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La “gimnasia visual” que convirtió a Sorolla en un maestro costumbrista del mar

José Antonio Luna

Joaquín Sorolla fue un maestro de la luz y de paisajes mediterráneos. Retrató como nadie el costumbrismo español, ya fueran jardines sevillanos, pescadores onubenses recogiendo atún o niños valencianos tumbados en la orilla del mar. Con su pincel consiguió evocar el olor a sal y llevarlo hasta galerías de París o Nueva York, convirtiéndose así en uno de los artistas del siglo XX más reconocidos a nivel internacional. Pero tras todas sus grandes obras se esconde un secreto sin el cual jamás habrían llegado a ser las mismas: sus “notas de color”.

El pintor llegó a crear 2.000 óleos sobre cartones o tablillas de pequeño formato, a los que se refería como “apuntes”, “manchas” o “notas de color”. Estos le sirvieron para experimentar con colores, texturas y un sinfín de elementos que luego podrían verse en sus obras mayores. Fueron, en definitiva, ráfagas del Sorolla más brillante.

Eso lo que se puede comprobar en la exposición Cazando impresiones, disponible en el Museo Sorolla (Madrid) hasta el 29 de septiembre. La muestra propone un recorrido por más de 200 tablillas que fueron mucho más que simples bocetos. “Muchos de los efectos que luego tienen protagonismo en sus cuadros grandes los vemos aquí ensayados. Por ejemplo, el estudio de la transparencia del agua o el de los oleajes”, explica Consuelo Luca de Tena, directora del museo y comisaria de esta selección.

Los protagonistas de sus cuadros eran sujetos espontáneos, rebosantes de naturalidad, pero el artista valenciano tenía que someterlos a un exhaustivo análisis para captar toda la esencia. “Él se sentaba tranquilamente a observar e iba tomando notas: primero con dibujos y luego con estas notas de color para coger tanto el ambiente luminoso como el color general de cada escena. Más tarde, con todo eso que llevaba en la cabeza, ya se lanzaba a hacer el cuadro definitivo”, señala la experta.

El resultado de estas creaciones difiere según lo que buscaba el pintor. Algunas son escenas abstractas, lejos de considerarse paisajes, y otras parecen réplicas menos cuidadas de obras reconocidas. Según la comisaria, para Sorolla esto era como “hacer gimnasia de la vista”. Además, gracias al pequeño formato de estos cuadros Sorolla podía pintar al aire libre sin demasiados problemas. “Se empezaron a fabricar cajas de distintos tamaños en las que se podían llevar cartones o tablitas para pintar, pinceles y pinturas. A veces, hasta se utilizaba la propia tapadera como paleta”, apunta Luca de Tena.

A pesar de que Sorolla se preocupaba por comprar los mejores productos, si no los tenía tampoco era un impedimento para dibujar. “Solía tener materiales fabricados por casas especializadas, como cartones o tablas preparadas, pero en otras ocasiones utilizaba lo que tenía más a mano. Por ejemplo, como su suegro era fotógrafo, aprovechaba cartón fotográfico, recortes y otros desechos”, aclara la comisaria.

Muchas de estas “notas de color” fueron pintadas en un tiempo récord: en menos de una hora. No quitaba que, incluso con lo fugaz de la obra, se pudiera apreciar una técnica pictórica al alcance de muy pocos. “Sorolla pintaba muy deprisa por la cantidad de producción que era capaz de sacar adelante. Gracias a su correspondencia sabemos que en algunos momentos su ritmo alcanzó los dos cuadros medianos por día”, afirma Luca de Tena. Continúa diciendo que, además, la rapidez de su trazo tenía otra serie de ventajas, como “coger la impresión de la luz que está cambiando continuamente”.

Más que bocetos: obras por sí solas

Aunque todo comenzó como una manera para ensayar su técnica, las “notas de color” adquirieron valor por sí mismas y acabaron expuestas junto a sus otras creaciones de mayor peso. “Al principio se consideraban creaciones personales, pero se vio la gente apreciaba lo que tenían de fresco, de espontáneo y muchos pintores empezaron a exponerlas como obras para la venta. Así lo hizo Sorolla”, asegura la especialista en arte.

Eran cuadros pequeños en tamaño, pero grandes en audacia. Por ello, Sorolla comenzó a enmarcarlos y a llevarlos por todas sus exposiciones, en las que tuvieron una gran presencia. “En 1906, durante su primera exposición individual en París, ya exhibió una cantidad importante de pequeños formatos enmarcados individualmente para su venta”, sostiene la encargada del museo. Añade que también fueron un tipo de regalo “muy corriente entre artistas”. Funcionaban como postales que se intercambiaban a modo de gesto, ya que era mucho más fácil (y económico) que dar un cuadro.

Pero la exposición no solo es una recopilación de “manchas”. Sirve también para, a través de ellas, comprender las diferentes etapas del autor y ver cómo ha ido evolucionando su trabajo. La muestra arranca con su periodo de formación y consolidación, cuando después de sus años en la Academia de Bellas Artes de Valencia se estableció en Roma para luego viajar a París. “Sus primeros apuntes muestran la influencia de Mariano Fortuny y los italianos, tanto en su composición como en la manera de utilizar expresivamente zonas de la madera sin pintar”, se puede leer durante el recorrido.

Fue en el ya mencionado encuentro de París, en la prestigiosa galería Georges Petit, donde el valenciano empezó a entrar en su madurez como artista. “Revela su profundo conocimiento prácticos de las teorías sobre la utilización de los colores complementarios, tan de moda en el París que alumbraba el nacimiento de fauvismo”, se detalla en la exhibición. A partir de entonces, Sorolla recorrió el mundo con sus obras: Alemania, Nueva York, Chicago…Y así hasta el estallido de la Primera Guerra Mundial.

Finalmente, su plenitud llegaría a partir de 1912. En sus últimos años, los apuntes de pequeño formato de Sorolla estuvieron dedicados a las playas del norte de España, como las de San Sebastián, y en ellos se podía apreciar un gran afán por experimentar con la construcción y el color de las figuras. Como se aprecian en estas “manchas”, el interés del valenciano por probar nuevas técnicas continuaría hasta el final de sus días. Una “gimnasia visual” que pocas veces abandonó.

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