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‘Morbius’ concentra todas las miserias de los superhéroes y antihéroes actuales

Jared Leto caracterizado como Morbius para la película homónima

Alberto Corona

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Todo empezó con una agónica respiración, escuchada tras una armadura negra que sumía en el misterio la apariencia de su ocupante. Era imposible saber qué ocultaba la máscara de Darth Vader, quizá el villano más icónico de la cultura pop —también uno de los primeros—, pero durante las décadas siguientes Hollywood dedicó gran cantidad de esfuerzos a aclararlo. A detallar sus orígenes y deconstruirlo, consciente de que el público demandaba una creciente complejidad, que se apartara de los impolutos y monolíticos héroes. Así es como de Darth Vader, casi medio siglo después, hemos llegado a Morbius. Un villano de Spider-Man a quien vamos a conocer en el cine antes siquiera de haberle visto enfrentarse a Spider-Man.

El cine popular expedido por Hollywood lleva tiempo instalado en una fase neurótica, donde la fiebre por la franquicia y la explotación de propiedades intelectuales han conducido a escenarios tan insólitos como ese universo que Sony Pictures está construyendo a la sombra de Marvel Studios. Como Spider-Man, pertenece (con el rostro de Tom Holland) a la maquinaria de Kevin Feige, este ‘Venomverso’ o ‘Sonyverso’ solo se permite por ahora recurrir a personajes secundarios de las historias del célebre trepamuros, al margen de la animada Spider-Man: Un nuevo universo y derivados. Secundarios habitualmente caracterizados como villanos, que al contar con película propia no tienen otra que convertirse en antihéroes. Pasó con dos entregas de Venom, pasa ahora con Morbius.

El (falso) villano como protagonista de la cultura pop

Darth Vader era terrorífico, pero pronto fue sujeto de la infantilización del cine de gran presupuesto que capitanearon George Lucas y Steven Spielberg en los años 80. Por eso, cuando murió, lo hizo entre ewoks y redimido de su pasado malvado. Acercándose los 2000 y el 11-S, sin embargo, el modelo blockbuster debía desarrollar cierta ambigüedad para seguir comunicándose con un público menos impresionable. De ahí, que estuviera tan bien pensada la jugada del mismo Lucas de dedicar hasta tres nuevas películas de Star Wars a explicar qué había hecho a Darth Vader ser Darth Vader. Aunque en su momento no fuera aplaudido por la crítica, este ímpetu por humanizar al villano sería enormemente influyente.

El villano pasaba a ser el protagonista, y la esforzada enumeración de sus traumas y motivaciones conducía a su conversión en antihéroe: alguien que realiza actos cuestionables, pero desde una brújula moral que el público entiende a la vez que es juguetonamente desafiado por ella. Esta atención a qué impulsan los actos de un supuesto villano podía conducir a un cambio radical en la historia que creíamos conocer, como sostenía un musical tan aclamado como Wicked en torno a la Bruja Mala de El mago de Oz. Y como emuló años después Maléfica, película básica en el revisionismo que practica Disney en los últimos años.

Maléfica dio paso a Cruella, y fue quedando claro que, por mucho que se jugara con grises, dicha dinámica debía reordenar el tablero de forma familiar para el público. Esto es, que la empatía hacia el villano pasaba por erigir a un villano aún peor a su lado, a quien tuviera que enfrentarse con ademán resignado. La narrativa superheroica es la que mejor ha absorbido ese fenómeno, y donde más fácilmente se nota que todo ha obedecido siempre a darle al público nuevos héroes, con el correspondiente reclamo “oscuro” o “adulto” que les distinga de los canónicos. Hay excepciones, claro. Vengadores: Infinity War proponía un interesante juego de perspectiva con un genocida sin coartada, Thanos. Y luego está Joker.

No hay villano más magnético que Joker en los cómics. Tampoco en el cine. La estrategia al darle una película también pasó entonces por explicar su pasado y endosarle otro villano, pero como este último resultaba ser el “sistema” —entendido como un confuso compendio de circunstancias sociopolíticas—, Joker se convirtió automáticamente en algo revulsivo, que trascendía el género superheroico. Venom debía jugar en ligas más humildes, de forma que el universo de Sony fue inaugurado por dos entregas fundamentadas en la bufonada cómplice y una violencia prometida pero nunca explícita, por culpa de la calificación por edades.

Tanto Venom como Venom: Habrá matanza han funcionado en taquilla, y allanado el camino para Michael Morbius. Creado por Roy Thomas y Gil Kane en los años 70, a Morbius se le apoda el Vampiro Viviente y ha luchado esporádicamente contra Spider-Man. Al igual que ocurre con Venom, el precedente comiquero ha sentado las bases para que su rol sea algo más complejo que el de antagonista, como da cuenta su propia serie de cómics y su carácter trágico. Morbius fue una vez un prestigioso bioquímico, pero ahora está obligado a beber sangre y cometer crímenes, en la tradición de tantos personajes que hacen lo que hacen porque no hay otro remedio, siendo buenos en el fondo. Como el mismo Darth Vader.

En resumen, una película consagrada por entero a Morbius no tendría por qué no funcionar. El problema viene cuando no existe ningún Spider-Man que lo apadrine —a Venom ya le conocimos, mejor o peor, en el Spider-Man 3 de Sam Raimi—, y al filme le preocupa más seguir vertebrando la improbable franquicia donde se inscribe que tener consistencia propia.

Un desastre esperado

Morbius está dirigida por Daniel Espinosa, realizador de cierta veteranía y consistencia que hace unos años firmó para Sony Life. Una divertida revisión de Alien de acusada serie B, que hacía presagiar una ligereza en Morbius al estilo de la que venían practicando las películas de Venom. No obstante, Morbius es una película que apuesta por la solemnidad y el maridaje con otros géneros que inyecten frescura a un género tan sobado como el superheroico. Si The Batman, hace pocas semanas, trataba de fundirse con el policíaco y el procedimental, Morbius hace lo propio con el terror. Y con mucha peor fortuna, a causa de la ausencia de un conveniente pulso en la dirección que debíamos esperar de Espinosa.

La película protagonizada por Jared Leto ha sufrido especialmente la pandemia, siendo acaso el blockbuster que más veces era aplazado mientras experimentaba todo tipo de retoques en la sala de montaje: retoques fácilmente apreciables en el resultado final, que sin duda habrán eclipsado la puesta en escena de Espinosa. Morbius es un filme atropellado y confuso, donde la convicción a la hora de presentar a Morbius en sociedad —un personaje mucho más desconocido para el gran público que Venom— ha sido sustituida por un ansioso control de daños. La desesperación por mantener al espectador interesado conduce a un ritmo frenético, pero también acentúa la dificultad de involucrar al público en lo que está ocurriendo.

'Morbius' parecería a todos los efectos pasada de moda, si no fuera por la pleitesía que rinde a la tendencia del género superheroico: películas que no son tanto películas como peajes a otras películas

Rasgos achacables a buena parte de la cosecha superheroica actual —donde la figura de productor/supervisor se impone a la de cineasta—, que en Morbius quedan agravados por una incompetencia significativa a la hora de modular su espectáculo digital, en paralelo a la condición de puente hacia nuevas entregas de la franquicia. En el primer caso, el CGI de Morbius resulta apabullantemente cutre, desde las máscaras de alter ego vampírico hasta la congestionada fotografía, pasando por un tratamiento de las escenas de acción con cámara lenta y tiempos-bala que retrotraen al cine espectáculo de los primeros 2000.

Morbius parecería a todos los efectos pasada de moda, si no fuera por la pleitesía que rinde a la tendencia estrella del género superheroico: esto es, películas que no son tanto películas como peajes a otras películas. La comprensión del blockbuster como artefacto multirreferencial, no como trabajo cinematográfico, cristalizada en personajes cuya hondura completa está abocada a lo transmedia, y en una sensación de entretenimiento irrelevante, donde lo único que puede dar que hablar o generar una sensación concreta son las escenas postcréditos. Las escenas postcréditos son los clímax del cine superheroico actual, y Morbius lo ejemplifica en todo su terrible esplendor al contar con las más deprimentes de la cosecha.

En su religiosa adscripción a multiversos y lanzaderas hacia otras películas/personajes —después de Morbius Sony planea Kraven el Cazador y Madame Web—, el filme de Daniel Espinosa no se distancia demasiado de un título tan celebrado como Spider-Man: No Way Home, aunque su incapacidad para generar reconocimiento y emoción le aboque a ejemplificar de forma transparente todas estas miserias. Sin que, evidentemente, aporte nada al asimilado relato antiheroico. La relectura de villanos solo es un ingrediente más en la regurgitación de marcas de Hollywood, que ya no distingue amigos de enemigos pues todos sirven igual de bien para engrosar el próximo crossover.

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