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La magia del etalonaje en el cine: así afecta el color a nuestras emociones sin que nos demos cuenta

José Antonio Luna

El cine, a lo largo de su historia, ha explorado diferentes formas de utilizar la imagen para transmitir un mensaje. Ya sea mediante el montaje utilizado, el tipo de plano o incluso la banda sonora, el séptimo arte se las ha ingeniado para buscar recursos narrativos que sorprendan y logren despertar nuevas emociones en los espectadores. Algunos son más evidentes, como los movimientos de cámara, pero otros son tan sutiles que es fácil que pasen desapercibidos para la mayoría a pesar de que en ocasiones definan su marca de identidad. Hablamos, en definitiva, de la paleta de colores empleada.

El etalonaje cinematográfico es el proceso mediante el cual se dota a un producto de una determinada estética visual. Es habitual señalar en este apartado a filmes como Kill Bill, El Padrino o 2001: Odisea del espacio, pero las referencias van más allá de las típicas. De hecho, hoy día es prácticamente inconcebible una cinta sin su particular sello cromático, ya sea una alta producción o de bajo presupuesto.

“El cine es un arte global que integra muchas expresiones artísticas, por eso, la suma de ellas da como resultado la estética de la película en su conjunto”, explica a eldiario.es Lucía Tello, profesora en el Máster Universitario de Creación de Guiones Audiovisuales de la Universidad Internacional de La Rioja (UNIR) y autora de un artículo de investigación sobre la influencia del cromatismo en la estética fílmica. “Qué sería de Lo que el viento se llevó sin el technicolor, sin la composición del cuadro, sin su banda sonora. Seguiría siendo una gran película, no cabe duda, pero no sería la obra maestra que conocemos. Todo cuenta, por eso, el color es uno de los elementos fundamentales para dar personalidad a una película”, añade.

Y es que el estudio del color ha despertado la atención de diversos autores a lo largo de la historia, pero hay uno que destaca sobre todos ellos: Johann Wolfgang von Goethe. Con Teoría de los Colores (1810) exploró qué emociones se evocaban dependiendo de los tonos, inaugurando con ello la psicología cromática que años más tarde sería utilizada por directores de fotografía en todo el mundo. Emplear amarillo, azul o rojo no solo modifica el valor estético, también el narrativo.

La corrección del color con fines psicológicos es una constante que se puede comprobar muy claramente en múltiples cintas. Como Tello señala en su texto, mediante esta técnica se ha logrado “intensificar el alcance emocional de las películas”. Pone de ejemplo filmes como Her, Rogue One o La llegada, donde en algunas partes el azul se asocia con la frialdad y el extrañamiento propio de estar ante distopías futuristas. Por el contrario, los tonos cálidos aparecen en obras como Captain Fantastic, ¡Ave, César! o Café Society, en las que se fomentan atributos como la empatía o el humor.

“El buen uso del color es, por su propia naturaleza, aquel que contribuye a narrar la historia del modo en que ha sido concebida”, apunta la docente. De hecho, recientemente se ha viralizado un hilo en Twitter en el que se detallan muchas de las claves que tuvo en cuenta Damien Chazelle para la construcción narrativa del color en La La Land. “El color verde refiere a la incomodidad. Este es utilizado cuando los personajes se enfrentan a situaciones que les generan rechazo y malestar. Por eso es el color que prima en la cafetería donde trabaja Mia y ademas aparece en el fondo en una de sus tantas audiciones fallidas”, se puede leer en uno de los tuits.

En ocasiones un mismo color puede tener distintos significados según el escenario planteado. Todo depende de cómo se conjugue con el guion y todos los elementos narrativos que apoyan la imagen. “Sin ir más lejos, el blanco en occidente simboliza la pureza y, por el contrario, en algunos países orientales encarna la desolación y hasta la muerte. Lo mismo sucede con el rojo, no es equivalente la significación que tiene para Vincente Minnelli en Gigi, que para Pedro Almodóvar en Mujeres al borde de un ataque de nervios o para Alfred Hitchcock en Marnie”, explica Tello.

No obstante, a veces precisamente se opta por lo monocromático como vía para transmitir el mensaje. Uno de los ejemplos más recientes es el de Roma, una bella película con la que Alfonso Cuarón retrató a un México ausente de color para reflejar la presencia de desigualdades sociales, raciales o de género. “El blanco y negro favorece los claroscuros, los contrastes, la inmersión en una realidad onírica y, sin embargo, en ocasiones mucho más visceral que la policromía. No es cuestión, como piensa mucha gente, de desaturar una película, de arrancarle los colores de una manera arbitraria”, apunta la especialista en guion.

El etalonaje, al igual que ocurre con otras de las muchas patas que conforman los largometrajes, tampoco es un campo exento de errores. En una era dominada por los filtros y el retoque fotográfico, según afirma la docente, “quizá hemos llegado a un punto en el que el cromatismo ha ido un paso más allá en términos de irrealidad. Los colores de la naturaleza no nos parecen suficientes, los vemos 'apagados'. Sería adecuado abogar por unos productos audiovisuales que regresen al naturalismo”

Pero, si queremos revisar una cinta que especialmente destaque por el uso del color, ¿a cuál debemos acudir? Lucía Tello tiene su particular recomendación: “Me permitiría la licencia de citar a un grande en el que, de hecho, Chazelle se inspiró para La la land: Jacques Demy, quien realizó un trabajo de orfebre al diseñar todo el armazón semántico del color en Los paraguas de Cherburgo. Si hay alguien que todavía no la haya visto, debería tenerla como prioridad este verano”.

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