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'Un monstruo viene a verme' y el secreto del fenómeno con fundamento

Ilustración de "Un monstruo viene a verme" de Jim Kay

Francesc Miró

En Los hijos de los días, Eduardo Galeano reflexionaba sobre un hecho del que se ha derramado poca tinta. Decía que, en cierto modo, era incontestable que la comunidad científica tenía razón cuando afirmaba que estamos hechos de átomos.

Pero era sólo una verdad a medias: para él, el ser humano está hecho de historias. Las que descubrimos, las que nos cuentan nuestros antepasados, las que se llevan contando desde hace siglos en las calles de muchos pueblos en muchos sitios. Somos lo que aprendemos a ser.

Patrick Ness, autor a medias de Un monstruo viene a verme, aseguraba que las historias son criaturas salvajes. “Cuando las sueltas... ¿quién sabe los desastres que pueden causar?”, dice en boca del monstruo del título, una suerte de Ent de los que habrían hecho las delicias de Tolkien, que aparece en la vida de un chaval cualquiera para contarle tres historias. Cuentos que cambiarán su vida. 

“El arte de contar historias, algo que se pierde día a día, es uno de los muchos temas de Un monstruo viene a verme. De alguna manera, Bayona nos invita a sentarnos en torno a una hoguera a escuchar la fantástica historia de un niño y un monstruo. El monstruo, por su parte, explica al niño tres cuentos que tienen que ayudarle a procesar su dura realidad y a salir adelante”, explica la crítica de cine Desirée de Fez en su magnífico ensayo sobre el film publicado por Norma Editorial.

Cuento de cuentos, fábula de fábulas, Un monstruo viene a verme habla largo y tendido sobre el poder transformador de la tradición oral. A su vez, rompe con el significado tradicional de moraleja, pervirtiendo el efectismo de la lección fácil. Nada es blanco o negro ni tiene sólo una lectura. Superar la pérdida, saber canalizar la ira, aceptar qué significas para los demás, aprender a decir adiós... Estamos, quizás, ante el fenómeno infantil/juvenil más maduro y conseguido del año.

Un origen de activismo

El nombre de Siobhan Dowd nos suena muy poco en nuestro país. En el Reino Unido es más que una exitosa escritora de novela juvenil y de misterio. Su carrera literaria estuvo íntimamente ligada al activismo y la lucha por el libre acceso a la cultura mientras sus novelas, tales como A Swift Pure CrySolace of the Road, recibían el beneplácito de la crítica y el renombre de los premios literarios. Aunque aquí tengamos que conformarnos con El misterio de la noria de Londres, publicado por Editex, más allá del Canal de la Mancha su nombre significa mucho. 

Y ha seguido significando después de que falleciese a los 47 años víctima de un cáncer de mama. Dejó, no obstante, una cuenta pendiente: una historia llamada Un monstruo viene a verme que no podía quedar en un cajón. Fue entonces cuando la prestigiosa editorial infantil Walker Books contactó con otro autor poco conocido aquí: Patrick Ness, que no pudo rechazar la oferta de desarrollar la idea de Dowd, y terminar su trabajo a modo de homenaje. “Este habría sido su quinto libro. Tenía los personajes, una premisa y un inicio. Lo que no tenía, desgraciadamente, era tiempo”, explica el propio Ness en el prólogo del libro.

“Lo que tienen las buenas ideas es que generan otras ideas. Casi antes de que pudiera evitarlo, las ideas de Siobhan me sugirieron otras, y empecé a sentir ese deseo que todo escritor ansía: el deseo de juntar palabras, el deseo de contar una historia”, escribe Ness.

Siobhan Dowd dejó huérfano al panorama de la literatura infantil y juvenil británica. Pero antes de partir, tuvo tiempo de hacer algo más: creó la Siobhan Dowd Trust, fundación que destina los beneficios de su legado a iniciativas para acercar la literatura a los niños y jóvenes con dificultades para acceder a la cultura.

Ella supo ver que estábamos hechos de historias, más en los entornos sociales con dificultades económicas, en los que la cultura termina por no ser un bien sino un lujo. Los jóvenes que sufrían pobreza o falta de recursos, necesitaban más que nadie, que les contara un cuento sin moraleja.

Hasta el último detalle cuenta

El fenómeno de Un monstruo viene a verme no surge por casualidad. Es una prodigiosa suma de talentos que han ido transformando y engrandeciendo la casi última obra de Dowd. El segundo en formar parte de la ecuación fue el ilustrador Jim Kay, que aceptó el reto de acompañar el manuscrito de Ness con imágenes que fuesen tan evocadoras como oscuras. No podía interferir en la historia, debía acompañarla en silencio, envolviendo al lector en un universo único. 

Así surgieron una serie de dibujos en blanco y negro que poseían la fuerza que a la letra le faltaba. Se creaba un diálogo entre lo visual y lo imaginario, siempre eficaz, limpio y directo, que iba a ser el gen de la película.

Después de la publicación del libro, el mismo Ness quiso investigar por cuenta propia este diálogo. Entonces se puso manos a la obra con un guión para cine de la misma historia que había convertido en un best-seller.

Un buen día, lejos de Gran Bretaña, el guionista de El orfanato y Lo imposible Sergio G. Sánchez regala un libro a su amigo Juan Antonio Bayona. Aquella historia que contaba las andanzas de un niño que tenía que vivir con la enfermedad de su madre, a la vez que superar sus propios miedos junto a un monstruo que le visitaba pasada la medianoche fascinó al director. 

La ilustración como motor dramático

Comparar el libro con el filme hace flaco favor a ambas obras. No porque pierdan fuerza analizadas de manera independiente, sino porque son igual de sugerentes. Aunque las páginas de Patrick Ness cuenten con un tono más crudo y directo la historia que la película de Bayona, este aporta nuevas miradas a temáticas que podían escaparse en la original.

Entre una y otra se pierden matices de personajes, se sacrifica la sátira débil entre la cultura norteamericana y la flema británica, desaparece del mapa un personaje fundamental como la mejor (y única) amiga del protagonista o se pierden los elementos que convertían en real cada visita del monstruo.

Por contra, Bayona aporta una línea argumental que da sentido no sólo a su adaptación, sino que salva la dureza de la inmersión hasta las raíces de los sentimientos de Conor O'Malley, el joven protagonista interpretado por Lewis MacDougall. Lo que empezó convirtiéndose en un gran libro gracias al trabajo de un ilustrador y un novelista, iba a convertirse en CGI animado y algo de la magia original se perdía por el camino.

Amén de lo conseguida que está la reconstrucción del monstruo, al que pone voz Liam Neeson, son sus fases animadas donde la película se alza como algo más que una mera adaptación. Cada una de las historias que el árbol que camina le descubre al niño la película deja atrás la acción real para ofrecer escenas animadas de una belleza y una oscuridad visual apabullante. No en vano, se inspiran en el trabajo de Edmund Dulac.

Más cuando consigue hilar este hecho con otra trama no presente en la novela original: la pasión por la ilustración que sienten madre e hijo. Dibujos que ofrecen el cenit dramático del film y una pequeña luz de esperanza.

En el film, la ilustradora Pilar Gutiérrez Sánchez es el pincel de la madre mientras que los dibujos de Juan Martínez Serrano, un niño de la edad de Conor, se esconden tras los trabajos del hijo. Algo, que según cuentan en el libro de Desirée de Fez, es un elemento autobiográfico de Jose Antonio Bayona. De niño también pasaba las tardes dibujando, intentando emular el talento de su padre, Juan Antonio García, ilustrador de pósters de cine.

Siete minutos después de medianoche

A las 00.17, un árbol se levanta para asomarse a la ventana de un chaval que padece en silencio la enfermedad de su madre. Tres historias le contará que harán que viajemos a lugares desconocidos y nos enfrentemos a duras verdades. Tres historias que le construirán como persona, que le convertirán en quien es.

La novela de Patrick Ness ilustrada por Jim Kay se cuenta entre las más inteligentes y agudas reflexiones a la hora de manejar la emoción y la moraleja, de cuantas se encuentran entre las novedades de las estanterías de novela juvenil en este momento. La película de Bayona funciona como un reloj que maneja bien casi todos sus elementos, aunque jugándose el oro en un tercer acto que podría ser acusado de lacrimógeno, aunque resulte lógico y formalmente pulido.

Sin embargo, Un monstruo viene a verme es, por encima de todo, una bella historia que trasciende formatos y disciplinas. Es un libro ilustrado, un film de fantasía, una historia de madres e hijos y del poder de narrar. Uno de esos ejemplos que demuestran que los fenómenos, editoriales o cinematográficos, pueden tener sus raíces en fundamentos tan emocionantes como sólidos.

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