¿Es el ser humano despreciable por naturaleza o por ideología?
Hay dos formas de abordar el asunto de la vileza humana, la primera y la de menos uso es la que llega a través de la ciencia, en concreto de la biología. Tipos como Jared Diamond y su libro ganador del Pulitzer Armas, gérmenes y acero nos cuentan la verdadera y apasionante y brevísima aventura que es la evolución de nuestra especie en contraposición con la otra verdad, relativa y novelada, que han intentado vender los historiadores. La tesis o una de ellas, en lo que concierne al ser humano y sin darnos por fin tanta importancia, sostiene que todo tiene que ver con el instinto que poseemos íntegramente por lo que somos, animales muy listos pero animales al fin y al cabo.
En esta idea profundiza con una inteligente, implacable y brillante narración el sueco Ruben Óstlund en esa joya estrenada recientemente titulada Fuerza mayor. Una familia que está pasando unas breves vacaciones en los Alpes se encuentran comiendo en la terraza de un restaurante. De repente se produce una avalancha controlada que anima a los clientes a sacar los móviles para grabar tal espectáculo hasta que la cosa se descontrola y se convierte en una pesadilla. Todos huyen despavoridos incluido el cabeza de familia protagonista que abandona a su suerte, en un claro acto instintivo para salvar la vida, a su mujer y a sus hijos. La avalancha se detiene sin ocasionar daños, pero el cisma familiar parece inevitable.
La sutileza de cada escena que sigue al fatídico acto del padre sirven al espectador para reflexionar sobre la naturaleza del ser humano y los actos que pueden llegar a cometerse en situaciones tan extremas e inesperadas. La mayoría de los espectadores pensarán que ellos harían otra cosa, pero eso es pensar demasiado. ¿Quién podría juzgar a este personaje sin haber estado en su lugar?
Otra cosa bien distinta es aproximarse al asunto de la vileza humana a través de la ideología, la que tiene que ver con las experiencias vitales, con la pobreza, el maltrato, con la infancia, con el sistema económico o incluso con el partido político al que profesamos devoción. Pero aquí no valen las situaciones espontáneas o súbitas, cuando analizamos el comportamiento humano a través de las circunstancias lo hacemos porque hay una actuación premeditada. Según Frank Capra, las personas somos buenas independientemente de nuestras vivencias, la esperanza del director norteamericano hacia nuestra especie es agradable y contagiosa, y lo demostró durante toda su carrera con obras maestras como Juan Nadie o Qué bello es vivir. En España la tradición es otra, la del pesimismo.
Azcona contaba que cuando su familia celebraba algo en su casa, se cantaba, se bailaba y se reía hasta que su madre callaba, ensombrecía el rostro y decía: “Ya lo pagaremos”. Este pesimismo cultivado por una época cruel en nuestro país, por la guerra y por los numerosos cambios de un ruidoso siglo XX es el que contagió al guionista de Plácido o El verdugo durante toda su vida y que le hizo dibujar personajes hipócritas, despreciables, irrisorios y casi ridículos. La magia estaba en que Azcona le echaba tanto cariño y buen gusto que esos personajes también eran entrañables.
Y siguiendo esta tradición Gracia Querejeta ha escrito y dirigido Felices 140, una comedia muy negra y también muy inteligente sobre la malignidad del ser humano en mitad de un panorama cinematográfico en el que los espectadores premian a la carcajada condescendiente, desde Ocho apellidos vascos hasta Perdiendo el Norte.
Todo el mundo tiene una razón
En Felices 140 Elia (Maribel Verdú) reúne a todos sus amigos (Antonio de la Torre, Eduard Fernández o Marian Álvarez entre ellos) en una casa rural para comunicarles que es la ganadora del bote de 140 millones del Euromillón. Muy al estilo de otras películas hermanas como Los amigos de Peter o Pequeñas mentiras sin importancia, Querejeta desgrana la mezquindad a través de las artimañas y embustes de unos personajes que se mueven por la voracidad que les produce su ambición por llevarse un pellizco del premio. Casi nadie se salva en esta película.
El personaje de Antonio de la Torre es Juan, un tío inteligente, de carácter corrompido y actos muy cuestionables. El actor de Caníbal hace un ejercicio de acercamiento y se olvida del villano para acercarse a Juan desde la honestidad. “En una entrevista a Cristina Rota ella decía que sin ideología y sin sexo no se pude actuar. La ideología es fundamental para que el personaje viva. Tú hablas con Esperanza Aguirre y la tía te lo explica y se lo cree. Todo el mundo tiene una razón para hacer algo. Yo como ciudadano tengo una posición muy clara pero como actor te tienes que ir a otro sitio. De hecho, te voy a decir algo contradictorio, la inmensa mayoría de la gente que vota al PP o a Ciudadanos es buena gente, y si no es buena es porque ha sufrido”.
En el discurso del actor uno encuentra ciertos signos de bondad y condescendencia hacia las personas que él cree equivocadas, “Lo que corrompe es el sistema. El sistema capitalista es lo que hace que la gente moralmente se corrompa. Y cuando te meten en una mecánica de supervivencia te destrozan como individuo”.
Para Maribel Verdú, la actriz protagonista, no hay redención posible. “Todo lo que pasa en la película es tan tremebundo que piensas en la terrible decepción que es el género humano, en serio, a mí me ha decepcionado mucho. Y si hay bondad nosotros la confundimos con la idiotez, no entendemos a alguien bondadoso de verdad. Así somos los seres humanos de patéticos”
La historia del cine español señala como pobrecitos ruines y míseros castigados por la guerra y por el hambre o por el capitalismo y la corrupción. Si somos malos, lo somos por ideología. Todos querríamos un pedazo de ese premio millonario que inspiró a Gracia Querejeta y las trampas o vilezas con las que intentemos conseguir nuestra merecida parte del pastel tendrán entonces más que ver con nuestra educación, nuestras experiencias o nuestra intención de voto. Porque la naturaleza o el instinto no se puede juzgar.