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Pilar Aymerich, la fotógrafa que no quiso ser objetiva, acerca su memoria de “brujas” adúlteras y feministas

Prisión de mujeres de La Trinitat, en Barcelona (1978), una de las imágenes de la exposición 'Memoria vivida'

Isabel Navarro

Madrid —

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No, el movimiento feminista en España no empezó el 8 de marzo de 2018. Y no, la Transición democrática no la hicieron, solamente, Carrillo, Felipe González y otros señores de chaqueta de pana y Ducados. Tampoco fue algo que sucedió exclusivamente en Madrid. Lo sabemos porque Pilar Aymerich (Barcelona, 1943) fotografió a las que se atrevieron a salir a las calles de su ciudad en 1976 primero cientos, luego miles con carteles donde se podía leer “Jo també sóc adúltera”, en apoyo a María Ángeles Muñoz, una empleada de hogar de 30 años que fue una de las últimas mujeres acusada de adulterio en España. Franco acababa de morir y aquellas feministas pedían cosas tan básicas como una ley de divorcio, el aborto libre, el derecho a la patria potestad de sus hijos, el reconocimiento de los hijos ilegítimos y la abolición del delito de adulterio (solo para ellas) que conllevaba penas de entre seis meses y seis años, además de multas de cientos de miles de pesetas.

En una de las imágenes más icónicas de esa época aparece una madre joven entonces todas lo eran manifestándose con un niño a los hombros y el cartel autoinculpatorio: “Yo también soy adúltera” escrito en catalán. No hay Historia sin testigos ni documentos que la acrediten y Pilar Aymerich estaba allí (“yo no disparo, yo cazo”) porque formaba parte del movimiento feminista y practicaba un tipo de fotoperiodismo que huía de la supuesta objetividad del documental para involucrarse en lo narrado, sin esconder sus emociones ni su militancia. “Teníamos que luchar. Éramos muy pocas, pero era un momento de gran alegría y esperanza porque sabías que estabas contribuyendo a que el mundo fuera distinto. Muchas veces la policía se ponía a disolver a palos, pero como sabía que correr no me iba a servir de nada, me ponía en un rincón, me pintaba los labios y dejaban de verme como a una manifestante. Tenía la capacidad de ser invisible”. Pero ya no lo es.

Reconocida con el Premio Nacional de Fotografía en 2021, la de esa madre “adúltera” es una de las instantáneas actualmente expuestas en el Círculo de Bellas de Artes de Madrid, una muestra comisariada por Neus Miró, en colaboración con La Fábrica y el Centre d’Art Tecla Sala, que reúne más de 150 imágenes que abarcan la trayectoria de Aymerich de forma cronológica, desde los años 60 hasta 2008, bajo el título Memoria vivida.

¿Qué siente la fotógrafa al ver todas esas imágenes juntas? “Vértigo. Es el resumen de 50 años de fotografía y de vida, que para mí son lo mismo. Veo personas que me faltan, como Montserrat Roig. Veo nacer al movimiento feminista, que debería ser el referente de un país que tiende a la amnesia y olvida muy fácilmente. Veo que muchas cosas han cambiado, sobre todo las leyes, pero el fondo sigue siendo el mismo: el machismo que aún existe”.

Aymerich publicaba en medios como Triunfo, Destino, La Calle, Diario 16, se metía en las huelgas, las concentraciones, las manifestaciones, se adentró en la prisión de mujeres de la Trinidad en 1978, cuando se produjo una experiencia de autogestión que se dio entre la salida de las monjas “cruzadas evangélicas de Cristo Rey” y la llegada de las primeras funcionarias de prisiones… pero reconoce que no era nada fácil vender aquel material tan apreciado hoy por su valor histórico y artístico. “Te pagaban una miseria y además las feministas no éramos noticia. El interés por estas fotos empezó años después, de manera retrospectiva, cuando se cumplió el décimo aniversario de Les Jornades Catalanes de la Dona y ha ido aumentando”.

Aquellas jornadas históricas que se celebraron en el paraninfo de la Universidad de Barcelona en 1976 supusieron un gran impulso para el movimiento. Allí estaban todas: desde las militantes de partidos políticos en la clandestinidad hasta feministas independientes que habían empezado a formar grupos de autoconciencia en los barrios; estaban las sindicalistas, las estudiantes, las abogadas, las obreras, las amas de casa… Y Pilar Aymerich captó toda aquella efervescencia con su objetivo. “El encuadre, como decía Godard, es una cuestión de moral. Eliges lo que quieres ver y seleccionas un trozo de realidad de manera consciente. Como fotógrafa tengo muy en cuenta lo que tengo delante como persona”. El contraste entre la pomposa solemnidad del paraninfo neomudejar –cuyas únicas representaciones femeninas son vírgenes, la reina Isabel II o alegorías mitológicas– y aquellas feministas con vaqueros de pata de elefante, combativas, que ríen y aplauden la intervención repentina de una mujer que limpia de rodillas el pasillo durante la lectura de la ponencia Mujer y trabajo –una performance del grupo Las Nyakas– es otra de las imágenes más celebradas de Aymerich que podrá verse en el Círculo de Bellas Artes hasta el 7 de enero. “Sí, las mujeres de esa foto están riendo porque nosotras veníamos del miedo y queríamos desembarazarnos de él. Habíamos mamado el miedo de las ciudades grises del franquismo, así que cualquier cosa insólita que pasara te la tomabas con alegría. Queríamos abolir el miedo”.

Conocida como la fotógrafa del feminismo en las calles, la comisaria de la exposición ha querido subrayar que Pilar Aymerich también es lo que hizo antes y lo que hizo después del tardofranquismo y la Transición. “Comenzó en el teatro –recuerda Neus Miró–, en la escuela de arte dramático Adrià Gual que dirigía Maria Aurèlia Capmany y esa formación la ha acompañado siempre. Aymerich siempre busca el contexto de lo que retrata, no aísla al sujeto, y hay una cierta tendencia a una composición escenográfica, que se ve tanto en los retratos de personajes de la cultura, como en el trabajo de Cuba o en toda la fotografía que ha desarrollado acerca de la arquitectura y escultura funeraria. Para mí era importante en esta exposición hacer un viaje más amplio y no dejarla encasillada en la Transición, que es la parte de su obra que más se recuerda”.

En un momento en que el “elefante en la sala” del Congreso de los Diputados es el encaje de Cataluña en España, llama la atención que a sólo unos metros de la carrera de San Jerónimo haya una exposición donde se recogen los retratos de algunos de los personajes han marcado el paso de la cultura catalana del pasado siglo: Mercé Rodoreda (“que no quería posar, pero al final cedió porque se sintió cómoda”), Josep Pla, Maria Aurèlia Capmany, Federica Montseny, Caterina Albert, Joan Brossa, Ovidi Montllor… posaron para el objetivo de Aymerich, en gran parte gracias a la alianza artística y personal que mantuvo con otra de las retratadas, Montserrat Roig, escritora y periodista fallecida prematuramente, que está siendo reivindicada por las jóvenes generaciones gracias a la reedición de novelas como Ramona, adiós (Consonni) y con la que formó pareja profesional.

De hecho, Roig se basó en su amiga Pilar para dar vida a una de las protagonistas de sus novelas Tiempo de cerezas y La hora violeta, donde la describe como “un poco bruja y un poco gata con semblante egipcio”, “capaz de colarse en todas partes y captar asombrosamente las cualidades del ser que retrata”. 

La premisa de la serie partió de la pregunta que se hizo Aymerich: “¿Quiénes serían las brujas de hoy? ¿A quién quemarían si pudiesen?”. A lo que se dijo que serían, por supuesto, las sindicalistas o las mujeres que practican abortos

La exposición se cierra con un trabajo de 2007, Brujas, opuesto en estilo y estética al de sus inicios en color, retrato del busto de mujeres desnudas, despojadas de cualquier elemento personal reconocible pero que dialoga con aquellas muchedumbres de mujeres en lucha. La premisa de la serie partió de la pregunta que se hizo Aymerich: “¿Quiénes serían las brujas de hoy? ¿A quién quemarían si pudiesen?”. A lo que se dijo que serían, por supuesto, las sindicalistas, las mujeres que practican abortos, las militantes de izquierdas… ¿Son más o menos fuertes las militantes representadas en su individualidad o la colectividad? Difícil decirlo, aunque lo innegable es que en un primer plano se las ve más y están menos idealizadas. A veces, incluso, se las ve asustadas.

No, la Transición no la hicieron solamente señores de chaqueta de pana y Ducados, de hecho Pilar Aymerich, que aprendió a hacer fotos en Londres e inauguró la moda de las minifaldas de Mary Quant reconoce que nunca fumó negro: “Yo fumaba Camel por el diseño del paquete; después fumé una época puros Montecristo Nº5 y ahora estoy en la más absoluta miseria de fumar porque me he hecho mayor”. Dice antes de salir de su casa-estudio, en el barrio de Gràcia, hacia el teatro con su aire impenitente de bruja contemporánea que nunca dejará de reírse a carcajadas. 

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