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El Reina Sofía dedicará una sala a Carmen Laffón, la pintora de los “paisajes humildes”

'La sal. Salinas de Bonanza, Sanlúcar de Barrameda' (2019), actualmente en exposición en el Museo Helga de Alvear

Peio H. Riaño

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El Guadalquivir y su desembocadura. Ese es el paisaje de Carmen Laffón y a él estuvo atada en las últimas décadas cuando su pintura evolucionó hacia una abstracción más madura. La artista realista falleció este domingo, a los 87 años, en su casa de Jara, en Sanlúcar de Barrameda, cerca de las vistas de su infancia. Del horizonte del que reivindicó en la extraordinaria serie El coto, realizada íntegramente desde la ventana de un apartamento en Sanlúcar, donde el cielo y el mar se funden.

Junto a El coto, La cal y, sobre todo, su última serie La sal. “Este es su legado”, asegura Juan Antonio Álvarez Reyes, director del Centro Andaluz de Arte Contemporáneo (CAAC) de Sevilla, que ha estado muy pendiente de su trabajo y explica que con el cambio de siglo Laffón “se sintió liberada” y se “despojó de todas sus limitaciones técnicas, temáticas y vitales”. Recuerda la llamada de teléfono en la que Carmen le contó que ya estaba con una serie nueva que le iba a gustar. Efectivamente, así fue. La sal fue tan importante que la reservaron para enseñarla en una exposición que se mostró en el CAAC y en el Jardín Botánico de Madrid.

Además de los lienzos incluyó un espectacular bajorrelieve compuesto por ocho piezas, que Laffón trabajó en barro y pasó al yeso, para finalmente pintarlas una a una. Tal y como informan desde el Museo Reina Sofía a eldiario.es, Carmen Laffón tendrá una sala dedicada a ella en la última parte de la nueva lectura de la colección que está inaugurando por tramos su director, Manuel Borja-Villel. La artista tendrá el honor de cerrar el recorrido de la colección, en la Sala A1, donde se van a mostrar las obras más recientes en el espacio que pasará a llamarse “Carmen Laffón. La Sal”. La presentación del tramo final será el próximo día 27 de noviembre.

La sal y la vida

“El conjunto de ocho bajorrelieves es de gran interés para el museo y la nueva colección porque permite completar la presentación de una de las artistas fundamentales del panorama artístico español desde los años sesenta. En la obra adquirida (gracias a la generosidad de Helga de Alvear y Mario Losantos) se percibe la calidad y encaja en el discurso de la colección del museo sobre ecología y medio ambiente”, indican desde el museo a este periódico. También señalan que los trabajos de Laffón desde 2008 han profundizado en los espacios limítrofes entre la tierra y el agua.

“Con la indefinición de formas en los bajorrelieves La sal, la artista añade la policromía para conseguir que el paisaje tenga carácter pictórico a la vez que objeto tridimensional”, explican desde el área de escultura del Museo Reina Sofía. Carmen Fernández, conservadora jefe de escultura del centro, apunta que las series sobre las salinas (fechadas entre 2017 y 2020) “destacan por ser obras en las que la línea del horizonte y las formas cúbica o trapezoidales de las pilas de sal, están matizadas por sus reflejos en el agua y por una atmósfera densa y serena, que reduce el color casi a la bicromía”.

El Reina Sofía, además, tiene tres pinturas, un dibujo y una escultura que fraguó en la exposición que hizo en la abadía de Silos, en 2007. Entonces Laffón construyó una gran cepa en escayola que presidía la muestra. El museo no expone ninguna de las cinco. Años atrás, el propio Borja-Villel señalaba a la pintora andaluza y a Antonio López como fieles representantes de “un anacronismo constante en el arte español: la vuelta al orden realista y académico una y otra vez”. Álvarez Reyes niega este punto: “No ha sido académica nunca. Todo lo contrario. En Sevilla, en España supuso una revolución absoluta. Y la gran libertad de sus dos últimas décadas ha cambiado la perspectiva y el juicio de todo el mundo. El propio Manuel Borja-Villel pasó a ver varias veces la exposición de La sal en el Jardín Botánico”, cuenta el director del CAAC.

La coleccionista y la artista

“Ya sabes que los museos nunca tienen dinero”. Al otro lado del teléfono habla Helga de Alvear, coleccionista y galerista que ha entregado el dinero a la Fundación del Reina Sofía para que adquiera el bajorrelieve de Carmen Laffón. El museo ha preferido no especificar el precio. “No sé cuánto ha costado la pieza. Nunca pregunto esas cosas. Pero ella tuvo un gesto muy bonito conmigo porque hizo una pieza más y me la regaló para mi museo”, dice Helga de Alvear desde su coche, camino del centro que lleva su nombre, en Cáceres. Allí hay cinco pinturas (cuatro de la serie de La sal y una de La cal). En el CAAC no tienen obra de ella y su director reconoce que ha tratado de lograr alguna pieza mediante dación en pago, pero ha sido imposible. “No me voy a rendir hasta que consigamos una para la colección de la pintora que supuso una revolución total en la pintura andaluza”, dice Álvarez Reyes.

La coleccionista alemana, dos años menor que Laffón, la recuerda como “una amiga”. Tenían una cita para los próximos días. Quién sabe si la pintora le iba a mostrar los primeros cuatro cuadros de la nueva serie que había echado a andar, con lienzos monumentales. Recuerda que empezó a coleccionarla hace 15 años porque sus primeros trabajos, cuando estaba con la galerista Juana Mordó, no le interesaban. “A mí no me gustaban y no te exigía que las compraras. Poco a poco nos hemos hecho muy amigas. Me ofreció ser académica [en la Academia de Bellas Artes de San Fernando] y lo rechacé, porque yo soy coleccionista y no sé suficiente español para ser académica. Ella se enfadó”, cuenta con cariño.

El Metropolitan Museum of Art (MET) de Nueva York tiene dos bodegones de finales de los setenta, pero nunca abandonó su perfil de pintora fuera de los focos y lejos de la popularidad. “Es una superartista, no cabe duda. Pero nunca luchó por ser internacional. Pasaba. Hay artistas que quieren serlo a toda costa, pero otros trabajan porque les gusta. Ese era el caso de Carmen Laffón”, añade Helga de Alvear. De hecho, Laffón tiene la Medalla de Oro al Mérito de las Bellas Artes (1999) y Premio Nacional de las Artes Plásticas (1982), pero nunca fue reconocida con el máximo galardón, el Premio Velázquez, a pesar de que este año rivalizó en el seno del jurado del premio con Tania Bruguera, vencedora final sin unanimidad.

El paisaje de su vida

El mar y el cielo. El Guadalquivir y las salinas. Ese fue el paisaje que admiró y amó, como reconoció en su discurso de ingreso en la Academia de Bellas Artes de San Fernando, en el año 2000. Desde hace dos décadas, Carmen Laffón alertaba del peligro que corrían los paisajes a los que se entregaba cuando salía al aire libre a pintar. Se lamentaba de la amenaza de la actividad humana y de la falta de conciencia que supondrá su pérdida. También se quejaba por la falta de aprecio por los mismos: “Ellos forman parte de nuestro patrimonio cultural, tanto como nuestros más preciados monumentos y museos, porque son también vivientes monumentos y museos llenos de vida. Velar por su conservación me parece un deber primordial y mucho me gustaría que esta institución, tan guardiana de la belleza, asumiera este nuevo compromiso”, les dijo a los académicos el día de su ingreso.

Veía en estos lugares espacios para la evocación y el ensueño, para el goce del silencio, de la luz y del aire. Eran paisajes “no bellos”, sin el foco de la Gran Vía madrileña, por ejemplo. Paisajes “humildes y secos”, “desnudos y extraños”, “de aparente simplicidad y profundas complejidades”, decía la artista. No todos aceptaron su entrega al paisajismo con admiración.

El suyo fue realismo lírico y personal, más enigmático que evidente, más imaginativo que literal: arte afanado en la verdad que, paradójicamente, sacrificó la apariencia. Como escribió en 2014 Juan Bosco Díaz-Urmeneta sobre sus vistas del Coto de Doñana, “los lenguajes de Carmen Laffón son ciertamente libres, pero no gratuitos”, en referencia a una pincelada que, poco a poco, se fue deshaciendo y perdiendo límites.

El historiador ha comparado estas series de Laffón con la paisajística de Caspar David Friedrich y Mark Rothko. “Frente al patetismo de la pintura nórdica, la obra de Laffón posee la complicidad y cercanía sentimental con la naturaleza propias de la visión mediterránea”, apuntó Díaz-Urmeneta, que encontró en la transparencia del color, la fuerza de la luz y los límites imprecisos que separan los espacios, los valores que vinculan a Rothko con Laffón. A fin de cuentas, las naturalezas de la pintora andaluza son enigmas inalcanzables. Ella misma ha reconocido tener muy presente a estos dos pintores como a Turner, Monet, Degas o Seurat. Y siempre Fernando Zobel, con quien se formó, y de los informalistas, con quienes compartió galería.

Juan Carlos I y Miguel Blesa

También ha sido relacionada con las virtudes de Diego Velázquez, especialmente en el retrato de Juan Carlos I, que conserva el Banco de España. La historiadora Isabel Tejeda indica que los fondos grisáceos y carentes de boato y de elementos decorativos son los que conectan con los retratos velazqueños de Felipe IV. “La pintora sevillana prescinde de las fórmulas envaradas y normalmente cargadas de símbolos regios de los retratos de la realeza”, sostiene Tejeda.

Este periódico descubrió en 2014, arrumbado en el sótano de la sede de la Fundación Caja Madrid, el retrato que Laffón hizo a Miguel Blesa por 159.000 euros. “Laffón estuvo trabajando en esa obra durante más de dos años, entre finales de 2007 y principios de 2010. Blesa viajó en un par de ocasiones hasta su estudio en Sevilla para posar”, contó entonces Ignacio Escolar. La pintora terminó su cuadro unas semanas después de que Blesa dejase la presidencia de Caja Madrid. Envió el cuadro con un colaborador a la sede de Caja Madrid, en la plaza de Celenque. Por alguna razón desconocida, durante la presidencia de Rodrigo Rato, el retrato de Blesa nunca se colgó de ninguna pared ni de la sede de Bankia ni de la sede de la Fundación Caja Madrid.

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