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Ismael Serrano: “A los cuarenta te das cuenta de que manejas más dudas que certezas”

El cantautor Ismael Serrano. / Marta Jara

Ramón Lobo

Ismael Serrano (Madrid, 9 de marzo de 1974) tiene el local de La Latina que le sirve de oficina repleto de maletas y bultos. No se sabe si viene de viaje o está a punto de partir. De una de las paredes pintadas de rojo cuelgan tres relojes; marcan la hora de Madrid, Buenos Aires y La Habana. En otras lucen varios de sus discos de oro y las carátulas de sus discos más célebres, como La traición de Wendy. En una pizarra está escrito a tiza La llamada, el título de su último disco.

Ismael Serrano iba para físico pero se le cruzó la música, algo que llevaba dentro. Han pasado 17 años desde que grabó su primer álbum, Atrapados en azul, y una de sus canciones emblemáticas, Papá, cuéntame otra vez­. Es el segundo intento de entrevista. La primera tuvo que suspenderse por un problema de salud del cantautor, un virus estomacal al comienzo de la emergencia del ébola y en vísperas de un viaje a Argentina. En el encuentro definitivo no faltaron las bromas por parte del periodista. Serrano no se lo toma a mal. Es un buen comienzo.

¿Cuando mira hacia atrás, se reconoce? ¿Sigue siendo el mismo chaval que empezaba?

Sí, me reconozco. Si el chaval de 20 años que editó ese primer disco se encontrara conmigo, se reconocería en mí. He cambiado en algunas cosas, he crecido. Lo que es saludable, pero sigo fiel a mis principios. Me doy cuenta de lo que he cambiado a los cuarenta años. No sé si es por la rotundidad de la cifra o por el nacimiento de mi hija. Tengo una niña de seis meses. A los cuarenta te despojas de solemnidad. La arrogancia es indispensable cuando tienes veintitantos años. Más cuando uno escribe canciones comprometidas. Con el tiempo te das cuenta de que es saludable desprenderse de ego, desprejuiciarse en algún caso. Hablo sobre todo en términos musicales, a la hora de componer, de estar pendiente de otras sonoridades, otros ritmos. Tener a mi hija me hace más firme en mis convicciones. Hay que cambiar esta realidad porque es el mundo que va a heredar. A los cuarenta te das cuenta de que manejas más dudas que certezas y que no tienes tan claras las respuestas.

A los 20 años todos soñamos con cambiar el mundo. ¿Qué se puede empezar a soñar a los 40?

También con cambiar el mundo, casi con la misma urgencia. Pero también te das cuenta de que te desprendes de los dogmas, de que la respuesta a esa búsqueda quizá no sea una sola, no sea tan monolítica. Cuando tienes 20, las respuestas son muy claras, igual que tus referencias, que sigues con un fervor religioso.

¿Cuáles eran sus referentes a los 20 años?

No sabría decir. Con referencias quiero decir que uno crece leyendo a Eduardo Galeano. Uno se dice de joven la barbaridad aquella de “no a Vargas Llosa; no hay que leer a este neoliberal”, y te das cuenta de que te pierdes horas maravillosas de la literatura. Me refiero a esa permeabilidad de la cerrazón. Hay una canción en mi último disco, Éramos tan jóvenes, que habla de eso. A Kurt Cobain se le idealiza cuando eres un adolescente y luego, con el tiempo, te das cuenta de que esa pose autodestructiva tiene un punto reaccionario y, sin embargo, hay una identificación con esa pose melancólica que es un tanto cansina.

Un periodista se sintió defraudado tras entrevistar a Atahualpa Yupanqui y se lo dijo. Él respondió: “Atienda a mis canciones, no a cómo soy”.

La sensibilidad del músico está sobrevalorada en muchos aspectos. Por lo general al músico se le tiene como un tipo sensible, de una intelectualidad elevada, por así decirlo. Pasa también con los actores.

Y con los escritores.

Bueno sí, pero con los escritores es un ejercicio intelectual de altura. Pero sí, a los escritores, actores e intérpretes se les sobredimensiona una sensibilidad y luego son gente normal que tienen un don para comunicar y decir ciertas cosas, pero que no por eso son especiales. Lo especial es que son privilegiados: viven de lo que les apasiona, trabajan con un material sensible, el material con el que están hechos los sueños.

A la hora de escribir una canción, de componer y escribir, el artista se pone en contacto con una parte profunda y sensible, que es parte de uno pero que no representa el todo. Cuando escuchamos la música entramos en contacto con esa parte, pero no con el resto, porque ese resto lo desconocemos.

Sí. Lo que asoma a las canciones es una parte de ti especial. Cualquier proceso de creación artística es un diálogo con uno mismo, y cuando esto sucede florecen cosas que en el día a día no se ven porque es un ejercicio de introspección muy duro. El ejercicio de creación no es algo trivial. Eso de una inspiración que llega, escribir de repente sobre algo... No; es un ejercicio que requiere su tiempo, trabajo y también oficio. Con el oficio, encuentras mañas para encontrarte con esa parte más sensible que todos tenemos, por eso nos emocionamos con lo que leemos y escuchamos, porque nos encontramos con esa parte sensible con la que quizá somos incapaces de comunicarnos. El músico, el escritor, es un intérprete entre nosotros y la parte escondida de nuestra sensibilidad.

Acabo de ver el vídeo de una conferencia de Ken Robinson, que es un experto británico en educación, en la que afirma que la escuela mata la creatividad. En ella cuenta la historia de una niña de ocho años nerviosa, que se movía y no atendía en clase. La madre la llevó al médico. Tras interrogar a la niña, el médico invitó a la madre a salir del despacho para hablar a solas. Antes puso música. Antes de abandonar la estancia, dijo a la madre: “Espere, quiero que vea una cosa”, y la niña se puso a bailar. “Su hija no está enferma, su hija es bailarina. Llévela a una escuela de baile”. Eran los años 30 y esa niña fue una gran bailarina y coreógrafa de Cats, entre muchas otras obras.Cats,

Maravilloso.

¿Cómo sobrevivir a ese asesinato creativo en la escuela?

Es cierto. Civilizar al niño conlleva que desaprenda cosas. Me doy cuenta con mi hija, que es muy pequeña, pero me pongo el reto de dejarle alguna enseñanza. Mis sobrinos (el mayor tiene seis años) tienen ocurrencias maravillosas. El otro día, mi madre le dijo “es que eres muy malo”. Y él respondió “sí, la verdad, no me importaría ser un malvado famoso. El periódico diría: ”Malvado famoso con sus abuelos“. Me pareció de una ternura enorme. Mi hermano, que se está mudando, me contó que el hijo de su pareja estaba triste porque dejaba el colegio, el barrio. Se ponía a mirar por la ventana y decía ”qué pena me dan esos árboles, no sé si volveré a verlos, no sé si cuando vuelva seguirán creciendo“. Era poesía pura. En lo emocional, educarse supone cohibirse y mutilarse a la hora de expresarse emocionalmente. Decir ”no llores“ o algo tan horrible como castigar al niño mandándole al rincón de pensar. Como si el castigo fuera pensar cuando el ejercicio de pensar debería ser liberador. Castigar al rincón de pensar define bastante bien el modelo de educación que tenemos en la cabeza.

¿Cómo descubrió que era diferente, que le gustan otras cosas, que le gustaba expresarse de otra manera?

Siempre he vivido con la música de alguna manera. Siempre he tenido esa vocación desde pequeño. Mi madre fue la primera en decirme que no dejase la carrera, pero fue quien me regaló mi primera guitarra a los diez años, la que me llevaba a las clases en Vallecas, donde vivíamos entonces. Iba a una academia y me examinaba por libre en el conservatorio. Se dedicó a que cultivara esa vocación.

Empecé Ciencias Físicas porque entendía que dedicarme a la música era extremadamente difícil y porque a mí la carrera me gustaba mucho. Incluso empecé a preparar la especialidad de Astrofísica cuando grabé mi primer disco. Me apasionaba la universidad, no sólo por la formación académica, sino porque la universidad es tu educación sentimental, tu educación política. Participaba en grupos de militancia de izquierdas, no de ningún partido, sino las asociaciones culturales. Ahí conocí a mis amigos y aprendí muchas cosas.

En todo ese proceso la música estaba presente de una forma o de otra. Empecé a tocar por los cafés de Madrid en un momento de efervescencia musical y un día apareció un productor que me ofreció la posibilidad de grabar un disco. En algún caso no se trata de ser diferente, hay un componente de talento, pero también hay un componente de suerte, de estar en el sitio justo en el momento adecuado. Otra cosa es la continuidad que pueda tener tu carrera, que consiste en ser fiel y leal a uno mismo. Eso revierte en que la gente te corresponde con su fidelidad. No sé hasta qué punto es verdad lo de ser diferente o especial; no lo he sentido así. Quizá por eso, porque siempre he vivido con la música.

¿Qué se siente el día en el que la gente empieza a cantar lo que has escrito?

De lo que tengo recuerdo es de un concierto en el que de alguna manera establecí un contacto con el público. De repente se estableció una comunión en la que tuve conciencia de que me encantaba estar en el escenario. Se convirtió en un diálogo especial, diferente. Hasta entonces había sido un diálogo con conocidos, familiares. Recuerdo ese concierto en el Carambola en la calle Huertas, que ya no existe. Sentí que estaba haciendo un trabajo artesanal y que estaba siendo reconocido.

¿Existen conciertos mágicos? Como el de los Rolling en el Calderón, en 1982. Ellos lo recuerdan de forma especial. Son conciertos en los que por alguna razón todos están bien, se produce una conexión con el público. Todo tiene un plus mágico que no se suele repetir. ¿Sucede?

Sí, sucede. Muchas veces me preguntan: ¿cómo es el público de Argentina, de Chile? ¿Son diferentes los conciertos? Los conciertos son diferentes en tanto en cuanto uno está en estado de gracia o está en un estado anímico concreto. Hay conciertos especiales por el contexto. Recuerdo uno en Bilbao después del 11M. Retrasamos el concierto para acudir a la manifestación. Aunque ya empezaba a saberse que no había sido ETA, el concierto tenía un punto de duelo reparador; también mágico y dramático, pero con una atmósfera de solidaridad hermosa. Recuerdo un concierto en el Palau de la Música de Barcelona, un lugar que sólo por su belleza física invita a que ocurran cosas maravillosas. Es extraño que luego haya generado tantas malas energías. Desde el punto de vista artístico no hay lugar más bonito.

Una de las cosas más bonitas que me han pasado fue en Buenos Aires. Sabía que las Madres de Mayo habían ido a verme actuar. Allí estaba sentada Estela de Carlotto. De repente, cuando les dediqué una canción, el teatro estalló en una ovación. Fue espontáneo porque no las habían visto. Tuvimos que parar, dar las luces para que se pusieran sus pañuelos y levantarse para saludar. Son momentos mágicos.

Recuerdo un concierto en Santiago de Chile, en el estadio Víctor Jara, que tenía una carga dramática porque había sido lugar de represión y todo el mundo que había pasado por allí me decía que iba a notar esa energía, y fue verdad. Se conjugaban muchas cosas. Conciertos como uno que hicimos el año pasado en Vallecas, una presentación con las charangas del barrio. Gente como mi tío, que es abogado, amas de casa que tocan la percusión en una batucada a la una de la mañana, al aire libre, el carácter de concierto popular, el reivindicar el orgullo de barrio. Hay momentos mágicos, que le dan sentido a todo y que te hacen estar agradecido por todo lo que te ha llevado hasta allí.

¿Habrá momentos horribles en los que uno empieza a cantar y no es su noche, el público no responde? ¿Hay conciertos con una desconexión?

Sí. Cuando encuentro un público adverso, me crezco. Me lo propongo como reto. Me siento en el oficio también. Es raro pero cuando hay un público adverso, que habla, que no responde, el reto es intentar crear el silencio. También me parece maravilloso porque a veces se consigue, consigues imponerte a esa situación. Y a mí eso me gusta.

¿Y cuando nota que no está bien?

Ahí es cuando fallan las cosas. Sólo he suspendido un concierto. Fue después de mi tercer disco, Los paraísos desiertos. Era un momento en el que me cuestionaba por qué me subía a los escenarios, si lo hacía con el piloto automático y dejaba de emocionarme. Era un punto en el que no sabía si acudía a los sitios porque me veía empujado por la vorágine en la que estaba inmerso o realmente lo necesitaba.

Tuve que parar durante un tiempo. Responde a una crisis más profunda, no sólo de tu oficio, es más personal. Y se resuelve porque para mí el escenario es lo más grande. Ese subidón, esa comunión. Editamos discos para poder perpetuarnos en la gira. Llevo de gira desde 1997 y eso es maravilloso. Esa sensación de estar en la carretera. Conozco Argentina porque he recorrido no sólo todas las capitales de las provincias sino también porque he ido a pueblos pequeños.

Aquí se ha perdido esa costumbre por cómo se ha construido el modelo de negocio del espectáculo. El bolsillo no está acostumbrado a pagar y hay una crisis que hace que en el orden de prioridades de los ciudadanos no esté comprar una entrada. Se ha generado un modelo y una forma de negocio que nos ha alejado de la posibilidad de los conciertos pequeños, de acercar la música a la gente, de darle el carácter de música popular. Porque no hacemos otra cosa, somos folcloristas de nuestro tiempo.

Entre las descargas y el IVA, los músicos estáis jodidos.

Sí, estamos jodidos y lo peor es que no sé si nos damos por aludidos. Es verdad que están cambiando muchas cosas, pero también está el IVA, la crisis, el hecho de que están desapareciendo espacios públicos, de que las instituciones ya no invierten en esto. Me sorprende que no veamos a los músicos. ¿Dónde están? Los tics y vicios hiperindividualistas de esta sociedad se exacerban en el músico, que es incapaz no ya de mostrar solidaridad y juntarse, sino de hacerse eco de lo que ocurre. Me sorprende que no se sientan aludidos a la hora de crear porque, si en ese diálogo contigo mismo del que hablábamos no aparece la crisis o el drama que se vive, creo que hay un problema de comunicación.

Convengamos que cada cual escribe de lo que quiere. Hablo de la posibilidad que tenemos de acceder a un medio de comunicación. Te das cuenta de que el mundo musical es bastante reaccionario. Me compré el otro día un libro que se llama Indie, Hipsters y Gafapastas, de Víctor Lenore. Lo que viene a decir es que todo ese movimiento indie de crítica musical, pretendidamente cool, moderno, con esa anglofilia que desprecia otro tipo de música, es fundamentalmente un movimiento reaccionario que va de la mano de la industria musical. Lo que hacen es generar esa sensación de élite, cuando no es más que un hábito de consumo más allá de lo cultural. Sobre todo desde el punto de vista moral y político, es reaccionario porque rechaza todo lo que tenga visos de ser comprometido. El término indie es relativo; los festivales de música indie están amparados por las grandes marcas. No digo que esté mal o bien porque al final nos empujan al mecenazgo y el mecenazgo no es otra cosa que entregarse a las marcas.

¿Se puede vivir de los conciertos? Porque la venta de discos está mal.

Se te niega la posibilidad de hacer una reflexión e invitar a hacer una reflexión en torno a qué modelo de negocio puede ser mejor para la música. Que desaparezca el tejido industrial es malo, otra cosa es que hablemos del modelo industrial y de a quién deben pertenecer los medios de producción, si quieres hablamos hasta de marxismo-leninismo.

Esas diatribas en contra de la industria son injustificables. Hasta qué punto responden a intereses corporativos de otra índole. No nos cuestionamos lo que está pasando en internet. Hablo sobre todo de la creación artística. Hablamos de la neutralidad en la red y no cuestionamos el hecho de que un buscador esté en una posición hegemónica, en el que si no apareces no existes. Es como el debate de la tasa Google, un debate permanentemente contaminado por el hecho de que hay un buscador hegemónico. Si no lo hubiera, sería otro el debate. “No hay que pagar tasas, el que no quiera que no esté en Google”, dicen. No, es que no hay otro. Existen algunos modelos minoritarios. Hay un ciberfetichismo que no sé hasta qué punto está afectando a nuestra forma de conectarnos con la música. Hasta qué punto Twitter no hace que perdamos matices a la hora de expresarnos. Estamos perdiendo ciertas expresiones musicales o artísticas.

¿Cómo se financia hoy un músico? Algunos han empezado a regalar discos en YouTube.

Vivimos de los directos. No sé qué va a hacer un escritor cuando se imponga leer en las tabletas, porque ellos no van a poder vivir del directo. También se nos dice que tenemos que entregarnos al mecenazgo. Me parece más independiente que exista una industria que te permita vender tus discos al consumidor que quiera escucharlo. Gana en independencia el artista a través de esa relación. Si te gusta lo compras y, si no, no. Es difícil y es un debate.

No quiero comparar porque la precarización es una cosa y el debate sobre el modelo musical quizá sea otro, pero el otro día alguien decía en Twitter: propongo que el trabajador se ofrezca a trabajar gratis, el empresario verá que tiene una gran vocación de trabajo y de entrega, y seguro que le acaba contratando. Y la gente se le echaba encima diciendo que por qué cojones va a trabajar gratis, que era algo indignante. Entonces, ¿por qué el disco tiene que ser gratis? No sólo trabaja el músico, el autor, no es una cuestión de derechos de autores, hablamos del trabajo de los técnicos, del que diseña la portada... ¿El artista tiene que asumir ese coste como una inversión?

Supongo que el modelo nos está empujando a eso, pero también habría que debatir por qué. Puede ser que exista un tío que no toca en directo, que experimenta en el estudio. ¿Qué hacemos con él? No puede dedicarse profesionalmente a eso. Habrá gente que dirá que el modelo cambia y que hay profesiones que desaparecen, como el vendedor de hielo, pero no creo que sea comparable. El autor de canciones no puede quedar obsoleto. Me preocuparía si eso ocurriera.

Nietzsche dijo que la vida sin música sería un error. Claro, es que no puede ser de otra forma. La movida es que en torno a esto no se da un debate sosegado, hay crispación. Es como el cuestionamiento de los derechos de autor, que me parece legítimo que se establezca y me parece bien que haya quien abogue por la desaparición de los derechos de autor. Está bien que la toma del Palacio de Invierno comience por quitarle las canciones a los músicos. Hubiera preferido que fuéramos a lo mejor a por los terrenos de la duquesa de Alba.

Los derechos de autor nacen con la Revolución Francesa. La Declaración de Derechos Humanos dice que toda persona tiene que tener derecho a acceder a la cultura, a las expresiones artísticas y que el artista tiene derecho a verse remunerado por su trabajo. Los derechos de autor sirven para defender a los artistas frente a las imprentas que por aquel entonces pagaban una mierda al autor y se hacían con todos los derechos, o para pagar al artista que vendía la ópera al teatro y el autor no percibía nada de los ingresos. Entender que los derechos de autor son un privilegio..., debatámoslo, explicadme por qué. La cultura libre. Dicen que internet favorece que muchas bandas hagan música y la gente pueda acceder y descargarla. Entonces por qué en toda página de descargas, ya sea la reconocida legalmente o las otras, por qué siempre las descargas más populares son las que marca la gran industria. Las películas más bajadas no son las del autor más independiente que el autor ha colgado. No. Es Avatar. El mainstream también domina ese tipo de plataformas. No está funcionando para promover otro tipo de sensibilidades musicales y artísticas. Y no debatimos por qué no está sirviendo internet como caldo de cultivo para otro tipo de expresiones artísticas.

¿Funciona iTunes o no es significativo?

¿En ventas?

Sí.

Hoy por hoy está ganando cada vez más peso. Pero no es significativo con respecto a la venta física. Es muy difícil porque las plataformas de pago no pueden competir con lo gratuito. Ningún precio es competitivo.

Después está el IVA. Leí una entrevista a Miguel Ríos en la que decía que los músicos tienen el mismo IVA que un Porsche.

Es la insensibilidad del Gobierno hacia un grupo de trabajadores al que consideran un enemigo al que hay que abatir. Evidentemente, en la cultura, el IVA no puede responder a fines recaudatorios porque está demostrado que lo que está provocando es la desaparición del tejido industrial. Hay teatros, cines que están cerrando. Es declararle la guerra a un sector que les parece molesto. Y además lo dijo en el Parlamento, llegó a decir “vamos a por vosotros”. Y lo están haciendo. Están yendo a por nosotros, nos están vigilando. Ni siquiera hacen esa reflexión de que la cultura potencia nuestra capacidad crítica, que creo que es verdad, que nos ayuda a hacer reflexiones y análisis en profundidad. Es una insensibilidad cateta, por así decirlo.

¿Es más fácil componer una canción de amor o una canción cabreada?

Es más fácil componer una canción de amor o desamor porque el amor es un refugio para escapar del cabreo y de la indignación. Por más que te partan el corazón, o incluso cuando te lo parten, escribes una canción y tratas de rescatar una cierta belleza entre el escombro, de entre toda la ruina. Me dicen, tú es que haces canciones comprometidas, políticas. Y sí, hago canción comprometida, pero, proporcionalmente, el 70% de mis canciones son de amor. Porque es lo que te rescata, lo que te salva de todo eso, del pesimismo, de la resignación.

De joven debía de ligar mucho. Tocar la guitarra y saber canciones de amor...

No te creas, no.

Los que no sabemos música siempre hemos odiado al tipo de la guitarra que conseguía estar con todas las chicas alrededor.

Sí, pero conseguía la atención sólo. Tú tenías la sensación de que los demás se iban echando pareja mientras te agarrabas a la guitarra y le ibas poniendo banda sonora a los besitos de los demás. Volvemos otra vez a eso de que la sensibilidad del músico está sobrevalorada. Das una imagen de sensibilidad que quizá te ayude a decir cosas que de otra forma no te atreves a decir. Eso sí es una herramienta de seducción, claro que lo es.

Hesse decía que el escritor lo tiene difícil: emplea palabras, las mismas que sirven para hacer una transferencia bancaria, para hablar con un policía. El escritor parece usar las palabras corrompidas que empleamos todos los días. Un pintor, un músico, tienen un lenguaje que la mayoría desconocemos, por eso nos fascina.

Y además un lenguaje que tiene que ver con lo atávico, que trasciende el idioma, que trasciende el barniz cultural que tenemos. Y por eso somos capaces de emocionarnos con una canción que escuchamos en inglés sin tener ni puta idea de hablarlo. La gran parte de los españoles escuchan música que no entienden y se sienten emocionados. Lo rítmico también tiene en algún punto de ese carácter de comunidad, de compartir. Sobre todo cuando va el ritmo que apela al baile. Tiene ese espacio de encuentro que es lo que le da más valor en todos los sentidos. Aunque el músico tiene la sensibilidad sobrevalorada, sí arrastra una patología relacionada con dos cosas importantes, que son la soledad, le aterra estar solo, y el paso del tiempo, la fugacidad. Creo que en el fondo eso son inquietudes que todo ser humano arrastra y que el músico las lleva a un extremo patológico.

Como Robin Williams o los cómicos que son capaces de hacer reír a todo el mundo pero son incapaces de hacerse felices a ellos mismos.

Totalmente.

Esa soledad melancólica.

Es una llamada de auxilio, la necesidad de sentirse observado, de ser el centro de atención que va más allá de la vanidad. No lo cultivo porque me gusta otra forma de estar en el escenario y de comunicarme con el público, pero a mí ese artista que se disfraza de un personaje distante, mágico, solemne, lejano, elevado..., como las grandes figuras del rock que se contonean y se mueven como un chamán, a mí eso me encanta. En el fondo lo que revelan esas actuaciones es la necesidad de sentirse observado y el miedo patológico a la soledad. Y fundamentalmente cantamos para conseguir espacios de encuentro.

¿Quién es su toma tierra?tomatierra Pues creo que mi familia: mis padres, mi mujer, sin duda, es la primera a la que le consulto. Y mis padres y mis hermanos. Mi familia más cercana y mis amigos son mis críticos más duros también y a veces siento que en exceso, pero lo agradezco. Esos son mi toma de tierra pero siempre he tratado, y sobre todo a esta edad, de asumir con naturalidad todo. Mi relación con el periodista, me pregunta y hago el ejercicio de decir “tranquilo, no pongas el piloto automático”. La naturalidad ante todo, a la hora de componer, a la hora de expresarte, de sobrellevar los éxitos y los fracasos. Hay una competición con uno mismo por conservar el estatus, se sufre con un fracaso, con lo que puede ser un éxito, cuando sacas un disco. Hay que saber relativizarlo porque seguir dedicándose a este oficio después de 17 años es un éxito y hay que entenderlo así. Tener la oportunidad de viajar como lo hago es lo más grande que hay. Controlar las ambiciones, uno necesita la toma de tierra para no desequilibrarse.

¿Cómo es su último disco? ¿Más político, más intimista?

Cuando compongo, agarro la guitarra y atiendo más a la melodía y sobre todo a la armonía. Cuando empiezo la canción, empiezo con la armonía y de ahí construyo la melodía. En esta ocasión quería hacerlo de forma diferente y empecé con el ritmo. Me di cuenta de que estaba desatendiendo un elemento fundamental, que es la parte rítmica. Acudí a los ritmos tradicionales latinoamericanos. Trabajé sobre el ritmo de la bachata, el bongo y la güira. Sobre eso intentaba construir una melodía. Incluso el reggaeton, La llamada es una cadencia sobre reggaeton. “Pum pum ta tum ta, pum pum ta tum ta”. Y sobre eso traté de construir una armonía que iba creciendo y que se abría en el estribillo para llegar a una batucada. Eso responde a una inquietud musical y responde a darle un cierto aire de celebración al disco.

Volvemos a lo mismo: celebro por mi hija, pero también me acuerdo de los versos de Benedetti que hablan de defender la alegría como una trinchera, como un derecho. Huir de estar instalado en el lamento. Si algo han cambiado los movimientos sociales que ahora son emergentes y hasta forman partidos políticos, es que se han desprendido de una cierta vocación de fracaso, que ha sido una lastre para los partidos de izquierdas. Habían asumido una postura acomodada en ser minoría y habían perdido la ambición de ser mayoría o de conectarse con una mayoría que existe y es real. Creo que toda lucha tiene que estar traspasada por la alegría o por lo menos estoy en ese momento vital. Es verdad que la realidad es dramática. La llamada habla de una realidad dramática, es un canto al precarizado y a la toma de conciencia de clase. “Únete al grito de los cansados”. Pero desde un lugar positivo, de buscar las complicidades y los lazos necesarios para cambiar las cosas, recuperar la capacidad para influir en la realidad.

El momento es apasionante. Ha aparecido un partido que está modificado el discurso dominante, no sé si por la proximidad de las elecciones. Parece que la existencia de Podemos condiciona la respuesta a las tarjetas 'black'; ya no se pueden ocultar esos escándalos.

La aparición de Podemos no es tanto la causa sino una consecuencia de un sentir general. Ya no sólo en lo de las tarjetas sino que, por ejemplo, el rey tuviera que ser coronado casi en la clandestinidad, muchísimas cosas. Creo que la ciudadanía está tomando conciencia. Hay un grado de indignación y la alternativa es el conflicto social, las cosas como son. La indignación y el desamparo de la ciudadanía es tal que, si no participa tomando las instituciones, qué le queda. Cospedal decía después del 15M que, si había tanta indignación, que se presentasen a las elecciones. Ahora que lo han hecho, dicen que son antisistema. ¿En qué quedamos?

Es un discurso peligroso por parte del PP. Muchas personas a las que les podría apetecer tirar cócteles molotov han decidido votar. Si les roban las elecciones cambiando la ley electoral, vuelve la tentación de los cócteles molotov.

Ahí voy. La alternativa es el conflicto social porque la situación del ciudadano es dramática. Por un lado, el dramatismo de la situación en la que viven muchas personas y, por otro, la caradura de un sector de la clase política que ha actuado con absoluta impunidad.

Lo de las tarjetas no es un sector, ya son todos.

Es un hábito instalado. Ahora está saliendo lo de Pujol y resulta que todo el mundo lo sabía. ¿Cómo que todo el mundo lo sabía? ¿Cómo pueden salir periodistas diciendo que lo sabíamos? El hijo del expresidente de la Generalitat, uno de los hombres más poderosos de España, tiene no sé cuántos coches, ¡Qué ostentación!

E impunidad.

Exacto. Eso lo que revela es que se creían intocables. La gente de Caja Madrid se creía intocable. Formaba parte de la normalidad. Por eso se habla del fin de la cultura de la Transición. Da la sensación de que el modelo democrático toleraba y amparaba estas cosas porque las consideraba dentro de la normalidad y no tenían que dar cuentas a nadie.

En un artículo titulado La ira, Manuel Vicent sostenía que el PSOE tenía las palabras gastadas, vacías. Parece que a Izquierda Unida se le ha pasado el arroz. Vamos a una reordenación de la izquierda.La ira

Creo que la crisis del PSOE es una crisis de la socialdemocracia en Europa. Lo que le ocurre en Francia, en Italia... es la renuncia a los principios elementales de la socialdemocracia. Pablo Iglesias lo decía el otro día en una entrevista: “Lo que digo, lo que defiende Podemos, lo firmaría cualquier socialdemócrata de los ochenta”. Y es verdad. Muchas de las reivindicaciones del 15M eran tan elementales que no eran tan revolucionarias como algunos pretendían que parecieran, porque algunas respondían a la agenda clásica de la socialdemocracia. Lo que pasa es que el PSOE ha renunciado a esos principios.

Luego hay otros sectores de la izquierda, de la izquierda más exigente, que se han acomodado en posiciones de minoría donde uno podía ejercer de faro moral y vigilante con una vocación de fracaso. Han asumido conductas y hábitos como los que han aparecido en otros partidos políticos, casos de corrupción. Lo que ha ocurrido es que la mayor parte de partidos políticos ha desconectado de la ciudadanía y sobre todo la ciudadanía ha tenido la sensación de que les han usurpado la soberanía. Lo que ha revelado la crisis es el déficit democrático en el que se vive. La gente tenía la sensación de que había perdido la capacidad para influir en las decisiones de los políticos. Hasta tal punto de que el PP llega al Gobierno con un programa que no cumple, y que promete a sabiendas de que no lo va a cumplir. Creo que es eso: una clase política que se ha desconectado de su vocación de servicio a la ciudadanía.

Si en España Podemos representa la esperanza de un cambio, en Catalunya es el sueño de la independencia. ¿Cómo se resuelve esto?

Empiezo diciendo que el derecho a decidir de los catalanes es incuestionable. Ellos tienen que decidir en qué proyecto se quieren embarcar. Me entristecería porque me gustaría formar parte de un proyecto común; soy federalista y me encantaría que formásemos parte del mismo proyecto. El hecho de que sean independientes no significa que se vaya a elevar un muro. Cuando vaya a Barcelona sé que me voy a sentir en casa, como siempre lo he hecho. Más allá de eso, es algo que tienen que decidir ellos, evidentemente.

Me acuerdo de algo que leí en no sé qué libro pero que me pareció bonito. Tras la Primera Guerra Mundial llegó la paz de Riga entre Polonia y Rusia. Mandaron funcionarios a los pueblos limítrofes para delimitar la nueva frontera. En uno de esos pueblos, los habitantes les preguntaron “oiga, nosotros qué somos, ¿polacos o rusos?”. Les dijeron: “Ustedes son polacos”. Y empezaron a celebrarlo. “¿Pero por qué se ponen tan contentos?”, dijeron los funcionarios. Respondieron que por fin se iban a librar de los fríos inviernos rusos. Quiero decir que los problemas no se solucionan con una independencia, también es el modelo de Estado que luego se proponga. Y no creo que el modelo que propone CiU sea un modelo con el que el pueblo catalán vaya a ganar en emancipación y justicia social.

La independencia de Catalunya sirve como una gran cortina de humo para Catalunya y para el resto de España. Ya no se habla de la forma de Estado que tanto preocupó tras la abdicación. ¿Es importante ahora ese debate entre República o Monarquía? Ya no son dos mundos opuestos como en 1931.

Naturalmente, se está desviando la atención. Contamina todo. El debate sobre la forma de Estado, entre Monarquía o República, sólo tiene sentido si hablamos de un proceso constituyente más amplio. Tiene sentido si nos permite abrir el melón hasta cuestionar el funcionamiento de todas las instituciones, el modelo político, la transparencia, el aforamiento, todo. El debate entre República y Monarquía es una oportunidad para abrir una rendija que nos permita un proceso constituyente. El republicanismo no es sólo el modelo de jefatura de Estado, es cuestionar también la relación del Estado y la Iglesia, reivindicar una Educación y una Sanidad pública gratuita y de calidad. Es la excusa para abrir un proceso más amplio. Si no, no tiene sentido. Si no, a mí no me interesa.

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