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Bienvenidos a la era glacial del sexo

Hablando de sexo: Masters of sex

Lucía Lijtmaer

Un hombre de rodillas frente a una mujer en ropa interior. Él le practica sexo oral. Al menos uno de los dos es objetivamente atractivo para cualquiera y la escena termina tras unos jadeos. ¿Y qué pasa? Nada. A nadie se le mueve un pelo. Ni a los que practican la escena ni a los que la estamos viendo por televisión. Hay algo en el momento que es profundamente antierótico, repetitivo, mundano o simplemente aburrido. Bienvenidos a la era del sexo frío.

Algo está pasando en el audiovisual contemporáneo. Primero tuvimos buenas historias (Los Soprano, The Wire), después tuvimos buen sexo (Mad Men, Juego de Tronos, True Blood) y ahora parece que tenemos buenas historias con mal sexo, o al menos sexo que no nos pone a nadie. Solamente hay que remitirse a las pruebas: en la pequeña pantalla el coito se ha convertido en una excusa para mostrar la incomunicación (Masters of sex) o las dinámicas frías de poder (House of Cards), pero jamás para excitar al espectador. ¿Se ha vuelto frío el sexo en las narrativas contemporáneas? ¿Estamos ante una nueva era de sexo analítico en la pantalla? He aquí cuatro ejemplos actuales que justifican, al menos, que nos hagamos esta pregunta:

El sexo clínico. No hay nada menos erótico que lo sexual como objeto de estudio, y Masters of Sex cumple esta máxima en su totalidad. La serie se centra en la famosa pareja de estudiosos del sexo, el ginecólogo William Masters y la trabajadora social Virgina Johnson, pioneros en la investigación de la respuesta sexual en hombres y mujeres, y creadores de los manuales más importantes de divulgación de su época.

En la serie, la investigación clínica de la pareja despoja al acto sexual de toda mística y fantasía. El sexo que muestra es estadístico y frío e incluso cuando es íntimo “se trae a casa” los problemas y presiones del hospital: pese a ser unas eminencias en la materia, Masters y Johnson tienen dificultades para concebir un hijo, por lo que el sexo se convierte en un trabajo también fuera de la oficina.

El sexo repetitivo. Decía Octavio Paz sobre el Marqués de Sade en El más allá erótico que el libertino está condenado a recorrer sin cesar la serie infinita de los números. Algo de esto se le debe haber pegado a Lars Von Trier en la primera entrega de Nymphomaniac, porque, como si de cualquier obra de Sade se tratara, los polvos, repetidos hasta el infinito nos dan una serie de combinaciones incesantes pero no por ello placenteras para el espectador.

Más allá del ruido mediático, Nymphomaniac no pone a nadie por más que se empeñe el director en mostrar lo que -supone- nunca ha visto uno en pantalla. La chavala será ninfómana, pero no tiene pinta de estar pasándoselo demasiado bien.

El sexo antropológico. Una gran baza para la hasta ahora puritana televisión estadounidense eran los documentales que mostraban los usos y costumbres sexuales de nuestros congéneres. A través de esta herramienta supuestamente educativa los yanquis echaban mano de la lascivia con una buena excusa. Al fin y al cabo del apareamiento de los rinocerontes en el Discovery Channel a un documental sobre swingers no hay mucha distancia, ¿no? Así el espectador se ponía un poco cerdo con Real Sex, una serie de no ficción en HBO, que batió todos los records en los noventa.

De esta saga llega ahora Sex//Now, que se estrena ahora, con la intención de tratar como el sexo online está modificando nuestros hábitos. Por lo que podemos ver en el tráiler, hay algo llamado cibervagina y muy poca lujuria.

El sexo como intercambio. Intercambio, sí. Pero no de parejas, y ni siquiera de muchos flujos. Este apartado está destinado a la representación de lo sexual en la pantalla como mera transacción, sin que medie mucho más. Es el caso del sexo de los personajes de House of Cards. Las dinámicas de poder entre los personajes se nos muestran especialmente en las escenas de cama. ¿Hay sexo? Sí. ¿Es evidente pese a no ser explícito? Mucho. Pero el gran affaire entre dos de sus protagonistas se basa en que uno tiene información que el otro quiere y resuelven ese intercambio en la cama. Por otro lado, ¿a quién le pone que una tipa esté hablando por teléfono con su padre mientras su amante le practica un cunnilingus?

En resumen, parecería que explicitar lo sexual, por muy novedoso que pueda resultar –especialmente en la pequeña pantalla estadounidese–, recurre a lo poco disfrutable como modo narrativo. Y de la gloria del destape y la insinuación mejor ni hablamos.

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