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Woody Allen hace ‘Crimen y castigo’ por enésima vez

Joaquin Phoenix, profesor en crisis existencial

Pedro Moral Martín

Dos salen del cine y uno dice “es una película menor de Woody Allen”. Esta frase ha llenado la boca de miles de espectadores durante la última década (y quizá más) cada vez que el genio de Brooklyn estrena película, y lo hace cada año. Se ha pronunciado tanto que ha perdido todo el sentido. Todas las últimas películas de Allen son menores. Ahora se estrena Irrational Man y no pronunciaremos la dichosa frase, pero sin duda no estamos ante La rosa púrpura del Cairo.

Joaquin Phoenix, Emma Stone y Parker Posey protagonizan esta comedia negra en la que un profesor universitario de filosofía en plena crisis existencial que come sin apetito, que sufre de impotencia y que vive por la simple pereza de no morirse, encuentra un nuevo propósito para celebrar la vida cuando decide cometer el crimen perfecto. Mientras tanto, mantiene una relación con una profesora y con una alumna del campus.

A Woody Allen le ha interesado siempre la intriga del asesinato, la culpa, la impunidad, el debate moral y el azar. Allen ha parafraseado en muchas películas el existencialismo de Nietzsche, un tema común con Dostoyevski. La trascendencia de la conciencia y la racionalizad cuando se desafían los límites de lo que se puede o no se puede hacer si consideramos al hombre como un ser extraordinario por encima de la moral en vez de supeditado a la justificación de sus acciones. Es decir, Crimen y Castigo.

En Irrational Man, Joaquin Phoenix reflexiona sobre estos temas durante toda la película. Él, sin duda, es lo mejor del filme en su pose decadente, flirteando con desgana, jugando a la ruleta rusa y parloteando sin sentido. Los gags solo están en su personaje, las frases inteligentes llenas de ironía y afilado sentido del humor escasean. Y a pesar de todo hay momentos, como en la mayoría de su cine, donde el autor juguetea con la brillante comedia que un día le convirtió en un director imprescindible. El problema es que Woody Allen lleva años trivializando su propio universo.

Su cultura y su genio son tan vastos que se puede permitir repetir la misma película varias veces: Annie Hall, Manhattan, Si la cosa funciona… Sin embargo, es imperdonable que llene su cine de argumentos insustanciales. Un sacrilegio, vamos. Su última película es un ejemplo claro de lo que no se debe hacer. Irrational Man es divertida y muy aguda pero no aporta absolutamente nada nuevo a sus anteriores acercamientos a Dostoyevski: Delitos y faltas, Misterioso asesinato en Manhattan,  Match Point y El sueño de Casandra.

Delitos y faltas

Fue la primera vez que Allen se metió en el embarrado territorio del asesinato y la impunidad. En un alarde de ingenio el director contrapone dos historias que avanzan en paralelo, la del pobre Cliff (interpretado por él mismo), un pobre diablo que tiene que hacer un documental sobre la vida de su cuñado, al que odia. Y la de Judah (Martin Landau), cuya ex amante lo amenaza constantemente hasta que él decide tomar medidas drásticas, primero se siente atormentado pero con el tiempo ese sentimiento desaparece y recobra la tranquilidad. Al final de la película los dos personajes coinciden y las historias confluyen en un grandioso diálogo donde Judah le cuenta a Cliff lo sucedido como si se tratara de un guion cinematográfico. Ciff cree que el crimen debe recibir un castigo para que la película funcione a lo que Judah contesta “entonces vaya a ver una película de Hollywood”.

Misterioso Asesinato en Manhattan

Aquí Diane Keaton se obsesiona con la idea de que se vecino, un hombre de avanzada edad, ha asesinado a su mujer aunque la versión oficial es una muerte por infarto. Allen es el marido de Keaton y la tacha de paranoica con frases como: “Guarda algo de locura para la menopausia”. Pero finalmente entra de lleno en el caso empujado por los celos. Es uno de los mejores divertimentos cinematográfico del neoyorkino y aunque esconde el asunto del asesinato entre diálogos icónicos y una química insuperable entre Keaton y él mismo, consigue profundizar en la doble moral y el arrepentimiento. Y ese mítico final en el cine donde se proyecta La Dama de Shangái.

Match Point

Sin duda, este título protagonizado por Jonathan Rhys Meyers y Scarlett Johansson es la última obra verdaderamente importante del cineasta. Estamos ante una descarada revisión de Crimen y castigo, operística, oscura y pasional. Meyers, un tipo de clase baje, consigue entrar en la alta sociedad enamorando a la hermana de un amigo y sin embargo se encapricha de la novia de éste. El miedo a perder su trabajado estatus le llevarán a cometer un asesinato. En este filme donde Allen se pone muy serio para analizar el razonamiento del crimen interviene el azar, como en la mejor literatura de Paul Auster, las casualidades se encadenan para ofrecer una tesis profunda y compleja sobre la existencia y lugar que ocupan los seres humanos. El azar también se da en Irrational Man y sin embargo la simpleza de su utilización solo consiguen llegar al chiste.

El sueño de Casandra

Woody Allen vuelve a escribir un guión en el que una delicada situación económica empuja a los protagonistas a cometer un asesinato, igual que en Match Point. El director se repite en su planteamiento sobre la catadura moral a la que se ponen a prueba los dos protagonistas de este filme. Ewan McGregor y Colin Farrell son dos hermanos con una situación financiera terrible que son salvados por su tío, Tom Wilkinson. El precio será infringir la ley. La historia se repite pero al menos el director y guionista se toma más en serio que en Irrational Man, la última película (menor) de Woody Allen.

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