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La energía vital de Alexander Calder, en 80 piezas en el Centro Botín

La energía vital de Alexander Calder, en 80 piezas en el Centro Botín

EFE

Santander —

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Ochenta piezas, muchas de ellas proyectos que no llegaron a materializarse y desconocidos, muestran en el Centro Botín de Santander el trabajo del artista norteamericano Alexander Calder, pero también la energía interna que transmitía en sus creaciones, la conexión integral y la espiritualidad.

Se trata de una exposición, denominada “Calder stories”, que patrocina Viesgo y comisariada por el director artístico de las Serpertines Galleries de Londres, Hans Ulrich Orbist.

La muestra reúne hasta el 3 de noviembre obras que, en gran parte, proceden de la Fundación Calder, pero también cesiones de importantes colecciones particulares y públicas.

Con las maquetas, los móviles, las pequeñas esculturas y el resto de creaciones que se exhiben se quiere dar a conocer el universo de Alexander Calder (1898-1976). Y según ha explicado su nieto, que lleva también ese nombre, la idea es recrear la “energía” y la fuerza vital que, a través de su obra, hace conectar con el universo y la espiritualidad.

“El trabajo de Calder es una antena que quiere conectar esta energía interna. Es una fuerza vital. Quiere conectarte con todo y con todos, en una especie de concepto universal”, ha dicho Alexander S.C. Rower.

Otra pata de esta muestra son las obras no materializadas porque, al repasar la trayectoria de Calder, el comisario se dio cuenta de que, aunque se habían hecho muchas exposiciones sobre él, ninguna revelaba esa faceta: la de los proyectos inacabados o no realizados.

Calder fue un artista que a lo largo de su carrera colaboró con varios arquitectos, que le eligieron para que se hiciera cargo de esculturas para completar sus proyectos.

Así, entre los proyectos nunca realizados que están en la muestra pueden verse una serie de seis maquetas creadas por este artista en 1939 para acompañar la propuesta de Percival Goodman para la construcción de la Smithsonian Gallery of Art, en Washington.

También hay un conjunto de casi dos docenas de bronces de 1944, creados a sugerencia de Wallace K. Harrison para un edificio de estilo racionalista, y que finalmente nunca se materializaron.

Y se exhiben además encargos que hizo Calder in situ por el mundo: en Beirut, una gran escultura móvil para la oficina de venta de billetes de Middle East Airlines, o algunas piezas más creadas en un viaje a La India.

A esa colaboración con la arquitectura se le da continuidad en esta muestra, pero de forma inversa. Esta vez ha sido el arquitecto Renzo Piano, Premio Pritzker y autor del Centro Botín, el que ha retornado a su creación para encargarse del diseño expositivo de la muestra.

Como ha recordado el nieto de Calder, la vinculación de su abuelo con Renzo Piano se remonta a décadas atrás, a los inicios de la carrera del genovés.

Y es que cuando Piano y Richard Rogers lograron que su propuesta para el Centro George Pompidou de París resultara ganadora, en el jurado que la eligió estaban amigos de Calder, como Oscar Niemeyer o Philip Johnson.

La exposición también integra muestras de otras facetas más desconocidas de la creatividad de Calder. Por ejemplo se exhibe un BMW, un coche de carreras para las 24 horas de Le Mans, que el artista 'tuneó' con sus colores favoritos: amarillo, rojo y azul.

Fue un amigo suyo, el piloto francés Hervé Poulain, el que le propuso que decorara artísticamente el BMW para participar en la mítica prueba, y así lo hizo Calder.

Aunque el coche no terminó la carrera por averías técnicas, la idea fue un éxito y hubo mucha publicidad, hasta el punto de que BMW decidió repetir la experiencia y después se lo encargó a Andy Warhol.

La idea se enmarcaba en la premisa de democratización del arte de los setenta y tuvo continuidad en el tiempo, con la participación posterior de otros artistas.

También se incluyen entrevistas realizadas a la directora de cine Agnès Varda y al artista Jack Youngerman, ambos amigos de Calder. En palabras de su nieto, para ser amigo de su abuelo no bastaba haber intercambiado palabras con él o haber coincidido algunas veces, sino que había que “haber cenado al menos diez veces con él”.

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