Has elegido la edición de . Verás las noticias de esta portada en el módulo de ediciones locales de la home de elDiario.es.
La portada de mañana
Acceder
Gobierno y PP reducen a un acuerdo mínimo en vivienda la Conferencia de Presidentes
Incertidumbre en los Altos del Golán mientras las tropas israelíes se adentran en Siria
Opinión - ¡Con los jueces hemos topado! Por Esther Palomera

Wendy Guerra: “La Cuba que conocemos morirá con el último cubano que vivió la revolución”

La escritora cubana Wendy Guerra presenta su última novela: Domingo de Revolución

Alba Aragón Álvarez

Hace meses que Cuba vive vestida de domingo. Pero de Domingo de Revolución, o al menos eso piensa la literata e intelectual cubana Wendy Guerra, que ha bautizado con este título su última novela. “Domingo es ese día en el que no sabes si acaba o empieza la semana, así estamos en Cuba”, explica, en una incertidumbre ante el fin o el inicio de algo, quién sabe si de una nueva revolución.

Dicen que nadie es profeta en su tierra y más en el caso de Cuba. Un país donde hay que justificar absolutamente todo, incluso “el éxito y los sufrimientos”, dice la escritora. Wendy Guerra lo sabe bien. Muchos de sus títulos literarios sufren uno de los castigos más grandes que se le puede imponer a un intelectual: la censura.

“Es una muestra más de todo lo que está pasando”, dice. “Una guerra sin bombas que se terminará cuando los cubanos nos pongamos de acuerdo. Más allá de Fidel o Raúl”.

El domingo particular de Wendy Guerra es un manual de supervivencia, una crónica que retrata un antes, pero también un después “para poder seguir viviendo en Cuba, para que ciertas cosas no pasen”. Pero ante todo es un homenaje a todas aquellas generaciones de mujeres que, como ella, han sido aisladas por el régimen. “La historia interminable de una escritora cubana que durante seis décadas ha sido prohibida”, dice; y que ha quedado mecanografiada en su personaje protagonista: Cleo, una pluma de fama internacional ignorada en su propio país y asfixiada por las intrigas políticas.

“Cleo es, ante todo, un cadáver exquisito”, subraya Guerra, al que podríamos poner tantos apellidos como quisiéramos, incluido el suyo. Aunque de la larga lista de poetas, intelectuales, exiliadas o disidentes cubanas que han servido de inspiración al libro, dos escritoras –o, como cita Guerra “seres frágiles”- se elevan por encima de todas las demás. Dulce María Loynaz, premio Cervantes en 1992, y Albis Torres, su madre.

Y es que Cleo lleva mucho de ambas. Dulce María, al igual que la protagonista, pasó toda su vida escribiendo, encerrada en una mansión del barrio cubano de El Vedado. Allí escribió Últimos días de una casa, recuerda Guerra.

Arropada en su cuartel general repleto de porcelana de Sèvres, Dulce María Loynaz siente como Cleo la vigilancia, los micrófonos, la psicosis provocada por un régimen dictatorial que se deja sentir en la novela. Hasta convertirse en un ser aislado porque no era una persona comprendida dentro del mundo de la revolución.

“Recordemos que Fidel dijo: 'Dentro de la Revolución todo, fuera de la Revolución nada'”, cita Guerra. Y en esa nada se perdieron todas aquellas personas que decidieron emprender un camino diferente, incluida Albis Torres. “Algunas se murieron antes de publicar, como fue el caso de mi madre. Cuando le llegó el tiempo para hacerlo era ya demasiado tarde, había perdido la memoria”, por eso había que hacer este homenaje, evoca emocionada.

“Yo no creo en la prensa de mi país”

El nombre de Wendy Guerra se hizo conocido internacionalmente en el año 2006, cuando de la mano de la editora catalana Ana María Moix fue galardonada con el Premio Bruguera por la novela Todos se van (con Eduardo Mendoza como único jurado). Aunque sus inicios fueron líricos, ahora cultiva su papel como cronista de la actualidad cubana, quién sabe si con resignación ante la falta de independencia del periodismo cubano.

“Yo no creo en la prensa de mi país. Hay mucha doble moral en la prensa cubana: vives de una manera y cuentas otra realidad, no sé cuál. Vivir en un país y contar otro es una cosa terrible”. Wendy forma parte de una generación de escritores que cultivan la autoficción. Hijos de la izquierda latinoamericana como Alejandro Zambra, Jorge Golpi o Guadalupe Nettel que no tienen miedo en nombrar las heridas de “una sociedad que construyeron nuestros padres, pero que padecíamos los hijos”. Y también las mujeres.

La mujer en Cuba puede haber disfrutado de algunas leyes para su liberación, pero no ha participado de esa política hecha por hombres, por barbudos, dice. “Puede que haya alguna en cargos ministeriales, pero mujeres líderes que dirijan el país, muy pocas”.

Pero tras más de medio siglo de aislamiento los cambios se empiezan a dejar sentir en Cuba. La novela, una narración en tiempo real, tiene espacio para comentar la apertura de relaciones entre Washington y La Habana tras 40 años de bloqueo. Solo el haber escuchado a Barack Obama con otro discurso, distinto a la voz oficial, es un gran paso. Pero Guerra no se atreve a poner una fecha que marque el devenir de un nuevo periodo histórico, tal vez una democracia. “Los cambios son lentos y de momento en Cuba la vida sigue igual, citando al filósofo Julio Iglesias”, se ríe.

“El día que muera el último cubano que empezó la revolución se acabará”

De Wendy sorprende su amistad con Gabo y Silvio Rodríguez, que firma la foto de la autora de la solapa del libro. Y sorprende no tanto por sus compartidos vínculos artísticos, como por sus diferencias en cuanto a ideario político. Gabriel García Márquez, a quien cariñosamente Wendy dedica la novela, y Silvio Rodríguez son conocidos valedores del castrismo.

“Mi amistad con ellos es el único ensayo de democracia que he podido practicar en mi país porque son personas con una cabeza tan bien amueblada y abierta que ya me gustaría que mi nación se portara siempre de esta manera con todo el mundo”. Ese ejemplo le lleva a propugnar una conversación entre los cubanos de todos los colores y tendencias: disidentes, exiliados o comprometidos fuertemente con la Revolución. “Yo me alquilo para conversar. Para conversar por Cuba”, repite.

Los cambios son lentos y seguramente tardarán en llegar. Y más en una sociedad como la cubana que lleva la revolución en la sangre. “Las sociedades cambian cuando mueren las generaciones que han vivido los procesos históricos. Y este es un proceso que nos ha marcado a todos y que seguirá así hasta que muera el último cubano que vivió la Revolución”.

Mientras tanto, Wendy Guerra seguirá viviendo en Cuba, aun sabiendo los problemas que le puede acarrear su pequeña revolución en forma de domingo. Y seguirá escribiendo temprano desde su casa de La Habana, en una incertidumbre ante el fin o el inicio de algo, quién sabe si de una nueva revolución.

Etiquetas
stats