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Mari Katayama, la artista que usa su cuerpo mutilado, aguja e hilo para sacudir la identidad

'shell', una de las obras expuestas en 'Loving the Alien'.

Laura García Higueras

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La artista Mari Katayama tenía nueve años cuando decidió que le amputaran las dos piernas. La japonesa nació con hemimelia peronea, una deficiencia que provoca la ausencia del hueso del peroné. “Era una elección entre estar atada a una silla de ruedas el resto de mi vida o perder mis piernas pero poder caminar. Yo elegí caminar”, explicó al respecto. Cerca de tres décadas después, la también modelo y cantante ha desarrollado una carrera en la que su cuerpo y obra están íntimamente relacionados. En sus autorretratos explora la identidad –individual y colectiva–, y desafía a quien los contempla, mirándole a los ojos, como si fuera un espejo capaz de generar reflejos en el gesto del otro.

La otredad, el 'yo' y 'los otros' son precisamente los pilares en los que se sustenta Loving the Alien, la nueva exposición de La Casa Encendida de Fundación Montemadrid que toma prestado su título de la canción homónima de David Bowie. En ella se explora la idea del 'alien', pero desde su acepción anglosajona. Ya que, a diferencia del castellano, más allá de la noción de extraterrestre, abarca la de foráneo, extraño, desconocido, ajeno y outsider. En la exhibición, que podrá visitarse gratis hasta el próximo 28 de abril, Kayatama comparte protagonismo con Sandra Mujinga, Ann Duke Hee Jordan y Ovartaci.

“Hay una parte muy privada en mis creaciones. Refleja los acontecimientos importantes de la vida y voy aprendiendo de todo ello. Muchos de ellos han llegado después de haber terminado algunas obras en concreto”, explica a elDiario.es la artista sobre cómo ha cambiado su relación con su cuerpo desde que empezara su carrera. Y es que el centro de las obras de la japonesa lo ocupa ella misma, y se basta de una cámara, hilo, aguja y sus piernas prostéticas para armarlas.

La experiencia física es para ella fundamental. De ahí a que tenga tanto peso en sus imágenes, en las que los tejidos se entrelazan añadiendo incluso más extremidades a su tronco, en posturas y emplazamientos diversos, que incluyen desde habitaciones a paisajes como una playa sobre la que yace tumbada de lado, mimetizada con la arena, con su expresión firme, impertérrita, vulnerable, fuerte y directa. Cargada de dignidad. Con ellas interpela intrínsecamente a quienes asisten a observarla, sumidos en cuestionamientos como qué es la identidad, si hay 'otros' entre nosotros, si no somos la suma y simbiosis de múltiples organismos y si no existimos, también, gracias –que no a pesar– a la mirada de los demás.

“El enfrentamiento de espejos y la eternidad que existe entre los objetos reflejados es uno de mis grandes temas. Está el destino de esa mirada dirigida, que puede ser desde la sociedad a algo incluso más grande, como el mundo. O más cercano, como la persona que en cada momento está delante de mí”, reflexiona la artista, “y así, enfrentando dos seres, dos espejos, en ese reflejo puede existir el amor y el sufrimiento”. “Podemos estar reflejando muchas cosas que serían parte de lo que es nuestra vida diaria. Y lo que es nuestra vida en sí”, añade. En efecto, sus fotografías contienen un influjo que atrapa y ya no es que logre detener el tiempo, sino que, al situarse delante, ancla. Transfiere un peso que ya no es que invite a examinarlas, sino a asistir a ellas. Algo se mueve dentro cuando se contemplan. Y eso es muy poderoso.

Fotografiarse a una misma

Las telas y prendas que aparecen en todas las imágenes han sido cosidas a mano, como parte de la importancia a la fisicidad y corporalidad que vertebran la personalidad de sus títulos. “Utilizo estos objetos y mi cuerpo como maniquí, los coloco y me hago el autorretrato. Soy yo quien dispara [de hecho, en muchas de las imágenes se ve el cable]. Tengo que ser yo quien lo haga, por la relación que hay entre yo misma y las demás personas”, argumenta.

La artista explica el porqué echando la vista al pasado: “Antiguamente se creía que cuando a alguien se le sacaba una fotografía, se le robaba el alma. Por lo tanto, cuando se toma una, a quien hace el retrato le recae la responsabilidad de ese acto. De modo que yo, como artista, para asumir esa responsabilidad, tengo que dispararme a mí misma, sacar mi propia fotografía”, justifica.

Una de las instantáneas expuestas es shell (concha). Laura López Paniagua, comisaria de Loving the Alien, apuntó en la presentación de la exhibición sus claves. El título de la obra hace alusión al caparazón que tiene la parte externa y un interior “blandito”. “Ella se presenta a sí misma de una manera totalmente vulnerable, exponiéndose en el centro mostrándonos su cuerpo”, describió sobre la fotografía en la que, en efecto, ella, en ropa interior, ocupa el núcleo de la imagen, mirando directamente a su 'observador'. “A la vez que es vulnerable y delicada, está llena de fuerza y dignidad. En este juego de espejos enfrentados, lanzamos el acto agresivo de poseerla con nuestra mirada. Hacemos ese acto de toma sobre ella”, valoró.

Sin embargo, al detenerse en los detalles, se comprueba que sobre la cabeza de la japonesa hay otro espejo en el que se puede ver su cámara. “Creemos que la estamos mirando pero en realidad es ella la que controla la mirada”, señaló la comisaria abriendo las miras sobre la interpretación del título.

Poseer los reflejos

El cuerpo no es un ente independiente de lo que ocurre alrededor, y acaba siendo la expresión última de cómo el contexto social y político sacude a cada ser humano. Así lo defiende Katayama, que sostiene que son “inseparables”. “Todos los sucesos que vemos en televisión o internet los reflejamos como si fueran algo nuestro. Los tomamos en nuestro interior”, indica sobre las coyunturas que determinan las posturas que cada cual adopta para sobrellevar el día a día. Ya sea encogidos, agarrotados, estirados, abiertos al abrazo, a la defensiva y el amplísimo abanico de poses adoptables.

Posiciones que se pueden comprobar en los espejos y ayudan a entenderse. “Todos queremos conocernos. Cuando nos miramos, en realidad lo que muchas veces hacemos es investigarnos. Lo hacemos a diario y deberíamos trasladarlo a lo que hacemos cuando vemos a los otros. Interesarnos y pensarlos como si fuese algo nuestro, para ir más allá”, plantea la artista japonesa.

La instantánea comparte título con el cómic –y posterior película– del que se ha extraído la cita que funciona como presentación de su sala, Ghost in the Shell: “Mi mente es humana. Mi cuerpo es una construcción. Soy la primera de mi linaje, pero no seré la última. Lo que hacemos nos define. Mi fantasma sobrevivió para recordar a todos que la humanidad es nuestra virtud. Sé quién soy y qué es lo que he venido a hacer”.

Más allá de la muestra recién inaugurada en Madrid, Katayama dirige el proyecto High Heel, con el que pretende crear piernas prostéticas que le permitan usar tacones altos, caminar y actuar en el escenario.

Las fotografías de la artista japonesa se exponen junto a las obras de otras tres creadoras en Loving the Alien: Sandra Mujinga, Ann Duke Hee Jordan y Ovartaci. En la misma línea que la japonesa, sus propuestas parten de la ciencia ficción y temas como la relación entre el ser humano y la naturaleza. Así como la amnesia colonial. “Todas convergen en la idea del alien a través de sus distintas acepciones, colocándonos frente a él como ante un otro propio con el que convivimos”, justificó la comisaria responsable de la exposición.

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