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Crítica

George Miller fracasa con una versión hortera de 'Aladín' en 'Three thousand years of longing'

Idris Elba, una especie de genio de la lámpara que sufre de amor

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La imaginación de George Miller es inabarcable. De su mente ha salido el universo Mad Max, los pingüinos bailarines de Happy Feet y hasta el cochinillo parlanchín de Babe, el cerdito valiente. Un cineasta que pasa de la fábula a la acción postapocalíptica con una facilidad asombrosa y que nunca se ciñe a un modelo concreto de cine comercial y formulaico. Cualquier película de Miller va a tener un pequeño riesgo, algo que la diferencie, que no la haga caer en un saco de películas destinadas a confundirse unas con otras. Nadie podrá acusarle de acomodarse con su nueva película, Three thousand years of longing (Tres mil años esperándote) que ha podido verse fuera de concurso en el Festival de Cannes. Por desgracia, esta vez el resultado es decepcionante.

La imaginación de Miller se desborda y se desaprovecha en esta versión hortera de Aladín en la que una escritora solitaria y apocada (Tilda Swinton) descubre una botella que contiene un genio con los rasgos de Idris Elba. Le concede tres deseos, pero antes le cuenta la historia de todos sus encarcelamientos en diferentes recipientes, lo que da rienda suelta a Miller para realizar su propia versión de Las mil y una noches, contando historias ambientadas en Oriente y recurriendo a todos los tópicos posibles e imaginables.

Es una pena que alguien con un imaginario visual tan potente recurra a todos los clichés. Los trajes, la fotografía de color naranja saturado, las batallas, las mujeres con los velos, los colores… todo parece sacado de un libro de cuentos antiguo y rancio. Miller perpetúa el orientalismo y hace que en ocasiones su película parezca una actuación de Terra Mítica con mucho lujo. Velos dorados, colgantes opulentos, música oriental, hombres con barba y mujeres con los ojos pintados para parecer misteriosas. Retrata estas historias de la misma forma que cualquier occidental lo hubiera hecho hace 50 años. Una mirada reduccionista que sobrevive hasta la actualidad. Por supuesto las mujeres son hermosas y bellas, y Miller se empeña en retratarlas como tal. No hay un retrato femenino poderoso en ninguna de esas historias.

Uno podría argumentar que son cuentos, fábulas de toda la vida, pero ya no podemos recurrir a las mismas historias en 2020, o no de la misma forma. Tanto narrativamente como visualmente se han quedado viejas. No hay ninguna moraleja en ellas que hable de nosotros, del presente. Todas hablan del amor romántico como fuerza todo poderosa y como provocadora del caos. Three Thousand years of longing quiere ser una reflexión sobre el amor y sobre la soledad, pero su mensaje parece escrito por una influencer para sus seguidores. 

No hay aristas, ni complejidad. Ni en las historias del pasado ni en la historia del presente, la que une a la escritora con el genio en la actualidad. Miller construye una historia ambiciosa y llena de efectos visuales, pero es tan inocente que se queda en simple. Tan naif que uno quiere conectar con ella, pero su encanto se pierde pronto, cuando la historia se repite una y otra vez. Se queda, además, en un punto medio en el que no es ni demasiado adulta y oscura ni demasiado infantil. Ni apuesta por la violencia y el sexo ni por una historia blanca, quedando en un terreno confuso.

La acumulación de historias tampoco ayuda. Su estructura acaba siendo la de un libro de cuentos, y ninguno es especialmente brillante. Se suceden sin que ninguno apasione y todos se parecen demasiado entre sí. Todos tienen el mismo mensaje para el público y luego todo queda subrayado cuando los dos protagonistas comentan lo que acaban de contar. Una pena, porque la imaginación de Miller podría haber dado lugar para una buena revisión de los cuentos modernos. Tampoco funciona su defensa del poder de contar historias, que queda sólo apuntado como excusa narrativa.

La película de George Miller confirma, eso sí, el poder de Tilda Swinton para defender cualquier papel. Ella es lo mejor de la función, y contrasta con Idris Elba, que no tiene el carisma suficiente para dar vida a este genio atormentado por el pasado y el amor frustrado. Elba es uno de esos extraños casos que ocurre en Hollywood. No ha parado de actuar en proyectos frustrados con ansias de blockbuster y nunca ha entregado ninguna interpretación brillante excepto en Beasts of no nation. Sin embargo, la industria sigue ofreciéndole una y otra vez oportunidades para que sea esa estrella que parece que se han empeñado en construir. 

Puede que sean las expectativas de ver qué hacía un director como George Miller con un material tan prometedor lo que provoquen parte de la decepción, pero es una película que desaprovecha su talento. Ahora solo queda esperar a su regreso al universo Mad Max y confiar en un director que, al menos, siempre asume riesgos. También cuando fracasa.

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