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'Most beautiful island', la parálisis del sueño americano y otros terrores nocturnos

Ana Asensio en 'Most Beautiful Island'

Lorenzo Ayuso

Según la ciencia, el sueño humano se escaleta en cinco fases diferenciadas. Una vez superada una primera de liviana inconsciencia, el sujeto testado atraviesa otras tres en las que las ondas cerebrales se ralentizan progresivamente, abocándose a una profundidad total, sin movimiento ni actividad corporal. En este tramo del viaje previo al R.E.M., corremos el peligro de quedar desamparados ante nuestros traumas y al antojo de nuestros terrores más profundos. Nuestro cuerpo yace entonces inerte, mientras nuestra conciencia sufre despojada de toda capacidad de reacción. Sin aparente remedio. Sin voluntad.

El llamado sueño americano no deja de ser eso, un sueño, y por lo tanto se rige por esos mismos parámetros. Nos lo demuestra Luciana, la protagonista de Most Beautiful Island y trasunto de su intérprete principal y directora, la actriz española Ana Asensio. Apenas se presenta, la hallamos desvelada, incapaz de destensar los ateridos músculos y entregarse a Morfeo. Durante la siguiente hora, y bajo la promesa de ese anhelo capitalista que acuñara James Truslow Adams, se abocará al horror que sucede antes de alcanzarlo. Eso, claro, si es capaz de abandonar esa etapa de extremada angustia.

 

De un limbo a otro

Asensio inició su peregrinaje a Nueva York al comienzo del presente milenio, después de haberse elaborado un decente currículo profesional en España. Se topó con una ciudad que, por más que atraía a foráneos, por más que se alimentaba de su continuo flujo, renegaba de ellos. Su bagaje, por voluminoso que fuera, se volvía ligero, inmaterial. Su identidad, lastrada por la ausencia de documentación legal, se evaporaba entre el trasiego interminable de sus calles. Solo quedaba esperar.

Pasaría una década, hasta 2011, cuando la madrileña, una vez asentada en la metrópoli, decidiera lanzarse a otra aventura, la dirección cinematográfica, partiendo de su experiencia previa para construir su voz como narradora. Pero obrar una película también implica, a su modo, un viaje largo y solitario, más aún cuando no hay más credenciales que demostrar que la de la visión propia, todavía abstracción.

El acceso al sueño siempre requiere de un período varado en el limbo, aguardando en la oscuridad a que los puentes tendidos lleven a alguna parte. En su caso, llevaría otros cuatro años hasta encontrar el patronazgo de Larry Fessenden, maestro orfebre del terror a pequeña escala, a través de su compañía de producción Glass Eye Pix; y algo más de tres en regresar a España, con un limitadísimo estreno en salas este viernes (en Madrid solo se puede ver en dos cines y en Barcelona, en uno). Reconocimientos como el galardón al mejor largometraje del South by SouthWest Film Festival poco pueden hacer en el mundo real.

Ruido y urgencia

Most Beautiful Island, el título resultante de su empeño, remite a la consideración de que goza Nueva York a nivel mundial, pero se aleja del plano general de postal que silencia el ruido producido a pie de calle.  Configurado el filme como crónica diaria cualquiera de una inmigrante española, y mediante la hormigueante textura que le confiere el Super 16mm, Asensio despoja de la pátina romántica a la ciudad y la devuelve a sus bases sociales más próximas y vetustas: el de los pequeños comercios y la población extranjera que sustenta la economía; pero también el de la brecha de clase, la sanidad excluyente y los trabajos malpagados, que culminan en la picaresca como método de supervivencia.

La cámara se inmiscuye entre las gentes, buscando los momentos de realismo que nutran la odisea de una protagonista desconectada con su alrededor, pero que a la vez forma parte indivisible del entorno. Porque Ana/Luciana, la mujer inmigrante, es también un reflejo de todo lo que puede entenderse por Nueva York para el que llegue de fuera, pero que escapa de las ópticas embellecedoras que se envían a estas coordenadas.

Ella simboliza con honestidad esa “isla más hermosa”, que intenta sobrevivir aislada y sin vínculos dentro de un mundo hostil, en una transición hacia algo que nunca termina de llegar. Con la vana ilusión de que ese avioncito de papel que lanza por la ventana de su cuchitril reciba respuesta. Y mientras, tanto, a la carrera, recorriendo los altos y bajos sin destino claro, a la deriva.  Hay urgencia en su drama, algo a lo que contribuye de forma decisiva un montaje apurado, que no deja tiempo a la reflexión y agobia al espectador haciéndole partícipe del horario de la muchacha; y una dirección de fotografía que opera agitada, siempre haciendo foco en su cuerpo sufriente, siempre cerca.

La pesadilla encarnada del abatimiento

Las horas del día corren y fulminan a Luciana en este largometraje, que apenas excede la hora y cuarto de metraje, mientras se afana en resolver los obstáculos que se le cruzan. Pero con la puesta de sol, el ritmo desciende hasta casi alcanzar la narración el tiempo abolido en el tercer acto. Es entonces cuando Luciana ha de probar qué hacer por conseguir dinero para subsistir. Es entonces cuando Most Beautiful Island se sumerge definitivamente en aguas siniestras.

La supervivencia de la que hablábamos adopta un significado literal y primario en el último escenario de su travesía. No obstante, queda lejos de ser este un giro inadvertido. Mas al contrario, se nos ha ido anticipando este descenso al infierno en cada lance del camino que lleva Luciana a un decorado y una posición –física, pero también ideológica– de absoluta vulnerabilidad.

Durante este cambio de registro final el engarce con la realidad es solo Luciana, a la que seguimos contemplando de cerca. Paralizada, con la mirada perdida, pero lúcida para procesar cuanto ocurre y vencer a la atonía en que se sume.

Este tercio se compone así como una proyección de todo lo acontecido, como una alucinación del subconsciente que transgrede la imaginación y alcanza un estadio físico. Dicha percepción comporta también una sensible mutación del diseño sonoro, obra del ingeniero Jeffery Alan Jones: del dominio de los murmullos y ambientes neoyorquinos y la práctica ausencia de una partitura, a una mezcolanza de evocadores sintetizadores y percusiones enfebrecidas, que se enhebran con las atmósferas huecas y zumbonas. Estos sonidos casi musicales desproveen al filme en su última parte de su naturalidad y lo envuelven en una aura ilusoria, extrañamente inquietante.

Película nacida de una serie de decisiones arriesgadas –el cambio de continente, el asalto de una nueva parcela creativa– Most Beautiful Island toma la osadía de sumirse en los estados alterados que anteceden al sueño americano, la recompensa definitiva aunque aparentemente inasible. Lo hace con una decisión admirable, quizás la de alguien que ya ha pasado por el espanto de verse a sí misma sin control ni explicación sobre sus circunstancias, como viéndose fuera de su propio cuerpo. Tal vez por ello consiga perturbar al espectador lo suficiente como para gritar espantado por Luciana cuando a ella solo le queda el silencio.

En última instancia, también evidencia las perversiones de un término tan manido y difícil de interpretar como aquella aspiración que propugna la épica americana. Este insinuaba un orden social donde cada individuo fuera reconocido por lo que es, sin importar procedencia o posición. Sin embargo, Asensio recuerda que la cantidad y calidad de sueño que una persona puede tener dependerá de esos factores supuestamente intrascendentes que la circundan: el género, la procedencia, el estatus social y laboral.

En esos casos, como en Most Beautiful Island, el sueño americano bien puede tornarse en una pesadilla. Celebremos pues que esta directora haya despertado con plena consciencia.

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