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Más allá del descubrimiento juvenil: hacia una lectura adulta y política de Jack London y Julio Verne

London concibió una fantasía futurista, abiertamente inspirada en el ideario de Karl Marx

Ignasi Franch

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Durante décadas, las obras de Jack London, Julio Verne o H. G. Wells fueron una puerta de entrada a la lectura de novelas a través de las aventuras y fantasías literarias que planteaban Colmillo blanco, Viaje al centro de la Tierra, La máquina del tiempo y muchos otros títulos. Ahora, las corrientes culturales parecen haber alejado a estos autores del imaginario adolescente.

La identificación de estos autores con las lecturas de juventud había llegado a provocar una tendencia a higienizar sus obras. Más de una vez se han intentado eliminar posibles aristas ideológicas, a la búsqueda de la comercialización de un entretenimiento supuestamente puro, amable y 'no contaminado' de política. Esta tendencia no solo ha afectado a creadores notoriamente izquierdistas como Wells o London, cuyo discurso socialista es troncal en muchas de sus obras. Las novelas de Julio Verne podían publicarse abreviadas para facilitar su lectura a través de la reducción de sus pasajes de divulgación científica, pero también se alteraron por otros motivos. En la primera versión inglesa de La invasión del mar, por ejemplo, se eliminaron los comentarios anticolonialistas que el escritor francés había incluido.

Toca asumir, por tanto, que las creaciones de estos escritores pueden seguir estimulando el goce (con nostalgia o sin ella) derivado de la narrativa de peripecias aventureras, de viaje al presente, al pasado, al futuro, al espacio exterior, o, simplemente, a tierras consideradas lejanas. Y que su lectura permite un ejercicio de escapismo pero no lo implica necesariamente. Porque muchas de estas obras nacieron con una visión del mundo incorporada, con una marcada voluntad de dialogar con el presente y comentarlo críticamente.

Traducciones incompletas o censuradas al margen, el sector del libro también ha hecho esfuerzos para dimensionar la obra de autores como London o Verne en toda su complejidad. Ambos llevan décadas presentes en los catálogos de sellos históricos como Alianza o Valdemar. El centenario de la muerte del escritor estadounidense revitalizó las recuperaciones bibliográficas claramente destinadas a un público adulto, como los Cuentos completos que la editorial Reino de Cordelia ha publicado en tres volúmenes. Ahora la editorial Cátedra ha acogido la recuperación de otro clásico de London: El talón de hierro.

Una distopía escrita desde el marxismo

Quizá London firmase longsellers aptos para todos los públicos como La llamada de la naturaleza, pero también abordó temas muy duros en sus libros. Un ejemplo evidente fue La gente del abismo, una inmersión terrible y experiencial, con fondo periodístico, en los barrios pobres del Londres industrial. El estadounidense también firmó John Barleycorn, una obra de inspiración autobiográfica sobre su relación con el alcohol. Y puso una de las piedras fundacionales de la distopía literaria moderna mediante la novela El talón de hierro, publicada originalmente en 1907, que bebe de manera abierta de las teorías económicas y políticas de Karl Marx y fue llevada al cine en la Rusia revolucionaria de 1919.

A diferencia de las posteriores Nosotros o 1984, El talón de hierro no nos traslada a un futuro más o menos lejano, a un mundo notablemente alterado. Se parte de una sociedad reconocible, de la contemporaneidad que el autor estaba viviendo a principios del siglo XX. Un mundo de polarización social extrema, marcado por una conflictividad de clases que incorporaba la violencia física tanto por parte de los patrones como de los obreros.

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Poco a poco, la historia explicada en el libro va distanciándose de la historia real, pero no hay hallazgos tecnológicos o cambios sociales extremos que acerquen la propuesta a la ciencia ficción: simplemente, contemplamos un enconamiento de la lucha de clases con sindicalistas, agentes provocadores, revientahuelgas y pistoleros y pistoleras enfrentados. Desde el inicio se nos advierte que la novela trata de una derrota por aplastamiento, tanto de cualquier tentativa revolucionaria como del socialismo democrático: se relata la violenta toma de un poder absoluto por parte de los grandes capitalistas. La humanidad superaría las desigualdades, imaginaba el autor, pero lo haría en un futuro lejano y después de muchas derrotas sangrientas.

El protagonismo recae en un activista e intelectual que va sacudiendo consciencias a su alrededor, pero que también anticipa de manera preclara los movimientos políticos que van a tener lugar en el mundo. Le contemplamos a través de los ojos enamorados de su esposa, una joven de familia acomodada que, como su mismo padre, se compromete en el izquierdismo a raíz de los diálogos que mantiene con el personaje principal. London combinó un cierto drama de personajes con una trama de causas y efectos casi inexorables, decorados con relatos de espionajes, infiltraciones y fingimientos diversos a media que el poder de la oligarquía criminaliza con progresiva dureza cualquier disidencia.

El talón de hierro no puede tomarse como una novela de anticipación, puesto que vislumbra una fuerte transformación social ubicada apenas un lustro después del año en que fue escrita. Aún así, puede considerarse que acierta en vislumbrar la I Guerra Mundial y otros acontecimientos. Sea como sea, el lector contemporáneo puede sentirse concernido por su advertencia sobre los poderes suprademocráticos engendrados por la desigualdad extrema, y sobre las tentaciones totalitarias que emanan de ellos. La novela llega acompañada de un generosísimo estudio introductorio (que consta de más de 120 páginas) a cargo del académico Jesús Isaías Gómez López.

Sátira de una fiebre del oro 'científica'

La obra de Julio Verne suele identificarse con la atracción por una idea de la aventura muy vinculada a la incursión colonialista, y también con la fascinación hacia las ciencias naturales y hacia un progreso donde se entrelazan el conocimiento y el avance tecnológico. Aún así, la prolífica carrera literaria del autor nos puede proporcionar varios estímulos que no encajan con esa imagen general. Sobre todo en sus últimos años, el narrador francés mostró una mayor tendencia al pesimismo, o a un mayor escepticismo respecto a los autorretratos acríticos de la denominada civilización occidental.

Para Del revés, que ahora publica Alba Editorial, Verne recuperó a algunos de los protagonistas del díptico formado por De la Tierra a la Luna y Alrededor de la Luna. Lo hizo en una obra con fuertes dosis de humor y un planteamiento general de sátira más o menos amable. Unos aventureros con ansias capitalistas invierten en la compra de un vasto territorio ártico. Su intención es temeraria: cambiar el eje de la Tierra para derretir el hielo y poder explotar los recursos naturales de la zona. Las consecuencias catastróficas de este extractivismo desatado parecen evidentes, pero el grupo quiere seguir adelante con el plan. En los delirios de los personajes, más bien caricaturizados, podemos ver vestigios de la sociopatía de aquellos que (como el Donald Trump que quería comprar Groenlandia) ve una oportunidad de negocio en el cambio climático.

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Lejos de la monumentalidad de obras como Veinte mil leguas de viaje submarino, Verne optó por la novela corta y una narrativa mucho más contenida en el uso de la terminología científica. Esta vez, el escritor no convirtió el saber en un espectáculo, quizá porque trataba de advertir sobre las derivas arriesgadas de un conocimiento mal enfocado. Los sabios despistados que abundan en la narrativa de aventuras verniana también pueden provocar una cierta risa en Del revés, pero su irresponsabilidad es potencialmente apocalíptica. En este aspecto, la obra sintoniza con otros títulos tardíos del autor como Bajo la bandera, una advertencia sobre la carrera armamentística.

En todo caso, Del revés es una de esas obras que permiten mantener ese debate inagotable sobre las ideas profundas del autor de Viaje al centro de la Tierra. ¿Había un Verne más espinoso, escondido entre las convenciones de la novela comercial, condicionado por su larga relación con una editorial poco apegada al riesgo? No hay respuesta posible, pero novelas como esta evidencian que el escritor no aceptaba sin más el estado de las cosas. Quizá su sátira no sea venenosa, pero va más allá del humor inofensivo sobre rivalidades regionales para apuntar a algunas vergüenzas estructurales de las potencias imperiales que reinaban en el globo.

En un momento dado, el narrador se muestra indignado de que los nativos del Ártico no tengan voz ni voto en el futuro del territorio solo porque no tienen dinero para entrar en la subasta de estos. “Así va el mundo”, resume el autor. No sabemos si Verne escribió estas palabras con resignación, pero mostró de manera evidente un cierto talante crítico. Porque quizá todas las personas son personas de su tiempo, pero algunas lo sean más que otras.

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