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'Entre dos aguas': Isaki Lacuesta lleva su 'cine imprevisto' a las orillas de Cádiz

Isra, protagonista de 'Entre dos aguas', mira la bahía de Cádiz

Francesc Miró

Si pensamos en realizadores y realizadoras españoles a los que se les dediquen exposiciones y retrospectivas fuera de nuestras fronteras, lo primero que nos vendrá a la mente serán nombres históricos de nuestro cine: Berlanga, Saura, Bollaín, Cuerda, Coixet, Almodóvar, Bardem...

En cambio, difícilmente nos vendría a la cabeza el nombre de un realizador catalán de 45 años curtido principalmente en el terreno del documental, alejado siempre del mainstream y de los focos mediáticos, que compagina el cine con la docencia y que no tiene ningún Goya. Mientras, en París, el centro Pompidou acaba inaugurar una retrospectiva de Isaki Lacuesta en la que proyectarán todas sus películas, publicarán un libro, exhibirán una videoinstalación, realizarán un episodio de la serie documental Où en êtes-vous en torno a su figura y le dedicarán una exposición.

Toda una celebración de talento patrio fuera de nuestras fronteras que llega justo después de que Lacuesta hiciese historia ganando su segunda Concha de Oro en el festival de San Sebastián con Entre dos aguas, film que llega ahora a nuestras salas. Secuela de la película La leyenda del tiempo con los mismos actores. Componiendo con ella un bello pero duro retrato de la vida en el barrio de La Casería en San Fernando (Cádiz). La falta de oportunidades, el peso de la familia y la imposibilidad de redención, la religión como refugio y el amor fraternal se funden en manos de un realizador que vive su mejor momento.

De Cádiz a París con dos hermanos gitanos

“Es extraño porque nunca me ha gustado mucho ver mis obras. Siento que cambiaría cosas de ellas todo el rato”, confiesa Isaki Lacuesta a eldiario.es. La retrospectiva que le dedican en París no le incomoda, le halaga. Pero ver su cine y no poder manipularlo, corregirlo y pulirlo sí le inquieta un poco. Sin embargo, el cineasta catalán intenta distanciarse, con esfuerzo, para ver su filmografía con otros ojos. “En este proceso de verla con cierta perspectiva he descubierto cosas sorprendentes. De repente uno se encuentra con que hay temas, relaciones de imágenes y fórmulas recurrentes de abordar el cine que han ido apareciendo y reapareciendo. Y que nunca pensaste que estaban ahí. O no te diste cuenta”, explica.

“Ayer, por ejemplo, presentaron un libro sobre mi trayectoria y me quedé de piedra con los autores, que han hecho una investigación que les ha llevado a asociaciones impensables”, describe el director de Entre dos aguas. “Han recuperado artículos que yo escribía cuando era periodista. ¡A los diecinueve años! Y son artículos en los que ya se puede ver la tesis que muchos años después vertebraría Los pasos dobles. Todo muy loco”, dice sorprendido.

“Ahora me doy cuenta, con el paso del tiempo, de que las imágenes nunca significan algo literal mucho tiempo: van cambiando de significado”, explica sobre su obra. “Y es algo que tiene mucho que ver con intentar abordar los mismos temas desde puntos de vista diferentes. Algunas de mis películas van volviendo sobre temas recurrentes, como la legitimidad o no de la lucha armada, que reaparecen constantemente pero desde distintos géneros y lugares”, reflexiona. Algo que, en el fondo, se puede significar como un debate interno jamás resuelto: “es como una forma de discutir conmigo mismo y con el espectador”.

Lacuesta debutó en el cine con el documental Cravan vs. Cravan el año 2002. Una película que ya apuntaba a determinada exploración sobre los límites de la ficción y el lenguaje del reportaje. Sin embargo, fue en 2006 cuando decidió no definir nunca más la frontera entre ambos mundos. Lo hizo con La leyenda del tiempo, la historia de Isra y Cheíto -Israel y Francisco José Gómez Romero-, dos hermanos que, tras la muerte de su padre, ya nunca vuelven a cantar pese a pertenecer a una familia de cantaores. Ambos sueñan con una vida mejor, y acaban de cumplir los trece años.

Doce años después, el cineasta ha vuelto a reunirse con los hermanos que grabaron a fuego el carácter de su cine. Lo ha hecho con Entre dos aguas, situándose en el particularísimo olimpo de realizadores que han ganado dos veces la Concha de Oro en el Festival de San Sebastián. Uno que ocupan Imanol Uribe, Francis Ford Coppola, Arturo Ripstein y Bahman Gohbadi.

Doce años después, las mismas aguas

En 2006, Isaki Lacuesta quiso perseguir el fantasma de Camarón. Aficionado al cante, quería rodar una película sobre una infancia marcada por el flamenco. Tenía un guion sobre un joven con una voz única que, a los trece años, le cambiaba y se veía obligado a dejar de cantar. Pero cuando viajó hasta San Fernando -en Cádiz-, para buscar actores, conoció a los hermanos Gómez Romero. Habían cantado desde que eran niños pero ya no podían hacerlo más. Estaban de luto por un padre muerto. Así que aquella película trataría sobre ellos y se llamaría como una célebre canción de Camarón. Doce años más tarde, llega una secuela que titulada como otra célebre canción, esta vez de Paco de Lucía.

“Cuando hicimos la primera ya existía la fantasía de volver a rodar”, cuenta Lacuesta. “Me inspiraba mucho lo que había hecho Truffaut con Jean-Pierre Léaud. Esa idea de que el cine es un arte increíble para filmar algo a lo largo del tiempo y ver cómo cambia el mundo y su gente”.

El referente de la Nouvelle vague filmó por primera vez a Léaud en Los 400 golpes, dónde el joven interpretaba a Antoine Doinel. Sin embargo realizador, actor y personaje volverían a repetir en Antoine y Colette, Besos robados, Domicilio conyugal y El amor en fuga. Veinte años de vida en cine.

“Esa idea ya estaba presente en La leyenda del tiempo. En ella veías a niños que crecían y cambiaban. Y parte de la fantasía era que eso siguiera ocurriendo en otras películas a lo largo del tiempo”, cuenta el director catalán. “Pero a la vez no sabíamos qué iba a pasar. ¿Nos seguiría apeteciendo? ¿Nos seguiríamos cayendo bien? Isra y Cheíto habían cambiado mucho. Pero seguíamos queriendo hacer algo. Llegó un momento en el que vimos la oportunidad: Cheíto volvió de una misión en África y comprendimos que era el momento de volver. Intentamos levantar la continuación que deseábamos”.

Ahora Entre dos aguas nos plantea una situación muy distinta. Cheíto trabaja en el ejército y vive una vida apacible. Isra, en cambio, ya no es el niño de mirada inocente pero triste que conocíamos. Acaba de salir de prisión y su mujer no le quiere en casa. Vive en una cabaña y, de tanto en cuanto, puede ver a sus tres hijas.

La naturaleza del cine imprevisto

Si en películas como Los pasos dobles veíamos a un realizador que reinterpretaba la vida de un artista real para jugar con las expectativas del espectador, y en La próxima piel le descubríamos coqueteando con el thriller para abordar un drama familiar, esta vez Isaki Lacuesta desaparece de forma absoluta. El trabajo del director se invisibiliza en pos de la naturalidad de un cine que se siente grabado in situ y sin guion. Y algo de esto hay.

“Hay mucho trabajo pensado para que no se vea”, explica el realizador. “Le pedí a mi director de foto que hiciese un trabajo sofisticado pero invisible, igual que el guion, que intentamos que no pareciese escrito”, cuenta sobre la labor de Diego Dussuel, su habitual operador de cámara y el de Isa Campo, mano derecha en los libretos de la mayoría de sus películas y codirectora de La próxima piel.

“Llevo muchos años trabajando este tipo de registros y sé que no es fácil. Pero hemos estado cómodos a pesar de haber rodado menos tiempo que en el anterior film. Todo el mundo se ha implicado mucho porque sentíamos que el resto de películas que habíamos hecho había sido para aprender a hacer esta”, cuenta.

En ese sentido, el lenguaje del documental omnipresente en La leyenda del tiempo, ha ido dando paso a otro tipo de recursos narrativos y visuales, más cercanos a la ficción naturalista. “Es curioso porque en realidad trabajamos de forma muy parecida en ambos títulos. Pero me doy cuenta de que se percibe así. En realidad, más que plantearlo en términos de ficción o de documental, yo lo planteaba en términos de retrato. Es decir, lo que me interesaba era retratar a Isra y a Cheíto, sus emociones y la vida de un barrio como La Casería”.

“Sé que las palabras crean desconcierto. Todo esto de qué es documental y qué es ficción. Cuando trabajo con mis alumnos, para evitar ese tipo de confusiones les hablo mucho de cine preparado, de cine previsto: el cine en el que sabes lo que vas a hacer y lo que va a ocurrir”, explica. El suyo, sin embargo, está lejos de caber dentro de esa definición. “Es un cine en el que tienes una cámara y un guion que propone algo, pero en el que nunca sabes lo que va a ocurrir”, describe. Está vivo en rodaje, cambia constantemente y se nutre de lo que ocurre a su alrededor. El suyo es cine imprevisto. Y Entre dos aguas, posiblemente, la mejor película imprevista de los últimos tiempos.

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