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El Reina Sofía reordena su colección para explicar mejor lo que nos ha pasado

Elena Cabrera

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Vasos comunicantes o, en palabras de Manuel Borja-Villel, director del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, “una nueva reordenación completa del museo” que rompe las divisiones entre disciplinas artísticas, incluye otras que habían sido excluidas como la arquitectura, el urbanismo o el teatro y trabaja por insertar las obras en su contexto.

La nueva identidad de la colección permanente del museo se articula en 2.000 piezas, seis plantas de los dos edificios del museo, 15.000 metros cuadrados y, como novedad, el 70% de esas obras no se había expuesto anteriormente o es de reciente adquisición.

Este revolcón a la narrativa del Reina Sofía abre la puerta a las crisis, al 15M, al 8M, a las pandemias, a la plaza. “La colección no es un panteón de hombres y mujeres ilustres sino un itinerario donde los artistas pueden aparecer en un momento y también en otro”, ha aclarado Borja-Villel durante la presentación de este viernes.

El camino propuesto explica el arte en relación a los acontecimientos históricos y los movimientos sociales y políticos de los siglos XX y XXI. Arranca con la bohemia en Madrid, París y Barcelona. De ahí, se pone en relevancia el papel de la ciudad como tropo, como sujeto de la modernidad, tanto como para pensar la utopía (la ciudad jardín, Ciudad Lineal, el Ensanche) como para proyectar la revolución. Ese foco sobre la ciudad conduce a Madrid, ciudad en la que se inserta el museo y de la que no se puede ser ajeno: el Madrid ultraísta y el que configuran las mujeres vanguardistas, los madriles de Ramón Gómez de la Serna y sus tertulias, las fotos de los alfonsos, la mala vida, la fascinación por los bajos fondos.

Del cubismo se pasa a la tensión entre la alta cultura y el arte popular: los años 30, el Guernica, el flamenco, Breton, Buñuel, los proletarios de la cultura: La Barraca y las Misiones Pedagógicas. Y, por supuesto, el surrealismo. En este punto, la trama de esta historia llega a un punto de conflicto, a un giro de guion: las revoluciones obreras, el anarquismo, la lucha de clases y la derrota que lleva al exilio.

El exilio es uno de los puntos claves de la reordenación, “una asignatura pendiente en este país”, dice el director de la institución. Bajo el título de situación Pensamiento perdido, se reflejan las aportaciones culturales y artísticas entre 1939 y los años 50 con fotografías de Robert Capa de los campos de refugiados en Francia y los dibujos que hizo Antonio Rodríguez Luna. La obra de Josep Renau en México o la gráfica antifascista impresa desde ese mismo país, que fue lugar de acogida para muchos intelectuales de izquierdas que tuvieron que abandonar España tras la Guerra Civil.

Otro importante refuerzo que nos presenta el Reina Sofía como un museo situado, que observa el mundo desde un punto de vista indudable, que toma partido, es la descolonización. Se incorpora una buena cantidad de obra sobre Latinoamérica y su relación con España entre 1964 y 1987: psicodelia tropicalista brasileña, experimentación audiovisual, compromiso social argentino, resistencia chilena durante la dictadura de Pinochet.

Un “barco ebrio”, como dice el poema de Rimbaud, es el nombre que se ha dado al tramo dedicado al “eclecticismo, institucionalidad y desobediencia” en los años 80. Institucionalidad porque se crea ARCO en 1982 y el propio museo en 1986. También porque el arte se utiliza para internacionalizar políticamente a una España que sale de la dictadura. Ahí está Tàpies, Chillida. Más de cien obras que surgen de la crisis de principios de aquella década, de las políticas conservadoras de Reagan y Thatcher, de la caída del Muro de Berlín, de la pandemia del sida, que aparece tanto desde la intimidad de los cuidados ante la enfermedad como en su manifestación política del cuerpo activista que lucha por su visibilidad, como la camiseta “Yo tengo el sida” de Fabulous Nobodies (Roberto Jacoby y Mariana “Kiwi” Sainz) de 1994. El post-punk, las fotos de la juventud en la calle —con sus pintas, sus pelos, su actitud— de Miguel Trillo, los pósters del Rock-Ola, la noche, el arte porno brasileño, el video betacam de Charles Atlas Hail the New Puritan / Saludos a los nuevos puritanos.

Otro gran nudo del relato llega con la Expo 92: las ideas —algunas descabelladas— que se propusieron para el recinto expositivo, la arquitectura de los pabellones, los hallazgos para bajar la temperatura sevillana pero también cómo se inserta la Expo con su persistencia en el imaginario colonial, que no desaparece, pero que sí ha lugar a la crítica poscolonial, a la respuesta a 1492 desde 1992, a las fisuras que se abrieron, ejemplificadas en la crítica muestra Plus Ultra comisariada por Mar Villaespesa que sucedió dentro de la propia exposición universal y que ha sido recreada en una sala del museo, junto a las obras de Curro González o los colectivos Agustín Parejo School y Juan Delcampo.

El cambio de siglo traía agazapada en su regazo una gran crisis financiera a partir del pinchazo de la burbuja inmobiliaria. “La crisis, un elemento consustancial y no pasajero, como nos querían hacer creer”, apunta Borja-Villel sobre uno de los aspectos más importantes de la colección. En 2011 se ocuparon las plazas y despertó la primera árabe. Una pared del Reina Sofía recoge parte del archivo 15M: carteles y materiales creados en la Puerta del Sol. El problema de la vivienda y la expansión de la construcción se aborda con una mirada sobre Benidorm (se proyecta Huevos de oro, de Bigas Luna) y Valencia (aparecen las fotos del circuito de Fórmula Uno desde fuera de Alejandro S. Garrido, en la serie Run-Off). La ciudad como lugar de permanente conflicto, de generación de fake news, de futuros distópicos y “de la recreación de pasados sentimentales utilizados para las actuales guerras culturales”, remarca el director.

También pivota sobre la ciudad la obra de Rogelio López Cuenca, Isaías Griñolo o Maria Ruido sobre stop desahucios, el anticapitalismo y la lucha vecinal contra el urbanismo depredador. O el trabajo sobre el impacto de la gran recesión en Grecia, con su fuerte deuda, que se cruza con la crisis migratoria que tiene a este país como puerta de entrada ilegal a Europa y que aparece reflejado en la obra de Angela Melitopoulos. Por supuesto, la  lucha del feminismo también está presente con una muestra de materiales provenientes de asambleas 8M. Finalmente, hay una pregunta a la que responden las obras de Miriam Cahn, Maja Bajevic, Daniel García Andújar, Andrea Buettner o Marc Pataut: ¿cómo representar el infierno actual en el que vivimos?

Como ya se había anunciado con motivo de su fallecimiento, uno de los momentos finales del recorrido está dedicado a Carmen Laffón que, como explicó Manuel Borja-Villel, llegó a ver una fotografía de cómo quedaba la sala dedicada a ella. Estaba previsto que ella participara en esta presentación, reveló el director, pero la muerte de la pintora el pasado 7 de noviembre truncó muchos de estos planes. “No estaba previsto que este fuera un homenaje, pues estaba decidido mucho antes de su muerte, pero al final lo es”, explica Borja-Villel delante de la serie La sal, delicados bajorrelieves de escayola policromados, que reflejan el paisaje de Sanlúcar de Barrameda, a medio camino entre la abstracción y la figuración.