco dada a las bromas. Y así ha sido desde su aparición como creadora a principios de los años 70. Lo que resulta inexplicable es que se hable de ella (y se habla, por ejemplo en Wiki) como una artista conceptual. Porque vamos, más objetual o matérica, como se decía en aquellos años, que Carmen Calvo no es cosa fácil de encontrar.

Esto de qué es, o deja de ser, arte conceptual siempre ha resultado algo confuso. El jazz, de forma bastante práctica, tiene más o menos clara la diferencia entre swing con minúscula y Swing con mayúscula. El primero sería un sentimiento rítmico que está en la base del mismo jazz y que se desarrolla a través de las décadas y los estilos. It ain’t mean a thing if it ain’t got that swing, como lo formularía Duke Ellington en 1931. El Swing, en cambio, sería un estilo nacido en esos años 30 del siglo XX, cuya principal característica residía en usar el swing en elemento pivotal. Dando como resultado uno de los grandes momentos del baile de la historia.

Lo mismo en artes visuales. Lo conceptual, con la c pequeña, sería uno de los elementos que intervienen, incluso cuando se le niega, en casi todo arte mínimamente serio. Lo Conceptual, con C mayúscula, sería un estilo surgido a finales de los 60 en Occidente y Japón que extiende sus raíces hasta Marcel Duchamp, continúa hoy en día y hace especial hincapié en ese elemento conceptual. Que, en algunos casos, prescinde incluso de cualquier concreción en un objeto y, si este aparece, lo hace sin ninguna voluntad de expresión subjetiva o intervención de lo manual, como en las Una y tres sillas de Joseph Kosuth de 1965. Lo conceptual sería un adjetivo y el Conceptual un sustantivo.

Si bien el trabajo de Carmen Calvo contiene muchas ideas, expresa bastante de la persona y sus referencias como para ser Conceptual. Hasta el punto de mostrar un Autorretrato (1994), destacado en el texto de Valeriano Bozal en el catálogo, que es una reunión de pequeños objetos abstractos cuya significación, de orden emotivo, intelectual o sensorial parece firmemente anclada en la subjetividad de quien los reunió. Una auto-biografía en la que no hay mayor rastro de tecnologías aparecidas en los últimos siglos. Lo cual significa algo aunque no parezca evidente el qué.

La exposición, comisariada por Alfonso de la Torre (de quien se ha tomado el título), es una retrospectiva casi antológica, dado que aquí se exponen buena parte de los trabajos que le han valido con el tiempo reconocimientos como representar a España en la Bienal de Venecia de 1997 o haber recibido el Premio Nacional de Arte Plásticas del 2013. Una de sus primeras obras exhibe su origen en el mismo título, La habitación de van Gogh (1974) y da lugar a casi una década de utilización de pequeños cilindros de barro cocido que se ordenan de maneras muy diferentes, casi descriptivas como la mencionada o mucho más abstracta. Todo ello desemboca en unos plátanos, también de barro cocido que vienen a ser un bodegón casi tan metafísico como las botellas de su admirado Morandi. Por supuesto, este trabajo manual con lo telúrico, con lo local de “la región que habito” tiene que ver con cuestiones como orígenes e identidad, que cantaba el también valenciano Raimon cuando Calvo era adolescente.

No es que toda la obra de Carmen Calvo sea un simple repaso de influencias personales o artísticas (la de van Gogh reaparece en unos dibujos en las galerías superiores), no se trata de una obra absolutamente autobiográfica. De hecho, el visitante de Alcalá 31 lo primero que ve es Silencio (1995), lapidas blancas sin inscripción apoyadas en un muro en el que cuelgan centenares de cuchillos de la misma piedra blanca. Esto, más que un recuerdo personal, parece una cuestión existencial.

De su trabajo con los filamentos de barro, Calvo recorre un camino que incluye paletas de pintor en madera o, de nuevo, barro; estanterías repletas de pequeños objetos abstractos. Luego se dedica a la modificación de fotografías que establecen un diálogo oblicuo pero imaginable entre el original, la intervención y el mismo título.

Afirmación feminista

Hay un punto de afirmación femenina o feminista en su uso de pelucas que desembocan en Et porlache la face ronde (2015-16), un trabajo ideado para esta exposición que consiste en un globo terráqueo de buenas dimensiones (y con errores) cubierto por una serie de pelucas que forman una sola peluca. Bastante claro esta vez.

Hay más, por supuesto y mucho que llama la atención. Por ejemplo unos cuantos vídeos, entre ellos un montaje de clásicos de un cine que parece acabarse en los 80, dicho sea como detalle. También hay sendas entrevistas que explican bastante bien cuál es su pensamiento.

En su conjunto esta es una exposición bastante espectacular en términos tanto de tamaño de las obras como de ambición formal y conceptual. De una artista que, por generación, podría haberse dirigido hacia algún tipo de figuración o hacia un Conceptual riguroso. Pero que eligió una vía muy personal en la cual se reúnen muchas inquietudes que florecieron en la segunda mitad del siglo XX. No hace tanto de eso y Carmen Calvo no es una heredera, sino una originadora.

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